El dia en que Ares eligió su designio

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Ares entro en la enorme sala del trono, el lugar era enorme, incluso para él, incluso para Zeus, los cíclopes quienes habían construido el lugar eran mucho más altos que los dioses por lo que era obvio que este lugar les quedara a los dioses... grande... pero esto a su padre más que intimidarlo lo enaltecía, al parecer.

Ares era un dios joven, hacia no muchos siglos su padre había logrado derrocar a Cronos junto a sus hermanos, había probado ser un dios astuto y fuerte... por eso fue coronado como el rey dios y todos debían rendirle pleitesía. Tiempo después desposo a su madre Hera y... lo habían concebido a él y a sus hermanas. En el mundo al fin había habido paz desde aquellos terribles tiempos en que reinaban los titanes y era su deber (de él y los demás dioses) mantenerlo así.

Al menos, era eso lo que Ares sabia, ya que no había estado ahí para verlo. Se suponía que él debía ser uno de los mejores dioses, digno hijo de Zeus pero jamás había podido cumplir tales expectativas. Ares siempre había tratado de agradar a su padre, de ser el hijo que el rey deseaba y merecía, desgraciadamente, no había podido... él simplemente no era suficiente...

Ares no era tan listo como Atenea, ni el más fuerte como Hefesto, ni el más divertido como Hermes, ni el más bueno de los dioses como el grandioso Apolo, él era... algo diferente. Algo que no agradaba a su padre... ni a ningún otro dios.

Desde pequeño había tenido esta... sed... si, esta sed de sangre, de dolor, de... lucha.

Aun recordaba la primera vez que había visto la guerra. Era un niño apenas y una tarde, desde la fuente de su madre, había echado un vistazo a la tierra, a los mortales que sus padres tanto adoraban, a él siempre le habían parecido aburridos, hasta esa tarde...

Un grupo de hombres se formaban en grupos y, vestidos con un increíble uniforme de metal, corrían hacia otro grupo de hombres con las mismas características y... luchaban, luchaban con honor, uno frente al otro y vivía solo quien era merecedor de la vida, solo quedaba de pie, el mejor.

Ares recordaba aun ahora, el estremecimiento que lo recorrió aquel día. Él quería hacer lo que aquellos hombres, quería ser valiente y fiero como ellos, quería pelear y ganar, quería ir a la guerra.

Durante varios años solo los miraba a escondidas desde la fuente de su madre, le entusiasmaba cada vez que escuchaba sobre alguna nueva guerra o algún combate, algún rey enfrentado a otro rey, algún usurpador tratando de quitarle el trono a algún monarca, sabia, podía sentir como la guerra se avecinaba y lo llenaba de éxtasis.

Con el tiempo, verlo desde la fuente de su madre ya no le satisfacía. Quería estar presente, quería oler la sangre fresca en la batalla, quería escuchar el rugir de las espadas contra la carne del contrincante. Así que comenzó a bajar a la tierra. Comenzó a acudir a las batallas, aunque siempre disfrazado de mortal para que nadie lo supiera nunca, en el fondo, sus gustos retorcidos y lascivos le avergonzaban.

Ares sabia que cada vez que se escuchaba la noticia o el rumor de una nueva guerra, él era el único en alegrarse, los demás dioses solían bajar la mirada ante esta noticia y negaban con lentitud, como si fuese lo peor que los mortales pudieran hacer, como si fuese un acto vil y sucio. Ares trataba siempre de no sonreír, de no hacer notar su entusiasmo ante esto pero su mirada brillaba y las comisuras de sus labios se curvaban un poco aunque él tratara de evitarlo.

Así que no mucho tiempo después, comenzó a... pelear.

Siempre disfrazado de mortal, con espada y escudo de acero común y corriente, algo nada propio de un dios, diría Zeus, pero a él poco le importaba. Se conformaba con correr directo hacia su enemigo y clavarle la espada en el vientre, le satisfacía verlo directamente a los ojos, cara a cara, cuerpo a cuerpo y ver cuando la luz de la vida escapaba de sus pupilas.

Oneshots en el Olimpo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora