Es que...

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La mañana había amanecido fría y lluviosa. El otoño estaba cerca. Rodolfo despertó entre un ambiente cálido y denso; entre sombras grises que resaltaban la habitación azul francés, con una sonrisa en el rostro. Seguía recordando esa noche, en el beso que le había dado a Polo. Hablando de él... decidió mandarle un mensaje.

Intentó encender la lamparilla, pero no funcionó así que buscó a tientas su móvil, intentó encenderlo pero no tenía pila. Buscó su reloj pero no veía nada. Salió en bóxer y camiseta para encender alguna luz, pero ningún interruptor servía. Respiró profundo: - ¿Quién debía pagar la cuenta de la luz? - preguntó abriendo la puerta de la habitación de sus amigos, que era un poco más oscura por dar hacia otro edificio.

- Yo pero... - dijo Oriol sin abrir los ojos -, es que el tío de la renta ha venido pidiendo el pago antes de tiempo... - la oscuridad le impedía abrirlos así que a tientas intentó encender la luz.

- Nos la han cortado.

- Pero sí sólo ha pasado un día... - intento justificarse Oriol.

- Sólo eso basta.

En cuanto llegó al aula buscó un sitio donde cargar su móvil.

Estaba distraído que no vio quién llamaba. - Ahora eres tú quién no me coge el móvil... - dijo en un tono burlón tan pronto escuchó el: "¿sí?" De Rodolfo.

"Polo, hola. Es que alguien olvidó pagar la cuenta de la luz y no ha cargado mi móvil..." Le respondió nervioso rascando su nuca.

- No te preocupes. Sólo quería atormentarte un poco... - confesó Polo, mordiendo su pulgar. No tenía por qué hacerlo pero quería llamarle. Ahora quería llamarle - mientras comienza mi clase... - y luego un silencio; un silencio donde el uno podía escuchar su respiración del otro, risillas ocultas, imaginándose cada sonrisa.

"Podemos quedar más tarde..." Polo sonrió al oírlo y aceptó la proposición. "Pues nada, te paso a buscar..."

Pasado el medio día Rodolfo estaba ya impaciente porque acabaran las clases. Cuando por fin ocurrió eso, tenía el tiempo justo, no podía haber distracciones. Sus amigos siguieron hasta el parking, ahí vieron que tuvo algunos problemas técnicos...

- ¡Pero por favor! - pisando el acelerador y forzando el auto.

- ¿Pero por qué tanta prisa? - preguntó Raúl.

- Que quería ir a por Polo y tal pero... - bajando del auto - Es que no hay forma de que arranque...

Oriol se puso al volante y lo puso en marcha. - Chico, sí te tranquilizaras, no ahogarías al pobre auto - Rodolfo le agradeció con la mirada y aceptó el consejo. Miró la hora, había pasado ya media hora, seguro que Polo se había ido ya.

Rodolfo se sentía derrotado.

- Bueno, ¿y esa cara? - preguntó alguien detrás de Rodolfo. Giró, todavía ausente por pensar en Polo

- Es que... ¡Todo! - girando para responderle a - ¡Polo! - asombrándose de verlo ahí. Con una camisa a cuadros, vaqueros y zapatillas Converse; con las manos ocultas y una sonrisa picarona - ¿qué haces aquí?

- Pasaba por aquí y aproveché para verte. Traje el almuerzo - mostrándole un túpper con algunos canapés -, espero no interrumpir nada... - admirando inocente a Rodolfo, saludando con la mano a los chicos.

- ¿Qué, tú interrumpir? ¡Nunca! - guiándolo a un sitio tranquilo.
- ¿Tienes recados por la zona? - ofreciéndole asiento sobre el césped más verde del campus.

Polo soltó una risa - Es que... - nada, no tenía ni una excusa, pero -, la verdad es que no tengo una razón en específico. Sólo quería verte... - poniendo delante de él el túpper. Rodolfo se limitó a sonreírle y a tomar uno de salmón.

Estuvieron sentados un buen rato riendo de los chistes de Rodolfo. Los canapés se había acabado, pero las miradas y silencios se alargaban con forme avanzaba la tarde.

- ¿Ya estás listo? - interrumpió in guerra de miradas. Rodolfo levantó la mirada.

- José, él es Polo. Polo, un compañero de clase... ¿para qué? - sentándose mejor, llevaba un par de horas sentado como indio y había notado que le dolían las piernas.

- Para el examen. ¿Para que más? Sí es hoy en una hora...

- Lo había olvidado.... - recordando que era miércoles y no jueves. Miró a Polo.

"Adiós" se despidió el joven de Polo y este al ver la preocupación de su acompañante, se preparó para la partida -, entonces yo...

- No te vayas... - lo sostuvo de la mano -, por favor.

Polo lo vio. Parecía que había leído su mente. Sonrió. - Con una condición, déjame jugar con tu cabello...

Ambos contuvieron una sonrisa.

- Vale - aceptó el universitario, acostándose sobre su pecho y se puso a leer; Polo se sentó con las piernas cruzadas cerca de él, enredando un par de mechones en su dedo; su cabello relativamente seguía corto por lo rizado de cada mechón, pero sólo la cresta, los lados estaban cortos; sonrió contemplándolo, ideando un plan para acabar con el apresurado aburrimiento; así que cogió su libro de las manos y le dio un tirón. Lo que no pensó fue que se movería para seguirlo y lo tumbaría para quedar encima de él. Ahí, tan cerca que su respiración chocaba con la suya, la distancia ideal para poder oír que sus corazones comenzaban a latir como uno. El trecho perfecto donde no cabían mentiras y podía verse en los ojos del otro, lo enamorados que estaban.

Polo se sintió incómodo. Así que quiso romper la tensión con algo muy sucio: - ¡Espera no! - gritó Rodolfo al sentir los dedos de Polo bailar en su vientre; cosquillas. No les importaba estar en mitad del campus universitario a la vista de todos. Pensó que estaba ganando, pero Rodolfo cogió su mano y contraatacó dando un par de vueltas más y quedando ahora él debajo.

Rodolfo le quitó una hoja que se había quedado atrapada en su cabello revuelto y le sonrió. Haría lo que fuera por verlo sonrojarse así todo el tiempo.

- Debo irme - confesó tan pronto recordó algo -. Padre debe estar preocupado - sacudiendo su cabello y su ropa llenos de césped.

Rodolfo lo vio partir desde el suelo, corrió hasta cansarse. Polo estaba dando vueltas sobre la arena. Había llegado a la playa, quiso decírselo, quiso gritárselo: "me gustas" pero es que era un cobarde. Le gustaba. Le gustaba el novio de su mejor amiga. ¿Qué le iba a decir? - Rodolfo, me gustas... ¡No! - por supuesto que no, se oía tan ridículo. Se tiró en la arena sintiendo toda la frustración del mundo. En ese momento, el sabor de esa media tarde cuando lo vio alejarse de él mirando a Amanda apareció. ¿Y sí él no sentía lo mismo? Se vería como el mayor idiota de la vida. Mordió su labio. ¿Serviría de algo decírselo?

Mírame: te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora