Mi gran amor
Era una noche fría, sin duda alguna. El invierno era cada vez más próximo, y la temperatura iba en descenso. Me preguntaba el cómo se encontraría mi apartamento durante aquella temporada, puesto que no contaba con calefactor.
Recuerdo que mamá odiaba los inviernos, muy a pesar de contar con calentador y chimenea. Ella estaba acostumbrada al clima de Florida, por lo que puso resistencia cuando papá trataba de persuadirla para mudarnos a Alaska. Desde mis 4 años, hasta mis 17, me había criado en una de las zonas más frías de Alaska, que incluso en verano la temperatura resultaba ser más baja que la de Florida durante invierno. Mi madre lo odiaba, pero yo lo amaba. Solía frecuentar el lago congelado durante los inviernos, usando los patines que una vecina había sacado en una venta de garaje, pues su hija había dejado de usarlos tras un accidente en una competencia de patinaje. La pobre mujer no quería volver a ver aquellos patines en su vida.
Durante años mamá trato de persuadirme para abandonarlos, pero a mí me encantaban, a tal grado de participar en competencias.
Y bueno, a eso me dedico ahora. Encontrar un patrocinador no me resulto tan sencillo; sin embargo, gracias a la influencia de mi padre en una compañía de embutidos, logro lo que tanto buscábamos. Ahora estaba en Nueva York, entrenando para las próximas olimpiadas de invierno... solo esperando a pasar la primera etapa.
Me descubrí los labios, suspirando con pesadez. El entrenamiento me había dejado agotada, por lo que ansiaba unas deliciosas sabanas calientes. Estaba segura que Sam trataría de obligarme a cenar kilos de calorías.
Era agotadora mi rutina, sin duda alguna. Había logrado ingresar a la universidad de Alaska, dejando a mis padres alucinados. Tenía planeado estudiar una carrera en línea, pero al final mi madre realizo mi solicitud, argumentando que no tenía nada que perder, pues probablemente terminarían rechazándome. Al final, resulto que si me habían aceptado, lo que aumento la euforia de mi querida madre.
Solo tenía hasta las olimpiadas de invierno para tomar una decisión. Me gustaba el patinaje sobre hielo, pero no era mi sueño precisamente... solo un deporte que desde niña había admirado y practicado, hasta el punto de convertirme en una excelente patinadora. Pero había quienes habían hecho todo lo posible para que yo estuviera en la lista de las mejores deportistas contemporáneas.
-Todos siempre esperan algo de ti, y sin preguntarte te obligan a hacerlo. -Susurre, introduciendo las manos en los bolsillos de mi sudadera. Mire en dirección a mis zapatillas negras, con una media sonrisa en mis labios.
El apartamento en el que vivía no era muy ostentoso. Sam se había negado al apoyo económico de sus padres, por lo que entre las dos nos costeábamos el departamento y los gastos extra. Busque en mi bolsillo la llave de la puerta, introduciéndola en la cerradura y girando el picaporte. Las luces estaban apagadas, indicio de que mi mejor amiga había salido. Deje caer mi maleta junto a la puerta, bajo el perchero de madera. Con toda la pesadez del mundo, me encamine a mi habitación. Sam no se molestaba por mi desorden, pero si me obligaba a recoger todo en cuanto repusiera mis energías.
Me deje caer en la cama, sin siquiera quitarme los zapatos o la ropa. Todo estaba tan silencioso, que agradecí al bastardo de esta noche por haber arrastrado a mi amiga fuera del departamento.
Pero, como costumbre del destino, mi tranquilidad se esfumo en cuanto mi celular comenzó a sonar. Lo ignore las dos primeras veces, pero al final termine respondiendo.
Sam, la muy bruja, no tenía intención de dejarme descansar un viernes por la noche.
Termine levantándome, desvistiéndome en el trayecto de la habitación a la ducha. Sam y su amigo pasarían a recogerme en una hora, lo que bastaba para que yo me arreglara. La ducha que me di fue breve, muy a pesar de que ansiaba quedarme más tiempo bajo aquel chorro de agua caliente. Tome un vestido rojo de mi closet, uno que no me quedaba tan corto, pero si era ceñido a mi cuerpo, de corte en v en la espalda y sin mangas, sujetado por dos tirantes alrededor de mi cuello. El vestido me llegaba por arriba de las rodillas, dejando a la vista mis largas y delgadas piernas; o como Sam las llamaba, mis piernas de palo.
Seque mi cabello, dejando caer las ondas por mis brazos y espalda, colocándome un pequeño broche que apartaba un par de mechones de mi rostro. El maquillaje fue un tanto natural, sin colocarme base y solo colocándome rímel en las pestañas, sobras tenues en los parpados, y un labial carmín en los labios. Con eso bastaba para mí, y esperaba que Sam no insistiera en maquillarme.
A las 10 en punto, Sam y su amigo, de nombre Jonhatan, me esperaban frente la acera. Sam, como de costumbre, portaba un hermoso vestido por los muslos, con aquellas enormes zapatillas de tacón de color negro. Era muy guapa, con un cuerpo increíble... todo lo contrario a mí.
Y bueno, como todo viernes por la noche, visitábamos el Columbus, el antro de moda de la ciudad. Mi amiga y su cita me dejaron en la barra, mientras que estos bailaban frenéticos en la pista. Yo acostumbraba salir, importándome muy poco si no contaba con pareja alguna. Al final, terminaba encontrando un chico solitario, quien terminaba acompañándome. Sin embargo, estaba lo suficientemente cansada como para salir a bailar un poco.
- ¿Está ocupado este asiento, señorita? -Sin siquiera volverme, asentí con la cabeza, bebiendo de mi margarita.
El sujeto en cuestión, ordeno un Vodka, recargando ambos codos en la barra. No era discreto en mirarme, pues sentía como si tratara de devorarme con los ojos. Intimidada me gire con lentitud, encontrarme con unos preciosos ojos caramelo. Mi corazón salto como pequeña pelotita, rebotando de un lado a otro, provocando que la manada de elefantes despertara y comenzara una estampida en mi estómago. Millones de fuegos artificiales comenzaron a detonar en mi interior, encendiendo una chispa que jamás en mi vida había llegado a sentir, como una descarga eléctrica que recorría todo mi cuerpo, erizándome incluso la piel. Su mirada era cálida y deleitante, que derritió aquellas enormes murallas que durante años yo misma había creado.
"No te enamores"
- ¿Soy o me parezco? -Interrogue mordaz, agradecida por que en la obscuridad no se notara el rubor en mis mejillas. El chico elevo los extremos de sus labios, volviendo a provocar el caos en mi interior.
- No. -Respondió, con aquella hermosa voz, provocando el que la pelotita en mi interior rebotara por todas partes, desordenando la poca cordura que trataba de recobrar. -Resulta, señorita, que si es usted.
Mis mejillas nuevamente se comenzaron a sentir calientes, tanto que incluso pensé que aquel sujeto si notaba aquel rubor, regodeándose por provocarlo con sus sonrisas y su penetrante mirada.
- ¿De verdad?, Yo no tengo la remota idea de quién es usted -Respondí, aplaudiendo a mi increíble auto control. No sé el cómo no estaba tartamudeando en estos precisos instantes, siendo que me siento nerviosa hasta mas no poder.
- Tal vez no me recuerdes, pues solo nos hemos visto una vez en la vida. -Su sonrisa denotaba autosuficiencia... ¡Mierda, si nota mi nerviosismo! -Supongo que lo que necesito es una presentación formal, para que usted no vuelva a olvidarse de mí.
- Créalo o no, SEÑOR, al final terminare olvidándome de usted. -Me levante de aquel banco alto, sin dedicarle otra mirada.
- Gracias, Lim... por lo de la otra noche. -Me volví, encontrando una mirada triste. Algo dentro de mi pecho se encogió al notar aquel dolor en sus preciosos ojos caramelo.
"No te enamores"
- No sé de qué me está hablando...
- Tom... mi nombre es Tom Kaulitz.
- ¿Pregunte su nombre? -Interrogue, volviendo a sentir aquellos estúpidos fuegos artificiales. ¡Maldito autocontrol!
- Lo sé. -Me volvió a sonreír. No, no, no... ¡Maldita sonrisa encantadora!
Me lleve una mano al brazo desnudo, frotándolo continuamente. Su mirada y sonrisa, de algún modo, me mantenían con los pies fijos en la tierra, evitando el que yo tratara de apartarme de algún modo.
- ¿Puedo invitarte algo de beber? -Demore en responder, pero al final termine volviendo al banco, permitiendo el que mi cabello formara una cortina. Sentía su insistente mirada, y ello solo provocaba el que un escalofrió recorriera mi cuerpo entero.
- -Otra margarita.
- -Un Vodka y una margarita, por favor. -El barman asintió, dándonos la espalda mientras preparaba la orden. Aquel chico, cuyo nombre era Tom, no dejaba de mirarme, y eso aumentaba mi nerviosismo y rubor. Si soy franca, mi experiencia con los chicos era nula. -Luces hermosa esta noche.
- Con cumplidos y seductoras palabras, mi casanova, no lograra llevarme a la cama. -Me volví, deseando no hacerlo tras deleitarme con su preciosa sonrisa una vez más.
- No lo hago con la finalidad de seducirla. En verdad te vez hermosa -Se volvió a su vaso vacío de vodka, riendo silenciosamente. ¡Maldita sea, parezco Anastasia de cincuenta sobras de Grey, al ruborizarme por cada estupidez!
¡Controla tus hormonas de una maldita vez, Eliam!
- Gracias... supongo.
Su mirada nuevamente se volvió... y fue en aquel momento, tras toparme una vez más con aquella mirada chocolate, en el que me percate de una cosa.
El bastardo tenia razón respecto a que no me olvidaría jamás de él, tras aquel fortuito encuentro.
"No te enamores"
Oh, Tom.
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Querido Mío- Tokio hotel -Primera parte
RomanceMi matrimonio nunca fue de ensueño, pero solo ahora soy consciente de lo prescindible que soy. Mi esposo no me ama, mi hijo me detesta, y no hay día en que no me arrepienta de mi elección. Me siento al borde, y no hay nadie quien me sostenga. En ed...