Cap. 4 Amigos

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  Querido mío
En la sala de urgencias predominaba el caos, y la angustia y ansiedad eran cada vez más evidentes en el semblante de mi esposo. Llevábamos más de una hora esperando noticias de Bill, pero todo parecía indicar que mi cuñado aun no salía de cirugía.
Yo me limitaba a mirar a Tom, sin evitar morderme las uñas por la ansiedad. Era un mal hábito que por años me esforcé en dejar, pero hace poco volví a retomar. Era mi única forma de soportar los ataques de ansiedad.
Tom se dejó caer en el asiento junto a mí, después de llevar horas dando vueltas como león enjaulado. Habíamos llamado a Grace para informarle sobre el accidente de Bill, por lo que no tardaría en llegar.
Uno de los doctores salió, retirándose el cubre bocas. Tom no demoro en ponerse de pie, acercándose al cirujano para pedir información referente al estado de mi cuñado. Imite la acción de Tom, alcanzando a escuchar un "La operación ha sido un rotundo éxito. De momento se encuentra sedado y en cama. Esperemos que mañana todo este mejor para poder darle de alta."
- ¿No ha sido nada grave? – Tom soltó un pesado suspiro, llevándose ambas manos al rostro. El cirujano negó con la cabeza, en forma de respuesta, lo que me hizo volver a la tranquilidad.
-Solo un brazo roto y un par de puntadas en la pierna. Bastara con unos días de descanso para que se recupere del todo y pueda continuar con su rutina. -Sonreí tras escuchar ello. Bill estaba fuera de peligro, por lo que no había nada de qué preocuparse.
Los prolongados silencios entre Tom y yo, eran ya una costumbre. Sin embargo, la cercanía entre nosotros era agradable, no como en las otras ocasiones. Mi esposo me tenía sujeta de la mano, acariciando el dorso de mi mano con el pulgar. Ninguno emitía palabra alguna, pero nos sentíamos cómodos con el ambiente surgido entre nosotros.
-Lana, ¿De que querías hablar esta tarde? -Mi cuerpo se estremeció en cuanto Tom formulo dicha pregunta. Me volví, encontrándome con aquella cálida mirada caramelo. Terminaría sucumbiendo ante sus encantos si continuaba comportándose meloso conmigo... y eso era algo peligroso.
Aparte mi mano lentamente, mirando cabizbaja el pequeño bulto formado en mi vientre. Si tan solo las cosas fueran distintas entre nosotros, ahora estaríamos celebrando ante la llegada del cuarto miembro de nuestra familia. Me mordí el labio, tratando de reprimir el llanto.
-Oh, Lana. -La forma en la que Tom me abrazo, fue tan similar a aquella ocasión, cuando Tom me consoló tras la muerte de mi padre. Trataba de confortarme de algún modo, tratando de compartir mi agonía. ¿Por qué se comporta tan dulce, si ha dejado de amarme?
Supongo que solo siente lastima por mí.
Ambos nos apartamos con lentitud, mirándonos el uno al otro. Sus ojos se encontraban vidriosos, a causa del llanto derramado ante la frustración de no recibir noticia alguna sobre el estado de su hermano menor. En cambio, las mías se debían a múltiples razones, entre ellas el que mi esposo ya no sintiera nada por mí.
Me levante, tratando de contenerme para no ser presa de los sentimientos y el dolor... no podía quebrarme, no frente a él. Tom imito mi acción, tomándome por los hombros. -oh, Lana. Cariño, te suplico que me mires. -Me negaba a hacerlo, por más acarameladas que resultasen sus preguntas. Esta situación se estaba volviendo una completa locura, pues no era tan fácil ser indiferente con Tom. Bastaban un par de palabras para hacerme sucumbir, y eso me frustraba, ya era evidente el que era débil ante él. Tom podía pisotearme, si así lo deseaba. Lo triste es que yo permitía aquello, y siempre lo había hecho en mi vida. -Todo estará bien. Bill ha salido de peligro, no hay de qué preocuparse ahora, ¿de acuerdo? -Levanto mi rostro, de forma en que él pudo visualizar las lágrimas que recorrían mis pómulos. -Todo estará bien Lana. Te prometo que todo saldrá bien a partir de ahora. No llores Ángel mío. Nunca me ha gustado verte llorar, siempre he amado el que encuentres el lado positivo de las cosas. Que esta no sea la excepción, Lana; puede afectar el estado de animo de Bill, si este llega a verte tan demacrada y abatida.
Me abrace de su torso, sin poder contener un minuto más aquella lagrimas traicioneras. Tom me devolvió el gesto, envolviéndome de forma protectora entre sus brazos, dejando pequeños besos en mi cabeza.
Si estuviéramos como antes...
Me aparte de Tom, aclarándome la garganta y limpiándome las lágrimas. Tom me dedico una mirada interrogante, mientras que yo me acomodaba el cabello tras de la oreja. -Voy por un café. Te traeré uno a ti también. -Tom asintió con la cabeza, desviando su mirada de la mía. Me encamine en dirección a la cafetería del hospital, sintiendo el cómo mi estómago protestaba por alimento; Sin embargo, las náuseas eran más fuertes que mi apetito. -Un capuchino y un expreso, por favor. -La mujer asintió con la cabeza, encaminándose a la máquina. Mire mi vientre, tratando de encontrar algo bueno en esta horrible situación. -Supongo que tú y tu hermanito son lo único bueno. -Sonreí desganada, tratando de no volver a llorar... era suficiente por esta tarde.
-Oh, ¿Acaso es usted, señorita Lana? -Me gire tras reconocer aquella voz tan familiar, encontrando aquel par de ojos hierbabuena que me alegraron la mayor parte de la tarde. Sonreí sin esfuerzo alguno, mientras que aquel chico se aproximaba a mí. Me fue inevitable el no observarlo, notando el uniforme azul y la bata blanca que llevaba sobre este. -Vaya, que dichoso ha sido mi día. Esta tarde he conocido a una adorable jovencita, y justo ahora la tengo frente a mí.
- ¿Eres doctor? -Vaya Lana, que inteligente eres. La pregunta del año, definitivamente. -Yo, lo lamento, sonó mucho mejor dentro de mi cabeza. -David sonrió con jovialidad, recargando su brazo en la barra de granito. Su mirada... Si tan solo Tom me mirara de la misma manera. – Supongo que trabajas aquí.
-Supone mal, señorita Lana. Solo estoy haciendo una breve visita. Mi profesor de universidad persuadió al director para que nos permitiera ser partícipes o espectadores en alguna de las cirugías programadas para el día de hoy.
- ¡Fantástico! -El nuevamente emitió una risita repleta de inocencia, antes de tomar asiento junto a mí.
- Hoy he visto tanta sangre y órganos, que la compañía cinematográfica de Japón se queda corta. -Negó con la cabeza, como si aquello le resultase desagradable, cuando en su semblante se notaba lo contrario. - ¿Y usted?, ¿Qué la trae por mis dominios, señorita Kaulitz?
-Mi cuñado. Sufrió un accidente esta tarde, mientras conducía en dirección a casa de su novia. -El rostro de David se descompuso, irguiéndose en la silla y fijando la mirada en el servilletero.
-Diablos... pensé que aquel anillo era una herencia. -Dijo, apenas audible. Sentí el cómo mis mejillas se ruborizaban ante tales suposiciones, por lo que rápidamente me vi en la necesidad de aclarar la situación.
-Oh no, creo que debí ser más clara respecto a mi situación. -David levanto la mirada, incrustando aquella preciosa mirada esmeralda en mis ojos. -Soy casada, y tengo un hijo de 6 años.
-Oh, ya veo. -David volvió su mirada al servilletero, luciendo... ¿Decepcionado? -En fin, supongo que no todas las chicas lindas se encuentran libres. -Antes de decir palabra alguna, me regalo una deslumbrante sonrisa, provocando extrañas sensaciones... no tan fuertes a las sentidas por mi esposo, pero si lo suficiente como para que el ambiente entre nosotros se tornara extraño e incómodo. -Pues es una pena, planeaba invitarte una tarta o algo de comer, pero he de suponer que tu esposo podría mal interpretar las cosas.
-Oh, por ello no te preocupes. Es más, seré yo quien te invite algo del menú. -David sonrió, de aquella hermosa manera, que podría provocar el que las chicas enloquecieran por él.
- ¿No importa si ordeno lo más costoso del menú?
-No. -Negué con la cabeza, sin borrar la sonrisa en mis labios.
- ¿Y qué sucede si ordeno dos cenas, en lugar de una?
-Igual invito.
David comenzó a reír, cubriendo sus labios para que sus tenues carcajadas no resultaran una molestia para el resto de las personas.
-Bien, señorita millonaria, me complacería invitarle yo aquel par de cafés, y una tarta en la misma cafetería de esta tarde. ¿Qué opina?
-Siempre y cuando usted acepte mi invitación para cenar. -Él se mordió el labio inferior, frunciendo el ceño al mismo tiempo, en un gesto ridículo y divertido, provocando el que yo emitiera una silenciosa carcajada.
-En definitiva. Su esposo es afortunado de tener a tan hermosa mujer como esposa. -Aquellas palabras las hubiera tomado como alago, pero ahora las cosas entre Tom y yo eran diferentes. Él era tan distante e indiferente conmigo. Tom no era feliz conmigo, y por ello quería el divorcio. Necesitaba la libertad para unirse a la mujer que ocupaba su corazón y pensamientos. -Lana, ¿Sucede algo malo?
- ¿Perdón? -Me aparte de golpe, en cuanto note la cercanía de David. El me miraba, enarcando la ceja y buscando respuesta alguna a mi distanciamiento pasajero, provocado por nada más y nada menos que mi esposo.
- ¿Lana, te encuentras bien? -Fue en ese momento en el que sentí el como una lagrima se resbalaba por mi mejilla. Nuevamente había comenzado a llorar, sin siquiera notarlo.  

Querido Mío- Tokio hotel -Primera parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora