La ira de la diosa reina

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Habían pasado un par de días desde que Ares batallara contra Hiperion, el titán se había esfumado, justo cuando la reina lo creía todo perdido. Su corazón se había detenido incluso antes de que comenzara la batalla pero no había podido hacer mucho por su hijo. Zeus la había detenido del brazo durante todo el día, a pesar de sus suplicas, el rey dios decía que había una lección que aprender para Ares.

Las silenciosas lágrimas de la reina conmovieron al universo entero pero no a su esposo. "Es por su bien" decía Zeus una y otra vez.

Hera supo que Ares moriría y fue entonces cuando se zafo del agarre de Zeus y corrió hasta él, se arrodillaría, suplicaría al titán por la vida de su hijo, pero Atenea llego antes. Y cuando al fin la reina llego hasta ellos, el titán se desvaneció. Todos lo hicieron, dejando a los dioses confundidos y desconfiados.

Ahora, su hijo se encontraba bien, de nuevo en Tracia y con su orgullo por los suelos pero vivo al fin y al cabo.

La reina llego hasta el enorme portón del templo de la diosa. Las mujeres abrieron la puerta vestidas con pedazos de telas transparentes que dejaban ver sus cuerpos por entero y en poses sugerentes. Seguramente pensaban que sería algún varón. ¿Y quién mas si no entraría al templo de Afrodita?

Al verla las mujeres se irguieron y trataron de acomodar sus prendas lo mas recatadamente posible, algo que por supuesto no lograron.

Hera traspaso el umbral sin siquiera mirarlas, como si fueran escoria que preferiría evitar, y era exactamente lo que la diosa reina pensaba de ellas.

-Llamen a su patrona. – soltó con voz sedosa y apenas audible.

Las mujeres corrieron a avisar a Afrodita de la presencia de la reina en su templo.

La mujer apareció sin demora, aunque lucia algo pálida y tenía la mandíbula apretada.

-Hera... mi reina – saludo con una reverencia.

Hera la mira sin mostrar un ápice de alegría, molestia, o cualquier otro sentimiento.

-Afrodita... - suspiro sin saber exactamente por donde comenzar – mi hijo ha batallado contra un titán – la voz de la reina era tan suave, y aun así se escuchaba por el templo entero porque ni un solo ser se atrevía a siquiera a respirar en aquel momento – por uno de tus caprichos.

Afrodita bajo la mirada y comenzó a sollozar.

-Oh Hera... tu mejor que nadie lo sabes, sabes qué clase de hijo haz engendrado, es un bárbaro... él, él...

Cualquiera hubiese esperado una bofetada, digna de una mujer como Hera, pero lo que callo a Afrodita fue la garra de Hera en su garganta. Las uñas de la diosa reina se encajaron en la blanca piel de la diosa del amor hasta que la sangre broto.

Afrodita no podía respirar y comenzó a tratar de apartar a Hera pero la diosa reina la tomo por sus largos cabellos castaños y tiro de ellos.

-Oh sí, yo se que clase de hijo he engendrado. Se quien es, y se lo maldito que puede ser, es sanguinario y arrasa con todo a su paso... pero también es dulce, protector y consciente de su fuerza. Jamás tomaría a una mujer sin su consentimiento, al menos... no en el lecho.

El agarre de Hera se volvió más fuerte. Afrodita sintió su tráquea rompiéndose aunque no perdió la conciencia, era una diosa después de todo. Sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo, pero esta vez de furia.

-Eres la mujer más malévola que he conocido Afrodita, no te importa quién perezca si con eso consigues tu cometido, por mas insulso que este sea. Pero te has equivocado esta vez. Te has metido con algo que yo valoro más que a la vida.

La lanzo al suelo como si fuese basura. Afrodita tosió sangre y cuando la miro se arrastro hacia atrás llena de pánico.

La diosa reina lucia... aterradora. Destellaba una luz dorada oscura y parecía salida de uno de los cuentos mortales sobre seres del inframundo que solo podían provenir de su imaginación. Los ojos de la reina eran totalmente negros y cuando hablo, su voz resonó por el templo entero como si fuese un eco presente en el aire mismo.

-Eres ruin y cruel, y una malagradecida. Has lastimado el corazón de muchos hombres pero pagaras por eso. Jamás tendrás nada realmente tuyo. Jamás tendrás una familia o un amor verdadero.

Afrodita encontró el poco valor que le quedaba ¿amor? Ese era su terreno.

-¡Yo soy la diosa del amor!

-Ya no más – soltó Hera con la lúgubre voz – de ahora en mas ese dios será ese hijo que según tú, has concebido con mi hijo.

Afrodita negó enérgicamente a pesar del dolor en su cuello. Ser diosa del amor era todo lo que era, sin eso... no era nada.

-Sentirás afecto, una y otra vez, pero jamás será correspondido y siempre, aquel ser pondrá a alguien antes que a ti. Incluso tus propios hijos. Has querido ser adorada y admirada pues lo serás, pero no por buenos motivos, de ahora en mas eres solo la diosa de las artes amatorias sí, pero siempre se te vera como algo sucio y que se debe esconder del resto del mundo. No serás nada, no eres nada.

Hera salió del templo de Afrodita, la diosa de la lujuria, a quien los mortales aprecian solo por lo que se hace en la oscuridad y como un terrible y sucio secreto. Para lo demás acuden a Eros, y si es muy hermoso el sentimiento seria Anteros. Afrodita de a poco terminaría siendo solo una mujer vulgar que se acostara con cualquiera que desatara su lujuria.

La diosa reina regreso a su templo, en donde encontró a una bastante mejorada Atenea, quien por cierto, se había ganado si no su cariño, si su respeto eterno.

-¿Cómo se encuentra? – pregunto algo avergonzada mientras fingía observar un pavorreal.

-Mejorando, muy pronto volverá.

-Su sed de venganza será inmensa.

-Sí, roguemos por qué no desate una guerra en el Olimpo cuando vuelva.

Oneshots en el Olimpo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora