Capítulo 7.

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Tamborileo mis dedos en forma ansiosa. Cada segundo que pasa me pongo más nerviosa. Miles de preguntas rondan mi mente en estos momentos. ¿Cómo tengo que comportarme frente a Christian? ¿Le gustará la comida que mamá y yo preparamos para él? ¿Elegí el atuendo indicado? ¿Haré el ridículo? ¿Mis padres lo molestaran?
¿Y si no llega? ¿Qué si no quiere cenar conmigo y mi familia?

¿Por qué rayos me afecta tanto?

El timbre me sorprende provocando que de un pequeño saltito sobre el sofá de mi recamara. Creo que mi corazón está a punto de salirse de mi pecho.

-Cariño. Están aquí..

Joder. Joder. Joder.

Rayos, unas inmensas ganas de correr se apoderan de mí, sin embargo mis piernas parecen no querer responder órdenes.

Tal parece que tarde un poco en responder pues mi madre entra a mi habitación explicándome que Christian y sus padres están aquí.

¿Los padres de Christian?

Genial. Un motivo más para morirme de los nervios.

-¿Todo bien cariño? Pareces un poco nerviosa - Mi madre se acerca suavemente y pone su mano sobre la mía dándome un tierno pero seguro apretón. Ella realmente esta preciosa con ese vestido negro que acentúa su cintura con zapatos bajos a juego y su cabello recogido dejando ver el dije en forma de corazón, que según se fue un regalo de mi padre para su primer aniversario de bodas

-Estoy bien- respondo, mi voz sale como un susurro muy chillón demostrando cuánta razón tiene Carla al dudar de mi seguridad.

-Sé que estarás bien- volteó a verla, su sonrisa inquebrantable me da un poco de valor.

Suspiró y seco mis sudorosas manos en mi vestido.

Mi madre se pone de pie tomando nuevamente mi mano. Me brinda seguridad.

Por un momento me transportó a cuando era niña, sintiéndome extremadamente pequeña. Mi primer día de clases; mis pulmones parecían asfixiarme, mis manos sudorosas están sujetas por las de mi madre. Ella parecía fuerte, muy fuerte, la observé unos minutos mientras ella me transmitía esa seguridad que siempre la caracterizó, yo me despedía de ella con mi mano, suplicando silenciosamente que no se marchara. Tenía miedo, mucho miedo, pero luego recordé la sonrisa que me brindó antes de despedirse ella también. Si ella no tenía miedo ¿Por qué habría de tenerlo yo? Así que deje de temer, comencé a relajarme, convivir con mis compañeros, hacer dibujitos y todas esas cosas. Fue un día increíble.

Después me enteré por mi padre que mi madre siempre estuvo con los nervios a flor de piel y que incluso el saber que su única hija iba a clases, que su bebé estaba creciendo la hizo llorar durante horas la noche anterior. Pero ella no demostró nada, como siempre hizo lo mejor para mí y me impulsó con sus alas, las que toda mamá gallina tiene, para lograr mi objetivo.

Cuando llegamos a la planta baja con lo primero que me topo es con un par de ojos grises que me observan, Christian lleva un pantalón y camiseta lisos negros, se ve muy sexy tanto que podría comérmelo con los ojos. Nos sostenemos la mirada por lo que parecen horas, claro que soy la ganadora y el termina apartando sus bellos ojos grises sonrojándose un poco.

Simplemente adorable.

Junto a Christian se encuentra una pareja, ambos lucen impecables. Ninguno aparenta tener más de cuarenta años. El que supongo es el padre de Christian lleva a su madre tomada de la cintura.

Cuando menos lo pienso estoy envuelta en unos cálidos brazos.

-¡Oh, querida! ¡No sabes el gusto que nos da el conocerte!

Juguemos al amor. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora