Querido Mío
- ¿Segura que te encuentras bien? -David me miraba preocupado, buscando respuestas en mi semblante. Nuevamente, había roto en llanto sin percatarme de ello. - ¿Sucede algo malo con tu cuñado? -Negué con la cabeza, limpiándome las lágrimas con una servilleta. Trate de sonreírle, pero era imposible el hacerlo, con todo el dolor resguardado en mi pecho.
-Estoy bien; solo un poco sensible. -David me tendió otra servilleta, sin apartar los ojos de mí. Me sentía extraña ante su mirada fija, y la forma en que su mano acariciaba mi espalda, con tal ternura que me hacía estremecer. -Son tantas cosas David.
- ¿Quieres hablar de ello, Lana? -Negué con la cabeza, atreviéndome a recargar mi frente en su hombro, aspirando su loción masculina. Era diferente a la de Tom, y por ello no me gustaba, porque no era mi esposo... no era Tom. -Todo estará bien pequeña, pero no llores. -David me acuno en sus brazos de forma protectora. Su pecho se sentía cálido, y me resultaba relajante sus acompasados latidos.
Nunca en mi vida me había sentido tan desprotegida, hasta que Tom me dejo vacía por dentro, condenándome al abismo, la tristeza y la agonía. Mi mundo era mi familia... pero ahora todo se había quebrado, y mi estabilidad emocional se había ido por la borda.
Me resultaba extraño estar entre aquellos cálidos brazos, y a la vez un tanto reconfortantes. Sabía que David no tenía dobles intenciones conmigo, pues eso sería una completa locura. Yo no era bonita, ni tenía un cuerpo de infarto. Pesaba alrededor de 69 kilogramos, lo cual no era favorable debido a mi baja estatura. No era atractiva, pues yo estaba muy lejana a la belleza y perfección.
David era el tipo de hombre con el que toda mujer fantasea. Su cabello cobrizo, corto y desordenado; sus ojos eran color verde, tan verdes como el césped y las hojas de los árboles. Su quijada cuadrada, su nariz respingada, sus labios de grosos adecuado a su semblante. Era esbelto, con escasa musculatura. Su estatura se acercaba a 1.85, tan alto y hermoso, como una escultura de mármol.
Él, ni en un millón de años, se fijaría en alguien como yo...
Y lo mismo paso con Tom. Yo no era como Ashley, Luisa, Miranda, Taylor o Jess, con un cuerpo perfecto y un precioso rostro. Yo estaba lejos de parecerme a aquellas chicas populares, y por ello las continuas críticas del colegio por la ballena que Tom tenía por novia.
Ahora comprendo el por qué Tom opto en buscar una amante. Nadie en su sano juicio amaría a una chica tan fea como yo.
- ¿Sigue en pie lo de pagarme la cena? -Interrogo, con un tono que me resultó gracioso. Sin siquiera notarlo, las sinceras sonrisas volvían a aparecer, como si nada hubiese sucedido. David me sonrió, fijando su mano en mi mejilla, provocando un intenso rubor en mis pómulos. -No creas que con una encantadora sonrisa me olvidare de tu promesa. -Con su pulgar limpio un par de lágrimas traicioneras, sonriendo con plenitud. -No lo hagas más Lana, que tu sonrisa es la obra de arte más sublime que he visto en mi vida. ¡Lo juro! -Levanto sus manos, sin borrar aquella divertida y burlona expresión. Nuevamente se torno serio, volviendo a agachar la cabeza. -No vuelvas a llorar. No me gusta.
-De acuerdo. -Saque la billetera del bolsillo de mi abrigo, dispuesta a pagar por el café. - ¿Ya sabes que vas a ordenar? - Le interrogue, volviéndome para observarlo. Fue en ese momento en el que caí en cuenta de su profunda e insistente mirada esmeralda. - ¿Sucede algo? -Interrogue con desconcierto, formando una lista mental de lo que podría estar mirando. - ¿Tengo algo en el rostro?
-Si. -Se acercó con lentitud, provocando el que mi corazón se detuviera, y mi mente se quedara totalmente en blanco. Su sonrisa albergaba sentimientos que yo desconocía, y que temía por ver. -Te has embarrado los mocos. -Mis mejillas se encendieron. Retrocedí unos pasos, cubriéndome el rostro con una de mis manos. Tome una servilleta, llevándomela al rostro con frustración. Fue en ese momento en el que David estallo en carcajadas, captando la atención de aquellos que disfrutaban de algún emparedado.
- ¿Qué sucede? -Pregunte, mas desconcertada que nunca. David demoro en responder, tratando de controlar su errática respiración.
-Sigo sin creer que hayas caído en mi broma.
Por impulso le solte un pequeño golpe en el brazo, frunciendo el ceño y formando un puchero. David continuaba riendo, con tenues y dulces carcajadas. Su sonrisa era perfecta y hermosa... pero no tanto como la de Tom.
¡Deja de pensar en Tom por una vez en tu vida!
-Hablando enserio. -David se volvió a inclinar, posando su mirada en nuestras manos. -Lana... -Me llamo, levantando el rostro, atento a mí, y solo a mí. -Estas más hermosa de lo que recordaba, Lana Smith.
- ¿Perdón? -Me levante del banco alto, sin dejar de mirarle. Su sonrisa no se desvaneció, pero el brillo en sus ojos lentamente se desapareció. - ¿Cómo sabes mi apellido de soltera? -David imito mi acción, introduciendo ambas manos a los bolsillos de su bata.
- Larga historia muñeca. Te recomiendo estimular tu memoria continuamente. -David me extendió la mano, retomando su sonrisa burlona y aquel fulgor en su mirada. Extrañada me fije en su mano, antes de volver a sus preciosos ojos esmeralda. -Mujer, muero de hambre y tú no me entregas el dinero.
- ¡Oh, perdón! -Le pague a la mujer de la cafetería, al mismo tiempo que David le entregaba otro billete.
-Un trato es un trato. Prometí pagar tu café y una tarta, a cambio de una exquisita cena. -Dejando caer un brazo en mis hombros me acerco a su cuerpo, bajando la mirada hasta mi rostro. -Aun me debes otra cena.
-Sigue soñando. -Le dije, tomando el capuchino y el expreso. David no tardo en comenzar a comer, llevándose a la boca grandes cucharadas de sopa. Me reí, tras recordar a un pequeño niño del prescolar, que hacia exactamente lo mismo que David. Su hermano, Georg, continuamente lo reprendía por su falta de modales en la mesa. Sin embargo, era imposible que David fuera aquel chiquillo del prescolar, pues él era robusto, y este muchacho era todo lo contrario.
- ¿Qué?, ¿Ya te enamoraste de mí? -Se volvió, formando una gran sonrisa en sus labios el muy cínico. Solté un suspiro pesado, volviendo a mi asiento.
-No, es solo que tienes residuos de comida en el rostro. -Y como una vieja costumbre, limpie su rostro con una servilleta. David se sonrojo al instante, aclarándose la garganta.
-Dios, hace siglos que no haces eso. -Aparte la servilleta de su rostro, frunciendo el ceño. Nuevamente hablaba de aquella extraña manera, y eso solo aumentaba mis inquietudes. -Lo siento Lana, estoy hambriento y no puedo pensar en otra cosa que no sea comida. -El retomo el color paliducho en sus mejillas, removiendo su sopa con la cuchara. -Deberías ordenar algo, que yo no estoy en el menú.
-Engreído. -Me limite a responder, comenzando a beber mi expreso sin azúcar.
- ¿No deberías beber ese café con tu esposo? -Cabizbaja bebí de mi café.
Si, tenía que estar bebiendo café con mi esposo, pero no me atrevía a volver a los estúpidos silencios prolongados; a sus miradas suplicantes y arrepentidas. A su lastima y exagerada cortesía. No deseaba estar a un par de centímetros de él, sabiendo que Tom estaba a años luz de mi alcance.
-Prefiero hacerlo aquí, mientras terminas de comer. -David no dejaba de mirarme, aumentando mi ansiedad y nerviosismo. Nadie me miraba de la misma forma que David lo hacía... claro, a excepción de Georg, el niño que vivía en la casa de junto, antes de que mi padre se volviera millonario por la compra y venta de compañías.
-Me apetece un postre.
-No abuces. -Ambos emitimos una tenue risa, sin dejar de mirarnos el uno al otro. Su mirada me resultaba familiar, solo que no recordaba en donde la había visto antes...
- ¡Lana!
Esperaba cualquier cosa, menos a mi esposo cabreado, con las manos empuñadas y la mirada obscura. ¡Maldición!
¡Maravillosa noche!
ESTÁS LEYENDO
Querido Mío- Tokio hotel -Primera parte
RomanceMi matrimonio nunca fue de ensueño, pero solo ahora soy consciente de lo prescindible que soy. Mi esposo no me ama, mi hijo me detesta, y no hay día en que no me arrepienta de mi elección. Me siento al borde, y no hay nadie quien me sostenga. En ed...