Tan fácil

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- ¿Cómo te digo que me gustas? - tapando su rostro con sus manos. Soltó un suspiro, haciendo un berrinche como niño que no le dieron permiso a comer otro dulce y soltó un grito de frustración. No era un valiente que se entregara tan fácilmente.

- Es fácil mira - oyó frente a él, quedándose en blanco, ahí estaba, en cuclillas con su sonrisa risueña, Polo se alejó un poco de él con cierto susto pero sólo para sentarse y no tenerlo tan cerca -: te pones frente al chico que te trae vuelto un loco - haciéndolo -, lo miras a los ojos para confirmar que al verlos, tu piel se eriza, así... - tomando su mano para repasarla en su brazo -, luego, tomas sus manos, sin dejar de verlo - levantando su mirada asustada para dejarla viendo sus ojos claros llenos de luz -, y le dices: que desde la primera vez que lo viste entrar en ese restaurante, no has dejado de sentir unos mareos encantadores cada vez que lo piensas, por que su salero te robó el corazón. Sin mencionar que te vuelves jalea cada vez que le ves suspirar - soltando una risilla -. Que tu pobre corazoncito está muriendo de amor por esos ojos gachones - sintiendo su mejilla -. Que has sido la burla de tus amigos por ver que te derrito y te mueres sólo por él.

Polo se quedó callado, lo había dejado desarmado. Le quería, ¡le quería!

- Que no he querido a nadie así y que no puedo vivir ya sin ti... - sonriéndole -. Bueno. Eso yo te diría - hundiendo sus manos en sus bolsillos - a ti...

Polo no dijo nada, era todo lo que quería y le quería. Su primer impulso fue abrazarlo, sus brazos era. Donde él pertenecía así que no pudo contenerse a demostrárselo; lo tomó de sus mejillas y le dio un beso. Su primer beso; torpe, a ojos cerrados, con los talones separados del piso y lleno de todas esas cosas que tenía para darle a él esperando salir de su boca. No hubo mejor forma de expresarlo. Ahí estaban, dos jóvenes besándose en mitad de la playa bajo el escrutinio de algunos paseantes que miraban disimuladamente la escena. Se separaron cuando las risas llenas de alegría les impidieron seguir. Bajó lentamente de nuevo al suelo, y al sueño que se había vuelto realidad.

- ¿Caminamos?

Polo asintió. Siempre había creído que tomarse de las manos era de novios vulgares, pero cuando sintió la mano de Rodolfo acercarse a la suya, no pudo evitar negar que era la mejor sensación del mundo.

- ¿De verdad te has creído que me gustaba Amanda? - sentados

Polo no dijo nada.

- ¿De verdad no te habías dado cuenta de que eras tú a quién veía?

Polo negó con la cabeza.

- Pues entérate - tomando sus mejillas calientes -, me gustas tú.

- Pero yo...

- Puedes esconderte - levantado su rostro, viendo el desorden que se reflejaba en su mirada -, pero no puedes ser invisible.

Polo no podía hacer más que abrazarle.

- Bueno - dándole un apretón -, lo mejor será que te lleve a tu casa. ¿Quedamos mañana? - buscándole la mirada -, podemos quedar... no sé - hundiendo sus manos en los bolsillos viendo el cielo -, ¿sobre las siete?

- Sí, sí. Claro...

- Vale. Te paso a recoger por casa - tomándolo de la cintura y acercándolo para darle un beso. Uno antes de dormir.

Cuando Polo entró en su casa no dejaba de reírse, sus mejillas estaba ardiendo por la idea de que Rodolfo le quería de verdad y de verdad le creía. Era lo mejor que le había pasado, así que hubo de contárselo a su amigo.

"¡Te lo dije! ¡Te lo dije!" Gritaba emocionado Mateo, "¿te lo dije o no te lo dije". Ambos no paraban de reír, Polo más porque seguía sin creérselo, de emocionarse ante tal idea.

- Me lo dijiste - admitió Polo mirando su armario. Mateo estaba de comida familiar pero eso no pudo esperar -. Bueno. Te dejo. Que tengo que ver que me pongo...

Aventó su móvil a su cama y abrió su armario nervioso. Tomó toda la ropa que cabía en sus manos y salió.  Y es que el amor era así; nos cambiaba y poco a poco de apoderaba de nuestras vidas, tanto que algunos generaban estrés por no querer arruinarlo, como Polo esa tarde. Don Álvaro salió de su oficina revisando el último presupuesto cuando vio la puerta de su habitación abierta y la luz encendida. Se asomó discretamente viendo por encima de sus lentes de lectura a su hijo frente al espejo y un montón de ropa sobre la cama; su habitación era la única de la casa que tenía un espejo de cuerpo entero y era la primera vez que veía a su hijo preocupado por su aspecto.

- ¿Algo importante? - tras ver a su hijo sentir frustración por no saber ajustar una corbata.

- Padre, eres tú... - exclamó asustado mientras se quitaba la corbata y la camisa y las hacía un rebujo. Pensó por un momento que era Lucio. - Sí yo... tengo una cita... - Seguía sin saber qué ponerse. Si fuera una salida con Mateo o Amanda lo sabría pero... salía por primera vez con Rodolfo en plan cita y quería que viera que no era ningún aburrido y estaba nervioso, ¿qué tal sí se quedaba callado? ¿Y sí él también lo veía al final que era raro? Pero olvidaba que Rodolfo lo había visto tal y como era y por ello se había enamorado de él.

- ¿Quién es el chico? - buscando entre la ropa de su hijo un par de piezas al azar. Distrayendo su pensamiento nervioso.

- ¿Por qué no podría ser ahora una chica? - preguntó curioso su hijo dejándose poner un jersey a rayas marineras que iba perfecto con los chinos beige que llevaba. Su padre rió buscando la cazadora de un azul tan intenso y vivo de gamuza que le había comprado las Navidades pasadas y le ayudó a ponérsela.

- Siempre he creído que esa excusa es para... - acomodando el cuello  -, no sé, chicos que no saben lo que quieren. Y tú - viéndolo en el espejo -, sé que tienes el coraje suficiente para saber lo que quieres sin que importe nada.

Su hijo se volteó y le abrazó quién  por primera vez veía cierta ilusión y esperanza en su mirada. - Anda, dime. ¿Es alto? ¿Mayor que tú? ¿Dónde os habéis conocido? - comenzando a dudar, cualquier respuesta sería un problema, sí era más alto o mayor... pero debía aceptarlo. Su hijo sonrió ante la desvergüenza  de su padre, que siempre lo metía en embrollos y había creado entre ellos un ambiente sin secretos, respondió con la misma naturalidad:

- Es Rodolfo...

- ¡El camarero! ¡Lo sabía! Pero... es mucho mayor... - su padre se asustó sólo por un momento - Bueno. Eso ahora no importa, lo que importa es... - hurgando en un cajón -, que te veas guapo - rociándole un poco de su colonia -. Y así estoy seguro de que te pedirá otra cita. Aunque, claro, que ya te ha visto con vaqueros y sudaderas holgadas... así que no puede no gustarle mi niño con la carita limpia y un poco de colonia...

- Gracias - abrazándolo.

- ¡Madre mía ya está aquí!

- Calma. No pasa nada - abrazándolo fuerte -, anda. Vete.

Mírame: te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora