Lo que te escribí y nunca te dije.

Baile

Me aprisiona con fuerza. Siento deslizar sus manos de mi cuello a mi cintura. Su respiración cerca de mi oído.

Me atrae hacia él con fuerza, con desesperación.
Nuestros cuerpos chocan y nuestra respiración se agita.

Bailamos en una danza perfecta, sincronizada. Una mezcla de fuerza y seducción se apodera de nuestros cuerpos.

Mis manos tratan de alcanzarlo. Miro sus ojos, sus pupilas están dilatadas.

Danzamos en la oscuridad, las notas se agudizan, el ritmo sube, la velocidad aumenta.

Sus manos fuertes se deslizan por mi cuerpo insistentemente, chocamos, nos besamos.

Sus ojos y los míos se encuentran, decimos tanto en el silencio, en la oscuridad.
El baile termina, siento su dorso desnudo.

Ambos extasiados nos sonreímos. Desaparecemos.

La adrenalina corre por nuestras venas.  Por unos minutos soy libre de mi prisión corpórea.

Disfruto de esa felicidad momentánea y plena. Al bailar solo soy yo. Solo yo.

Somos yo y él danzando embelesados al ritmo de las cuerdas, de los instrumentos. De los sentimientos.

Soy libre, estoy completa, estoy viva. No importa si hay silencio u oscuridad.

Bailamos en medio de ellas, sin miedo, con pasión, con desesperación.
No importa nada más que ese frenesí de nuestro presente.

Me acaricia el alma con su entrega, con si mirada.

Cercena mi pecho con su pasión y exigencia. Se mete en mi pecho, en mis venas, esa pasión que me obliga a moverme, mi cuerpo se mueve con ligereza.

El baile me hace sentir viva, aunque sea por unos minutos, luego el público aplaude y el encantamiento se rompe. Me devuelven a mi realidad.