II

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Por su ventana se podía ver la calle marrón poco transitada; se podía oír el eco de la zaragata de su vecina, Larios y el sol apenas rozaba el techo de su habitación azul aciano por las mañanas. Como aquella de verano en la que el viento de la tarde ponía a bailar las cortinas de gasa blanca al estar abierta. Estaba tirado a un lado de su cama leyendo un libro, su cabello esponjado llegaba poco más abajo de las gafas de leer que llevaba que tenía que apartarlo constantemente para leer. Su padre, preocupado porque desde el desayuno no había bajado, decidió ver qué le ocurría.

- ¿Todavía con el pijama puesto? - Polo levantó la mirada y vio a su padre entrar viendo lo limpio de su habitación y de fondo "cartas entrelazadas" de Zahara.

Claro que no le pasaba nada. Simplemente no tenía mejores opciones que quedarse a leer en su habitación. Llevando ya dos semanas haciendo lo mismo. Amanda y sus padres se habían ido a Zaragoza a visitar a su abuela materna así que planes para salir no tenía. Había dejado de ir a la playa con su padre porque siempre lograba colarse Lucio y siempre lo molestaba por no tener el cuerpo que él; no tenía músculos. Su cuerpo era delgado y fibroso por subir y bajar cajas casi todo el día. Encontraba estúpido que a su edad se preocupara por su cuerpo y de manera tan desmesurada como su hermano. Además, tenía la esperanza de crecer un poco más, y el ejercicio de gimnasio, que hacia su hermano, lo dejaría de por vida con su 1,58 de altura.

- Padre, es sábado - pasando página -, hoy no hay demasiado jaleo.

- Pero llevas toda la semana así.

Su padre le miró preocupado, pero pronto tuvo una idea.

- Venga, vamos a comer - su hijo no tenía planeado salir, quería quedarse en casa -, anda. Pa' que'spabiles.

Polo soltó un bufido y fue al cuarto de baño para alistarse. Se puso una playera azul de manga larga y unos vaqueros grises. El peinado siempre sobraba, jamás conseguía aplacar su pelo.

- Ya estoy - bajando las escaleras.

Tras el divorcio y su mudanza a Málaga, don Álvaro se había volcado en cuidar a su hijo menor, a preocuparse y procurarlo para que estuviera lo mejor posible, pero era casi imposible. La última escena con los amigos de Amanda habían confirmado que su hijo simplemente no encajaba en muchos aspectos de la vida de una chica como ella. A veces creía que era displicencia de su hijo el no tener amigos, pero él trataba por activa y pasiva hacerlos, quería ser normal.

Comieron en el mismo restaurante al que había ido hace unos días con Amanda. Miraba a todas partes con sus manos ocultas en los bolsillos del pantalón. Disfrutaba de la cotidianidad, del tiempo que pasaba con su padre y de alguna manera, había sugerido aquel sitio sólo por una cosa: que el mismo chico de unos 20 años, uniformado con un polo negro bordado que ponía Rodolfo les ofreciera el menú. Polo sonrió discretamente algo de lo que su padre se percató lanzándole una mirada cómplice. Era una persona alegre a pensar de todo y algo abrupto con algunas acciones, como hablar antes de que el camarero le dijera nada:

- Hola - sin despegar la mirada del menú -, un té helado de menta, una ensalada número dos, calamar relleno y... - mirando los postres -, uy, un sorbete de limón. Gracias - dedicándole una sonrisa infantil.

Su padre le miró antes de él pedir. El chico tomó la orden y se fue. Polo no dejaba de reírse bajito, algo que su padre notó y que no puedo evitar compartirlo:

- A ese chico le gusta Amanda - comentó bajito al verlo marchar.

- Ya - dijo escéptico y hablaron de otras cosas hasta que sus platillos llegaron de manos del mismo chico, que trataba de no temblar demasiado, de que su sudor en sus manos no le hiciera tirar los platos, viendo al chico que ocultaba su mirada debajo de su espesa melena color azabache, lo que hacía que toda la atención se postrara en su sonrisa, de la cual, salían desmesuradas carcajadas.

- Muchas gracias... - respondió Polo sin despegar la mirada de su platillo.

Su padre miró al chico y también agradeció. Polo le vio atendiendo otras mesas: tenía el cabello ralo, oscuro, no se podía ver bien el tono exacto, su brazos parecían ahorcarse con el puño del polo, pero era delgado, no llenaba lo llenaba de todo y... Sí giraba su cabeza sólo un poco podía ver que tenía buen trasero.

- Codos... - dijo su padre, haciendo rectificar su posición para comer. El chico miró a su padre a tiempo para que, Rodolfo, no le pillara viéndolo.

- ¿No extrañas Madrid? - preguntó su padre. A plena luz del día, sus ojos azulados se veían más claros y mostraban cierta inocencia. Le recordaban, cada vez que los veía, que algo había salido bien en su matrimonio.

- No - sin duda de sombro, tomando un poco de ensalada. Polo estaba convencido de ello y no lo extrañaba.

Dos años antes de la separación de sus padres, había dejado de tener amigos y de asistir a algunos eventos cerca del barrio convirtiéndose en una persona bastante nerviosa y con ansiedad. Su padre tardó un tiempo en enterarse que su hijo era martirizado no sólo por su hermano sino que también en el cole. Aunque había aprendido a controlarlo, a veces, en situaciones extremas le volvían esos ataques. Pero don Álvaro lo admiraba, no se daba por vencido a pesar de los resultados negativos.

La comida siguió entre anécdotas de los viajes a Barcelona de su padre hasta que el móvil de Polo vibró. Su padre le lanzó una mirada severa.

- Por favor - suplicó - es de Alfonso. No ha sabido nada de él.

Su padre aceptó sólo por eso.

Polo abrió el mensaje:

"De verdad lo siento pero no puedo. Me marcho"

Palideció.

El camarero volvía con la cuenta sonriente. Vio al chico un poco asustado pedirle algo a su padre a lo que él sin mucho problema aceptó.

- Muchas gracias - dijo don Álvaro recibiendo la cuenta, pagando y dejando algo de suelto para el chico.

- Buen... día... - bajando el brazo. No le había oído, el chico ya había abandonado el lugar.

"Polo, lo siento. Tal vez tú sí puedas pero yo no..." Fue lo último que escuchó antes de que el chico al otro lado del teléfono cortada la llamada.

Intento llamarle, pero no lo cogía.

- ¿Qué ha pasado? - preguntó su padre viendo a su hijo mirar el móvil ausente, mordiendo su pulgar.

- Eh... - tratando de contener sus lágrimas -, que... - pero no podía, simplemente pensar en ello... -, que Alfonso se ha transferido a otro instituto - al terminar de pronunciar eso, Polo se abalanzó sobre los brazos de su padre y se quedó ahí llorando por un rato. Se había quedado con su padre porque sólo con él podía llorar sin parar y por casi cualquier cosa sin que le dijera nada.

Por la noche Polo estaba tirado en su cama, pensando en alguna razón para la repentina decisión de quién era lo más cercano a un amigo que había tenido; con las luces amarillas suaves. Había tratado de llamarlo pero no volvió a coger el móvil. Tiró sus manos y se quedó viendo su techo.

Sintió vibrar sus tripas y se puso de pie de inmediato, pero su sonrisa se convirtió en un mohín de insatisfacción. No era él. Era un mensaje de Amanda que le mandaba una foto de donde estaba que como pie tenía:

"Te tengo un regalito"

Polo hizo una mueca, que se convirtió rápidamente en una sonrisa:

"A que no sabes a quién he visto hoy..."

Mírame: te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora