El mito de Ío

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Hera estaba en camino, podía sentir su ira. Zeus trago saliva y pensó en algo que hacer, lo que fuera, una excusa, algún plan, algo que lo posicionara en aquel lugar sin levantar sospechas. ¿Pero qué? Era todo una enorme pradera, uno que otro árbol y... nada más que vacas a la distancia.

Zeus miro a la ninfa Io y sin pensarlo más la transformo en una hermosa ternera, blanca como las nubes y con ojos negros como dos gemas.

-Descuida, te regresare a tu forma en cuanto ella se...

-Zeus. - La voz suave de Hera solamente hacía que la ansiedad aumentara. - ¿Qué haces aquí? ¿Estás solo?

-Claro... ¿con quién más? – respondió el dios fingiendo demencia.

-¿Y las nubes?

-Me apeteció estar aquí... solo... solo con mis pensamientos... eso me... relaja... esto de ser el rey del Olimpo... es bastante...

-Oh querido... se que puede llegar a ser frustrante. – soltó Hera acercándose y tomando su rostro gentilmente. – Sabes que puedes contarme lo que sea...

-Hera... - tomo su mano y la beso con ternura. – No es nada... ya ha pasado... deberíamos regresar y...

Para su desgracia, en ese mismo instante la vaca mugió detrás de él. Zeus no supo si fue la ninfa tratando de dar aviso a Hera, estaba consagrada a ella después de todo, o si fue el mero instinto del animal quien la obligo a mugir, el punto fue que capto la atención de la diosa.

-Oh, y esta vaca...

Hera se acerco a ella, alejándose del dios, haciendo que este soltara su mano. La diosa acaricio el rostro del animal y la miro a los ojos.

-¿Es tuya? –pregunto y aunque Zeus no vio su mirada, supo de inmediato que había en ellos esa chispa de odio que siempre aparecía al ver a una de sus amantes.

-Un anciano me la ha dado en ofrenda esta mañana. Su plan era sacrificarla pero... lo he impedido.

-Hiciste bien, no es justo que un animal tan magnífico muera... mira sus ojos... parecen tener... inteligencia.

Zeus vio las enormes uñas afiladas de Hera demasiado cerca de los ojos de Io pero antes de que tuviese tiempo de hacer algo, la diosa se volvió hacia él.

-¿Me la obsequias? – soltó con una sonrisa casi infantil.

-¿Qué?

-Por favor...es divina... la cuidare muy bien... lo prometo.

Era una treta... un juego sádico entre ambos, el primero en admitir la verdad, perdería.

-Yo... - Zeus se rindió –bien.

Hera sonrió, una sonrisa casi sincera, casi dulce. Incluso dio un par de saltos y aplaudió como un infante haría.

-No hay nada en el mundo que pudiera negarte cuando me lo pides así... pero espero mi recompensa esta noche, por ser tan buen esposo.

Ella sonrió de nuevo.

-La tendrás. – Zeus se acerco para besarla pero ella se alejo. – Pero antes.

Hera se dio la vuelta y disipo la enorme nube que Zeus había convocado antes para esconderse junto a la ninfa. Para su sorpresa, el gigante Argos, a quien Hera había tomado como sirviente llego ante ellos.

-Argos, encárgate de mi nuevo animal. Vigílala... si pone una pesuña fuera de esta paradera, sacrifícala.

Dicho esto Hera tomo la mano de su esposo y comenzó a caminar junto a él de regreso al monte Olimpo.

Esa noche, Zeus se olvido de la ninfa gracias a las caricias de su esposa. Bien sabia que ella gozaba al creerse vencedora, y le entristecía un poco el destino de Io, después de todo, una vida de terribles penas era injusta para las pocas noches que pasaron juntos.

Un par de noches después mando llamar a Hermes.

A la mañana siguiente el grito de Hera se escucho por todo el Olimpo, la tierra y hasta el inframundo.

Zeus corrió hasta su esposa, ella lloraba de rabia ante el cuerpo sin vida de su sirviente. Io no estaba.

-Hera... cariño...

-No creas que escapara.

Así que el juego había terminado.

-Había pensado dejarla como una vaca el resto de su vida, viviendo en paz entre mis animales consagrados. Pero esto...

Se levanto, entre sus manos tenía los ojos de Argos.

-Esto no se quedara así.

Hera se refugió en su templo durante algunos días, días en los que Zeus no se atrevió a ir en busca de la ninfa.

La diosa incrusto los cien ojos de Argos en su ave favorita, el pavorreal.

-Ahora eres incluso más bello. – le susurro al ave antes de dejarlo libre para ir y lucirse por todo su templo.

-En cuanto a ti...

Su enrome fuente le mostro a la vaca, desesperada y perdida. Hera envió a una enorme mosca, que picara la parte trasera de la vaca quien desesperada por no poder deshacerse del animal, solo pudo correr.

La diosa estaba molesta, por culpa de Zeus había perdido a su sirviente Argos y a una de sus sacerdotisas. Dos seres a quien ella había llegado a apreciar.

Un par de lágrimas surcaron sus mejillas. Estaba cansada, simplemente cansada.

Vio a la vaca, correr desesperada y deseo que fuese Zeus... Zeus y no Io... pero eso no podría ser, porque comenzar una guerra contra su propio esposo, quien la igualaba en poder, seria destruir no solo el Olimpo, su hogar, sino el mundo entero.

Tendría que aguantar, aguantar una vez más, como lo hizo con Leto, Maya, Semele... y tantas otras...

Dio un grito desgarrador y la vaca cayo desmayada a orillas del enorme rio que acababa de cruzar. El Nilo.

Convertida de nuevo en mujer, Io levanto su mirada al cielo y agradeció a la diosa Hera, a quien había prometido lealtad una vez.

En esa misma orilla comenzaron sus dolores de parto y ahí mismo dio a luz a su hijo, al hijo de Zeus. Convirtió a Egipto en su nuevo hogar y jamás volvió a ver a su amado padre, Inaco... pero agradeció siempre a la diosa Hera el haber sido benevolente con ella, después de todo... pudo haber sido mucho peor.   

Oneshots en el Olimpo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora