Tocar el timbre y correr.

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Las mañanas en las las que olía a perfume barato, a cigarro, y a alcohol de cabaret, me pudrían el alma, el petricor de la lluvia, cuando caminaba a casa con la corbata en las manos y el pantalón arrugado, eran como esos cuentos de osados héroes, tenía que mantener la fortaleza, no correr, y tocar su puerta, el bar, del que salía mi superflua alma, era aquel donde solíamos beber, y voltear el significado del amor, voltear al derecho las sabanas de la vida.
Por eso, cada mañana, era un héroe, pues tocar a tu puerta, nos hubiera matado.

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