Casa de naipes

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La vida matrimonial puede ser exhausta, y excesivamente desorganizada. Dejas atrás tus propias pasiones para entregarlo todo por tu familia, y así crear un ambiente sano y cálido. Tom y Steve eran mi vida, y de cierto modo todo giraba en torno a ellos.

Desde el comienzo del matrimonio Tom y yo establecimos nuestros roles en el hogar. Yo tenía mi propio estudio en casa para escribir, a cabio de ser quien se quedara a ejercer el papel de madre. Y aun cuando ello jamás fue mi sueño, con el paso del tiempo terminé acoplándome a mi rol de esposa y madre abnegada. Tal vez no era la mejor en el papel que elegí tomar, pero siempre di todo por mi hijo, por hacer de él una pequeña personita educada y amorosa.

Aun recuerdo con nitidez la discusión que tuve con mi padre al darle a conocer mi decisión sobre casarme con Tom. Para entonces ya había publicado mi cuarto libro, y este había sido igual de exitoso que los tres primeros. Esto había usado mi padre como argumento para desacreditar mi decisión. Tenía más éxito del que jamás imaginé, mas dinero que nunca creí tener, y lo estaba tirando a la basura para jugar a la casita con un hombre que apenas estaba construyéndose a si mismo.

Pero yo guardaba ciertas esperanzas. Creí que Tom y yo podríamos crear algo grande estando juntos, que con mi amor y apoyo podríamos superar todos los obstáculos.

O así fue por un tiempo.

- Lana, dije que quiero el divorcio.

Cuando aquellas palabras volvieron a salir de su boca caí en shock, incapaz de procesar lo que el hombre que juró amarme acababa de decir, como si estos ocho años de matrimonio no hubieran significado absolutamente nada para él.

Intenté no entrar en pánico y dejar que mi cabeza formara teorías locas, una costumbre que se volvió habitual desde que mi hijo dejó de gatear para comenzar a caminar. Lentamente me volví, intentando no desvelar con mi expresión lo que sus palabras causaron en mi interior. Tenía que ser racional, evitar que las emociones se desbordaran tras causar una revolución en mi interior.

- ¿Divorcio?

Tom bajó la mirada, como niño asustado a punto de contarle a su madre sobre una travesura. Pude ver como sus hombros se tensaron, como su expresión se volvió culpable y sus manos se cerraban en puños. No me gustó su actitud, y me preparé emocionalmente para el próximo golpe, aun cuando mi corazón latía desbocado y mi cuerpo entero había comenzado a temblar a causa de los crecientes nervios.

- No creo... que debamos seguir juntos.

Me sentí mareada, por lo que tuve que aferrarme a la barra. De un momento a otro mi mundo se desmoronó como un castillo de naipes, mientras el príncipe cruel se mantenía erguido frente a mi, majestuoso y orgulloso.

Los pasos apresurados en el segundo piso me hicieron aterrizar en el mundo real. Fue entonces que recordé que el autobús escolar estaba por llegar, y que mi hijo era igual de observador que yo, por lo que rápidamente compuse mi semblante, y una forzada sonrisa se formó en mis labios. Me rehusé a mirar a Tom, y comencé a guardar los refrigerios que preparé para Steve en los contenedores de plástico.

Quería organizar mis pensamientos, y la mejor forma de hacerlo era manteniendo la boca cerrada y ocupar mis manos en algo.

- Hablaremos de esto luego, no tengo cabeza para pensar en este momento.

No dije más, intentando ocultar mis sentimientos con una sonrisa.

Tom no insistió, pero si tardó un par de minutos antes de que el incomodo silencio lo obligara a abandonar la cocina.

Querido Mío- Tokio hotel -Primera parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora