Estaba poseído, no había instante para pensar en otra cosa más que la delicia del cuerpo doblegado, postrado y sometido a mis deleites.
Desde un inicio tomar partido de la situación era fundamental para imponerme. "Venganza", perdí todo antes de que pudiera decir "no", vi las cosas más preciadas para mi escurrirse de mis manos sin oportunidad de guardarlas, no pude proteger, no pude opinar, perdí hasta mi capacidad de elección.
Subo a la cama; él retrocede. Percibo el temor. ¿Qué será, oh ángel demoníaco, lo que tu ropa guarde debajo?, ¿acaso más putrefacción y deterioro?, ¿o será la destreza de un alma en detrimento que no es más que un niño metiéndose a la cueva del lobo pensando que saldrá inmune?
Trata de huir. No me importa dejar su piel rojiza, ni siquiera es relevante. Cierto es que una vez iniciada la contienda ya no puedes hacerte a un lado. Cada emoción se vuelve gradual, entonces te fascina el aroma de los berridos y percibes la delicia de un gemido que nace del dolor.
—Me arruinaste la vida —.
—Por favor, te lo suplico, no lo hagas —.
Llora, humíllate. Alguna vez yo lo hice y fui ignorado, ¿por qué dejar que al karma llegue solo? Soy dueño de mi vida y voy a ejercer mi voluntad aún contra de la suya.
Ah, la delicia de lo estrecho. Ah, la flexibilidad y sus buenos frutos cuando se usa de forma adecuada. Eso era lo que quería ¿cierto? Llegar a los límites de su lado más sumiso; meterme en su mente como aquella noche metí entre sus piernas.
Me vi reflejado en ese par de pupilas. Faltaba un empujón para vomitar espuma de la boca y convulsionarme como un vil monstruo. Porque cada enfermo anhelo se vio pintado de una mancha purpúrea que descansaba sobre las sábanas.
Aquella noche, yo le quité todo, la libertad, los sueños, su felicidad, la inocencia, el recuerdo doloroso. Aquella noche yo le arrebaté la virginidad...