Capitulo 12

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Cuando bajamos al primer piso, lo sujeté de la muñeca recordándome el porqué de haber ido tan temprano.

-Vámonos- le dije sin más.

-¿A dónde?- me preguntó –Realmente ¿Dónde?-

Cerré mis ojos desesperado, él enserio no se acordaba.

-Al campo, vamos, hice bento- le dije caminando hacia la puerta.

-Eh, no- me dijo directo –No quiero ir ahí, lo dije antes-

-Ayer dijiste que sí iríamos- dije frunciendo el ceño.

-¿Eres un niño?- me preguntó molestándose por mi reacción –Si quieres ir, ve por tu cuenta-

-Naruto- dije de manera melosa para convencerlo –Vamos, te lo estoy pidiendo como amigo, y no tiene que ver con las condiciones-

-Ah, me va a obligar a decir que sí- volteó la cara a un lado pensando –No quiero que me convenza-

Lo miré de la manera más seria que pude, sin encontrar ningún argumento para terminar de convencerlo, solo quería que notara la necesidad a través de mi mirada, y se incomodó un poco.

-Ya, pero volvemos temprano- concluyó –Y no pierdas el tiempo haciendo tonterías-

Me alegré tanto que casi lo abrazaba y le besaba, pero la cocina estaba a solo unos pasos, donde habían dos personas que podían hacernos sentir muy incómodos de verdad.

-Es una cita- dije sin dejar de sonreír.

-No lo es-pensó frustrado –Dijiste que lo pedías como amigo-

-Como sea, me gusta estar contigo- dije inconscientemente.

Puso los ojos en blanco y caminó hasta la cocina, escuché desde ahí como le avisaba a los adultos que iba a salir, pero sin pedir permiso.

-Vamos- me indicó volviendo, pasando por mi lado para abrir la puerta.

-Cuida de Naruto- me dijo Irukasenseidesde la cocina. Le sonreí y asentí, luego apareció Kakashi a su espalda, levantando el pulgar en aprobación, parecía que ya alguien me había descubierto.

De igual manera, no podía importarme menos, saldría con Naruto, justo a lugar donde después no podría deshacerse de mí, como ya lo había pensado antes.

Él caminó delante de mi hasta que llegamos a una calle que yo jamás había visto, pero en la esquina había una parada de autobús. Se sentó y se cruzó de brazos.

-¿Cómo dije que sí?- pensó cansado.

Me senté algo ilusionado, con esa sensación derretida que causa cólicos de alegría. Él podía estar molesto todo lo que quisiera, ya lo compensaría.

Pasaron unos minutos de silencio, mientras que pensaba en la dirección del campo, y entonces apareció el autobús.

Se apresuró a subir sin esperarme y caminó por el pasillo hasta encontrar dos asientos libres juntos.

-Busqué uno juntos...vale que me estoy volviendo raro- pensó sonrojado –Te dejaré el asiento de la ventana, niño-

Me dijo dándome paso para sentarme, sonreí como el perfecto idiota en el que me estaba convirtiendo. Llegaba a un punto en donde todo lo que él decía o pensaba era absolutamente perfecto, y me hacía infinitamente feliz. Estaba cayendo más profundo dentro de este remolino de amor en el que me metí, y la consecuencia de ahogarme era de ciento dos por ciento.

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