El tamaño de tu corazón.

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El día en el que entregué mi merced a tus manos. En el que permití que lavases mi ropa, que tomases duchas conmigo, el día en el que la vida se tornó algo pequeña, no recordé que tamaño tenía al inicio de todo lo nuestro.

Sólo puedo recordar lo inmensa que yo te veía, eras princesa, y yo sólo la alfombra hacia tu castillo.

Las paredes del mundo, se posaron en 9 metros cuadrados, ahí donde nuestro amor hacia sus necesidades,  la muralla China ahora quiso impedir que nuestras ideologías se mezclarán, solo que tú ganaste una primera vez más.

Al principio era divertido resbalarme entre tú cabello, tener cortos indebidos placeres a tu lado, ( y tener un  único lugar en el que yo mandaba, o al menos eso creo).

Con el tiempo ya no alcazaba tus labios, y me pisoteabas  ocasionalmente, y algunas veces casi siempre.  Mi ropa aparecía en los suelos de la casa, y no por la buena razón.

Yo no cambiaba más el foco que alumbraba nuestra relación, pues, necesitaba la escalera de tu espalda, la cual, había desaparecido, no pude más verme en el tocador de tus ojos, pues necesitaba el banco de tus rodillas, y esas risillas picaronas que lanzabas al aire que eran donde mi viaje se concebía.

Me sentí diminuto la mayoría de tu estancia en mi hogar, el hogar donde mi corazón te lanzaba la partida a ganar, y yo era el que perdía, apostabas a que podías quedarte con toda mi piel, y te llevabas hasta mis huesos. Los desiertos vinieron a darme un poco de su agua para que pudiera llorar un poco más, la madre tierra me dio algo más de tiempo para poder rogarte un minuto más, y el reloj de arena se echó más arena para ello también.

Lo único que faltó, es que Dios te diese orejas para que pudieras escucharme.

Medí al menos .02 centímetros y tú medias la distancia de la tierra y la luna(como mi amor
por ti), pero en cuestión de corazones, la proporción si que era inversa.

Tú tenías el mundo de mis sueños en tus piernas, esfumabas el dolor con dejarme sostener el trono de tus zapatillas sobre mis hombros, tu ponías todos los semáforos en verde hacia tu destino, y me dabas el mejor automóvil en tus gritos.

Me diste el mundo más grande, o tal vez solo lo vi así, por lo diminuto que me hiciste.

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