Un verano nada peculiar

905 87 1
                                    

Polo

Mi reflejo es algo extraño. Creí que el verano me ayudaría a dejar de parecer todavía un crío, tal vez crecer un poco, pero sólo lo hizo con mi cabello denso y poblado color azabache, que, a fuerza de peinarlo siempre de lado se ha ondulado por lo que entre mis pobladas cejas y este, dejaban ver sólo una franja de piel pálida, herencia directa de padre. Mi sonrisa es una línea larga de delgados labios poco visibles que la remataban.
Me detengo a mirar mis ojos. Es lo único que ella me heredó, de no ser azules, sería la viva imagen de padre.

Aprieto mis dientes y los músculos de mis mejillas huesudas brincan.

Trato de no pensar tanto en ella. Jamás fue una mujer particularmente cálida conmigo. Ella siempre me tildaba de débil; que debía gestionar mis emociones para que no me afectaran. Sin insensibilidad me hizo elegir a padre cuando se divorciaron. Por ella, había dejado de hacer varias cosas que me gustaba hacer en Madrid. Por ella se había quedado en mi rostro una expresión de seriedad forzada que cada mañana trataba en baño borrar.

- ¿Listo? - me pregunta padre tocando mi puerta echando una mirada rápida al interior de mi habitación.

Por fortuna él siempre me hacia sonreír -. Sí - suspirando y cogiendo mi macuto. Hoy estoy particularmente nervioso.

Nunca tomamos el desayuno en casa a falta de alguien ducho en la cocina, lo tomamos en un pequeño restaurante cerca de mi Instituto. Durante este, mi padre me pide que de nuevo le diga mi plan. "Es simple" empiezo: hace poco más de un año leí sobre una App para encontrar un sitio donde y con quién sentarte a la hora del recreo en la escuela sin sentir esa presión de no conocer a nadie. Lo había planeado con Alfonso pero... él ya no estaba. Por un momento pensé en dejarlo pero eso sería cancelar mil y un cosas que había encargado ya para ello.

Entro en el aula y me siento cerca de la ventana, frente al profesor, un lugar estratégico donde las bromas llegaban poco y el sol pega primero.

- Eh, Polo. ¿Dónde está tu amiguito? - me grita Sandro desde el otro lado del aula, con el coro de risas de sus compinches.

Cierro los ojos. Hasta ahora entiendo por qué se ha ido. Ese chico de sonrisa retorcida era el bravucón del grupo. Se la pasa arredrando a todos aquellos que no son sus amigos y yo cada día tenía menos paciencia para sus memeces.

- ¡Y a ti qué más te da! - le digo aturrullándolo, exponiéndolo ante todos que también se quedan callados. Veo cómo aprieta los puños y comienza a caminar decidido hacia mi. No digo nada, trato de no demostrar que le tengo miedo.

- Buenos días - dice la profesora y él se detiene. Pero sé que no se va a quedar así, siempre quedaba la palpante amenaza de la salida del Insti.

Pasé a mi taquilla. Estaba emocionado, había sacado buena nota en el examen sorpresa de historia y eso me quitaba los nervios del recreo, hice una escala a los baños para ver que mis nervios no se notaran y para acomodar mi gorro de lana, no pude con mi cabello esa mañana que fue mejor opción y  hacia juego con mi sudadera azul de algodón pesado. Estaba emocionado, había seleccionado una mesa de la cafetería que se podía ver por todas partes de ella, así podían verme mejor. Había visto un par de chicos merodear la mesa, cogiendo fuerzas para sentarse. Algunos lo hicieron sin más, un par de chicas se acercaron y comenzamos a hablar y así poco a poco la mesa se fue llenando.

Que bien era oír y echar risas con otras personas. Había sido una buena idea.

- ¡También lo vi! Fue increíble... - respondo mirando a todos, dedicando mi mejor sonrisa de anfitrión, haciéndolos sentir confianza.

- ¡Pero bueno! - gritó alguien detrás de mi.

Ay no...

Miré a todos, tratando de calmarlos con una sonrisa, pretendiendo que ese grito no iba para nosotros. Pero claro que lo era y una fuerte palmada en mi hombro lo confirmó.

Mírame: te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora