Cap. 1 Mi querido Esposo

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Esta mañana me he levantado con una tremenda resaca. Supongo que el haber aceptado la invitación fue un tanto contraproducente. Sin embargo, desde que Tom me pidió el divorcio, me he sentido asfixiada en mi hogar. Estoy consciente de que la ruptura de nuestra relación, fue principalmente por culpa de aquella mujer. Aquella silueta sin rostro que ha vivido atormentándome desde que escuche a Tom hablar con ella por teléfono.
Las noches de insomnio con el paso del tiempo se han tornado como algo rutinario. El llanto no ha cesado, pero con el paso del tiempo, las lágrimas se han convertido en una demostración de mi debilidad, al continuar profundamente enamorada de mi esposo.
Su ausencia en el lado izquierdo de mi cama, a su calor corporal, a aquellas hermosas sonrisas, y su seductora mirada color caramelo, han aumentado mi agonía. Me era imposible el imaginarlo con otra mujer, por más que Tom se mostrara hostil e indiferente, una parte de mi ansiaba al Tom que había conocido en la universidad, con aquellas largas rastas, y aquella ridícula apariencia de mujeriego, cuando no era más que un romántico empedernido reprimido. Para muchas chicas pudo resultar algo ridículo de imaginar, pues todas tenían una imagen salvaje de Tom Kaulitz, cuando solo era un joven que reprimía sus deseos para satisfacer el de otros. Durante años me había preguntado el motivo por el cual Tom no mostraba a los demás aquella parte dulce y cálida que solo a mí me mostraba. Ahora, solo deseaba el que todo volviera a como antes, cuando solo a mí me mostraba aquel agradable lado suyo, y no a aquella extraña a quien siempre llamaba durante las noches, después de una exhausta jornada laboral.
Las preguntas no dejaban de rondarme, lo que era evidencia de las horas de ocio al no tener nada que hacer tras concluir con las tareas domésticas. ¿Sería guapa la amante de mi esposo?, ¿Sera una mujer con carácter?, ¿Qué habrá tenido aquella usurpadora que capto tanto la atención de mi amado Tom?
Mi vida se había vuelto una agobiante rutina, y las noches eran la peor parte de mi pesadilla. Tom ahora no solo me ignoraba, si no que ahora era cada vez más descarado con respecto a su infidelidad, restregándome en las narices su relación. Gracias al cielo, aquello cesaba en cuanto nuestro hijo se encontraba bajo el mismo techo.
Había vivido tanto tiempo amando a Tom, que es ahora que me percato el poco amor que sentía por mí misma, al soportar tales humillaciones y burlas por parte de él.
Estaba tan acostumbrada a escribirle prolongadas cartas respecto a mis sentimientos, que no me percate del daño que me provocaba el hacerlo, pues me mostraba la estúpida realidad, aquella que aún me negaba a creer. Mi marido había dejado de amarme, y yo, muy por el contrario, seguía amándolo como el primer día.
Con toda la pereza me levante de la cama, sintiendo el peso de la noche en vela y los 10 chupitos que había tomado con mis amigas la otra noche. Era sábado por la mañana, por lo que mi hijo se encontraba en casa, de igual modo que Tom.
Las cosas no marchaban del todo bien, pero por lo menos permanecía paz entre Tom y yo. Aun no se había desatado la batalla, pero estaba segura de que no tardaría.
Tras retirarme todas las prendas del cuerpo, me metí a la ducha, borrando todo rastro de lagrima que me evidenciara ante mi pequeño hijo. Además, no quería darle la satisfacción a Tom de verme tan abatida y destrozada.
A pesar de ahogar mi llanto, era imposible el frenar las lágrimas, y sentir aquella dolorosa sensación de pérdida. Estaba tan acostumbrada a llorar bajo el chorro de la ducha, pues el agua terminaba borrando parte del rastro.
Miraba mi anillo de bodas, recordando todas aquellas promesas de amor que Tom me había susurrado el día que me propuso matrimonio, tras enterarnos de la noticia más inesperada y hermosa de todas. Un pequeño se encontraba en mi vientre, producto del profundo amor que sentíamos el uno por el otro. Que ilusa había sido, y aun, continúo siendo.
Me abrace por los hombros, recargándome en los azulejos fríos del baño. Estaba consciente del desagrado que Tom comenzaba a sentir hacia mí, y aquel rechazo me lastimaba conforme pasaban los días.
Cualquier persona en su sano juicio se marcharía de la casa, pero no era mi caso. Yo no tenía a quién recurrir. La única persona que podía contar como familiar, era mi prima Luisa que vivía en Texas. Desde meses manteníamos contacto, y en nuestras largas conversaciones, el tema del divorcio salió a la luz. Luisa me reprimió por mi estúpido comportamiento para con Tom, al continuar procurándolo como la estúpida esposa que aceptaba la infidelidad de su marido, sin comprender el profundo amor que continuaba profesándole. Lo único bueno de todo era el apoyo que me brindaría en cuanto abandonara la casa, en caso de que Tom me echara de ella.
No podía pelear la casa, el auto o el dinero que Tom poseía, pues estúpidamente había aceptado el casarnos por bienes separados, a petición de mi padre debido a la riqueza que en aquel entonces mi familia poseía, y la cual perdió en malas inversiones. A mi padre jamás le agrado Tom, mucho menos la idea de casarnos, pues Tom no tenía riqueza, siendo un humilde muchacho, quien trabajaba arduamente para ser alguien importante en el mundo de los negocios... como ahora lo era.
El dinero no era lo que me preocupaba, ni el que dirán de los clubs exclusivos que frecuentábamos, y siempre odie. Estaba segura de ser el hazmerreír de todas aquellas refinadas damas. Yo solo deseaba volver el tiempo atrás, cuando era yo el gran amor de Tom.
Desganada me vestí, con aquellos viejos jeans que ahora me quedaban gigantes; una blusa de tirantes Carmín, y, un suéter viejo que usaba solo en casa. No encontraba mucho caso el arreglarme para lucir bonita ante Tom. El ya no me veía como una mujer atractiva, aunque nunca lo fui realmente.
Estas semanas había perdido mucho peso, debido a mi falta de apetito y las prolongadas horas de llanto. Enfermarme con frecuencia ha contribuido en mi mal, pero ahora eso me importaba muy poco. Mis pantalones y blusas me quedaban gigantes, pues ahora eran 2 tallas mayor.

Cepille mi cabello, mirando las ojeras bajo mis ojos. Era sorprendente lo demacrada que lucía ahora. "Con razón Tom se buscó a otra. No eres bonita."
No, nunca había sido atractiva, ni de buen cuerpo. Siempre había sido la chica gordita y agradable, aquella de quien todo el mundo se burlaba a sus espaldas. Aquello jamás me había importado, y mucho menos a Tom, pues él parecía orgulloso de tenerme como novia.
Claro que las cosas no permaneces del mismo modo para siempre.
El preparar el desayuno fue cosa de pocos minutos. No hacía falta preparar para mí, pues las náuseas aun me atormentaban. Y, sumando mi somnolencia, todo empeoraba. Tenía mi cita con el medico mañana por la tarde, después de recoger a Steve en la escuela para llevarlo a sus clases de guitarra.
Me sujete de la barra tras sentir un horrible mareo, sintiendo el estómago revuelto tras ver el desayuno. Sin más me dirigí al baño, cubriéndome la boca con la palma de la mano. En el trayecto me topé con mi tormento, recibiendo una mirada extraña por su parte. Levante la tapa del inodoro, sacando lo poco que tenía en mi estómago. Daba pequeñas arcadas gracias a que había vaciado mi estómago, pero mi cuerpo protestaba por mas vomito.
-Lana, ¿Te encuentras bien? -Me interrogo Tom, inclinándose junto a mí. La rabia recorrió mi cuerpo, y estaba a punto de alejarlo cuando volví a sentir pequeñas contracciones en mi vientre. Me lleve ambas manos a aquella zona, dejándome caer de espaldas, terminando recargada en la pared. Me miro, con aquellos hermosos ojos caramelo, revolviéndome el estómago una vez más. -Debemos ir al médico Lana. Esto está comenzando a preocuparme. No es normal el que te la pases vomitando, mucho menos si no haz probado bocado alguno...
- ¿Preocupado? -Solté una risa repleta de ironía y sarcasmo, mirándolo de una forma que jamás creí llegar a hacerlo. -Preocúpate por tu pequeña ramera, y déjate de hipocresía y falsa modestia conmigo.
-Lana, por favor...
- ¿Por favor?, ¿Por favor que, Tom?
-Lana, no te tomes esto como pretexto para hacerme sentir una mierda.
Sin pensarlo dos veces me levante del frio piso, sin apartar las manos de mi vientre. Le dedique una mirada repleta de odio, antes de comenzar a caminar en dirección a la puerta.
- ¿Te hago sentir una mierda, Tom? -Negué con la cabeza, apartando el cabello de mi rostro antes de cruzar ambos brazos. Sentía la enorme necesidad de propinarle una bofetada, pero me contuve, pues ello podría afectarme durante el proceso de divorcio. No deseaba que Tom quedara como un santo ante el juez, cuando peleáramos por la custodia de nuestro hijo. -Pero si no es necesario hacerte sentir lo que ya eres. Tom, tu eres un maldito cerdo. Un poco hombre que es incapaz de cumplir una estúpida promesa de niños.
-Ya basta Lana. -Agacho la cabeza, empuñando sus manos con fuerza. Pareciera ser que se contenía para no cometer ningún tipo de estupidez.
-Oh, vamos Tom, no te puedes quejar por un par de verdades que llegue a escupirte. -Me acerque a él, retándolo con la mirada. Él se levantó, encarándome como lo deseaba. Pude apreciar nuevamente aquel toque salvaje en tus ojos caramelo, y es extraño el volver a sentir el cómo mis piernas se tambaleaban al estar frente a ti. No podía doblegar, mucho menos ahora que sentía tener el control en la situación, después de semanas donde me esforcé en evitarlo para no quebrarme frente a él como aquella noche. - ¿Te molesta Tom, el que hable mal de la prostituta con la que te revuelcas?
-Basta...
-Oh Tom, apenas he comenzado. No tienes idea de lo que puedo llegar a ser capaz con verte en la ruina.
-Cállate.
Cada vez notaba el cómo sus ojos se iban tornado más obscuros, muestra de la rabia que comenzaba a crecer en su interior. Por alguna extraña razón, verlo de aquella manera me traía cierta satisfacción. Me hacía sentir poderosa, capaz de hacerlo sentir lo más bajo e insignificante. Incrementaba mi ego... de algún modo captaría su atención.
-Metete en tus asuntos. Déjame tranquila, que yo estoy lo bastante grandecita para ir sola al médico. -Me aparte de él, sin apartar la mirada de la suya. – Quita esa expresión, Tom. Aquí no hay ninguna víctima. -Me gire sobre mis talones, caminando a la puerta del baño, sintiendo tu profunda mirada en mi espalda, algo que me estremeció de pies a cabeza. -Apresúrate en encontrar un apartamento, Tom. No sabes lo deseosa que estoy en que te largues de esta casa, y dejar de mirarte la cara. Solo me recuerdas tu traición... y lo mentiroso que puedes llegar a ser por un polvo. -Hice un esfuerzo sobre humano para no quebrarme frente a él... ahora no, después de este acalorado enfrentamiento. El primero de muchos, de eso estaba segura.
Toda la tarde me la pase encerrada en la habitación, sentada al borde de la cama y mirando a la nada. Las lágrimas salían silenciosamente, y, mi corazón, cada vez estaba más destrozado.
Muy a pesar de todo continuaba amándole, y no encontraba forma de persuadirlo en su decisión de abandonarme.  

Querido Mío- Tokio hotel -Primera parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora