Aquiles (Daria y Aquiles)

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La musa regreso al bosque después de un trabajo bien hecho. Ella era una musa joven, apenas había dejado la protección de su madre hacia unos años y, siendo su madre la reina Morinda, señora de las hadas, obtener su libertad y autosuficiencia no había sido nada fácil.

Pero aquí estaba, en el bosque más próximo a los mortales que ella conocía. Hacia algunos años que se había dado cuenta de lo que realmente era, una musa. Daria era hija, como ya se ha dicho antes, de la reina Morinda, el ser más bello que ella hubiese visto jamás, era tan perfecta como un rayo de luz, sus cabellos rosas colgaban en su espalda como una cortina de seda, acariciando sus enormes alas torna luz parecidas a las de una mariposa. Sus labios, tan rosas como las fresas y sus ojos, completamente negros, contenían tanta sabiduría como la tierra misma. Toda ella destellaba luz y dejaba un rastro de polvo mágico a su paso. Era pura perfección.

Siendo hija, no solo de un hada, si no de la misma reina de las hadas, era esperado que Daria resultase ser un hada también, pues esto resulto debatible cuando a pequeña había nacido sin alas, menos agraciada y con un destello mucho más opaco que el del resto de sus compañeros.

Daría había esperado que sus alas crecieran en algún momento, que su magia se hiciese más fuerte, que su polvo, proveniente de su mismo ser se volviese más potente y ser, algún día, igual a sus hermanas. Pero jamás paso. Tuvo que llevar una vida de tristeza e inferioridad al ver a sus compañeras y compañeros volar y divertirse en el cielo mientras ella los esperaba en tierra.

No había sido tan malo, no desde que lo había conocido a él. Un manchón blanco que jamás se detenía. Excepto para mirarla durante un momento, después continuaba su camino.

Un día el manchón se detuvo lo suficiente como para que la pequeña cría de hada se diera cuenta de que era una cría de elfo, un macho, de cabello blanco y ojos verdes.

Ella sonrió sin poderse contener, él era, un curioso ser. Él por el contrario frunció el ceño y ladeo la cabeza.

-¿Que eres? – pregunto el grosero crio.

-Un hada – soltó la pequeña con el mentón en alto.

-Mientes, no tienes alas. – dijo con esa vocecilla chillona.

-Ya crecerán – atajo la pequeña molesta.

El pequeño elfo la miro aun más detenidamente, el cabello del "hada" era de un rojo luminoso que se avivo ante el recordatorio de sus inexistentes alas. Su nariz era tan fina y erguida como su mentón, y sus ojos, eran enormes de un gris brillante.

El pequeño miro al suelo un momento y luego hizo una mueca.

-¿Quieres jugar?

-¿No prefieres jugar con las otras hadas? – pregunto la pequeña tratando de no esperanzarse.

El elfo las miro, las hadas en los cielos parecían realmente divertidas, reían y gritaban como si a pasaran en grande.

-No, ellas vuelan, yo no, y tú tampoco, así que... juguemos nosotros.

La pequeña sonrió. Desde ese momento comenzaron una amistad que duraría siglos.

Daría sonrió con melancolía al recordar a Eldrick. Lo extrañaba bastante. Miro la luna, él solía visitarla cuando había luna nueva, pero aun faltaban unos días para eso. Suspiro. Y volvió sus pensamientos al pasado.

-No creo que vallan a crecer. – soltó el pequeño.

-Dales tiempo, ya lo harán. – Soltó el hada convencida.

Oneshots en el Olimpo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora