Capitulo 7. Última estocada

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"A papá se le ha caído un diente. Eso pasó hace un par de meses. Por entonces no le di la importancia que por supuesto debía tener desde el principio. Tan sólo lo tomé como una desventura en las vivencias del viejo; el deshecho de algo inservible; tan natural como la caída de la noche.



Esta tarde le he visto sonreír en todo su esplendor y por primera vez tuve miedo. De ese que vive en todo momento dentro de nosotros. En cualquier acción. En cualquier duda. En cualquier sonrisa. Sin embargo, se vuelve difícil de aceptar por temor a cualquier comentario ladino y burlesco. Igual que cuando aseguras el éxito de un plan perfectamente trabajado, pero muy en el fondo sigues temiendo qué tan seguro puede ser que en realidad se realice.


Mi padre envejece. Lamentablemente el paso del tiempo es algo contra lo que nadie puede luchar. Ni siquiera esos empecinados en volverlo cuantitativo para, por lo menos, no sentirse tan perdidos. Y mientras reviso cualquier trasto capaz de indicarme la hora, el minuto, el segundo exactos, me pregunto: ¿de qué sirve ser consciente si presente, pasado y futuro siguen burlándose de nosotros?

A papá se le ha caído un diente. Y con él se van pedazos de sus recuerdos. Otra extraña forma en que el tiempo le ha advertido lo cerca que se encuentra del último suspiro. Le ha clasificado ante los ojos de cualquiera. Lo ha hecho saber que él no puede escaparse de tan intenso sino.

Por eso en este día he venido a recordarte, querido ser inservible, que puedes escapar de la violación, el asalto, el robo, el soborno, la discriminación, el racismo, la pobreza, la hambruna, la prostitución, la injusticia, la guerra, la violencia, la persecución, la amenaza... Pero nunca, y anótalo bien, nunca podrás escapar del tiempo. Lo tienes contado. No lo puedes palpar, mucho menos registrar, pero ahí está. En algún lugar esperando por ese diente que también tu perderás y que probablemente miles de personas estén perdiendo mientras tú lees estas líneas sentado en cualquier lugar del hogar, creyendo que, como muchos, estás libre de los infortunios. ¡Vaya tontería!"



Según la escasa experiencia que tengo me he dado cuenta que los miedos nacen a partir del rango de edad en el que estemos. No puedo decir que tirar accidentalmente el caramelo que estaba disfrutando sea motivo para soltarme a llorar hasta que ardan ojos y garganta, pero para un niño esa clase de pérdida se vuelve una desdicha total que lo podría orillar a desgarrarse y lamentarse por el dulce imposible de recuperar.

Aunque admito que quisiera tener esa clase de temores. Me encantaría conflictuarme por esa especie de tragedias y no por una vida tan absurda que comencé a experimentar desde hace un par de semanas. Es cierto que tengo solvencias económicas bastante fuertes. Con solo tronar los dedos puedo hacer que cualquier empleado baile vestido de bufón frente a mi o que la chiquilla más atractiva de cualquier colegio me reciba con brazos y piernas abiertas. Puedo hacer, en fin, cientos de cosas como esas.

¿De verdad habrá gente que todavía crea que el dinero es significado de felicidad? Díganme dónde puedo encontrar esos dólares que garantizan una sonrisa que no duela, que no sea masacrada y triturada hasta volverse cenizas. Necesito hacerme millonario de esa clase de dinero.


Porque el mío. El que supuestamente me pertenecía ya estaba destinado a una persona. Y no era yo.


—¡He dicho que me sueltes! —.


—Mierda, ¿qué demonios te pasa! —.


Retrocedí en el momento que dejé de crearme absurdas fantasías en la mente y pensé en lo poco inteligente que es entregarme de esa forma a quien hace unas semanas me estaba destruyendo. Sigo considerando que esos milagros difícilmente ocurren en la vida real. Hasta ahora no he podido rememorar aunque fuera un momento donde ambos hayamos tratado de congeniar así que, ¿permitir que se tome esa clase de atrevimientos? No, no puedo. No quiero.

Matemos a cupido [EunHae]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora