Capítulo 16

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Señoritas, les contaré un secreto. 

Cuando llega el momento, ese terrible momento, en que ya eres mayor de edad y tienes el deber de independizarte y comenzar a trabajar, les va a suceder esto.

No importa que tanto ames tu trabajo, que tanta vocación tengas ni que tan bien te caiga tu jefe, va a llegar el momento, ese temido momento, en que vas a desear matarlo.

No me siento orgullosa de ello, pero no soy una persona dotada con esa maravillosa virtud llamada paciencia.

Dios sabe cuánto intentaba no sacar a relucir mi lado contestador, sarcástico y grosero. Pero no era santa, no era perfecta.

No sé por qué motivo, pero Ian estaba de un humor de perros. Me había ordenado traerle como mínimo diez cafés, de los cuales, cinco escupió porque según él sabían a mierda y los otros cinco simplemente los dejo enfriar. Era mi trabajo, no me quejaba. Si mis cafés no le gustaban, podía irse a la mierda porque no era una experta en cafés.

No dejaba de gritar. Dios. La cabeza había comenzado a punzarme desde hace al menos cinco horas y me la pasaba dando paseos de mi oficina a la suya. A este paso, acabaría con piernas esculpidas y torneadas.

Desde que había llegado, el teléfono no había parado de sonar, Ian no había dejado de pedirme cosas y no me sentía muy bien. Tenía náuseas, estaba algo mareada y me dolía la cabeza. Quizá tuviera algo que ver con que no había podido bajara a almorzar por redactar un documento que Ian me había pedido, pero ya daba igual porque no podría comer nada hasta la hora de salida.

Lamentablemente, para eso aún faltaban tres horas más.

Quería matarlo. De verdad. Literalmente matarlo.

Por cada grito, por cada gruñido, por cada punzada en mi cabeza, imaginaba una forma diferente de asesinarlo.

Pero había tres razones que me lo impedían. La primera era que se trataba de mi jefe. La segunda, matar a alguien era ilegal y no me agradaba demasiado la idea de terminar en la cárcel. Y claro, la tercera y creo que más importante. Se trataba del padre de mi hijo.

—¡Cindy! —me llamó desde su oficina con esa maldita voz cabreada que había comenzado a odiar.

Soltando un suspiro y contando hasta un millón me levanté de la silla y con la mejor cara que encontré me planté frente a él.

—¿Se le ofrece algo, señor? —pregunté con voz servicial y la mandíbula tensa.

—Sí, se me ofrece algo. ¿Podrías explicarme por qué aun no tengo en mi escritorio los documentos que te pedí hace media hora?

—Yo... Lo siento, lo olvide. Ya mismo se los traigo —me disculpé con los dientes apretados.

Maldita sea, este dolor de cabeza no me dejaba pensar con claridad. ¿Cómo había olvidado los malditos papeles? Ahora probablemente me iba a echar la bronca.

Tonta, Cindy, tonta.

—Cindy, necesito una secretaria que sea eficiente, no una inútil —dijo con rostro inexpresivo pero sus ojos llameaban. Sus horriblemente lindos ojos verdes estaban a desbordar de rabia.

¿Inútil? ¿Este pedazo de imbécil acaba de llamarme inútil?

Mis ojos se llenaron de lágrimas y se instaló un desagradable nudo en mi garganta. ¡¿Por qué mierda estaba a punto de llorar?!

Él, al notar esto último, cambió su rostro inexpresivo por una expresión de auténtico arrepentimiento.

—Cindy, lo siento, no quise decir eso último. Es solo que no he tenido un buen día, sé que eso no justifica mi actitud ni que me desquite contigo, pero trata de entenderme.

My Complement. MADLY IN LOVE #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora