"...y desde aquella vez no fui el mismo. Hasta ese día me pensé como un hombre capaz de controlar sus instintos. De una mente demasiado fría y superior a la del resto, con la seguridad de saber en qué momento alzar la voz o cuándo elevar una ceja que haría menos al trabajo de cualquiera. Seguramente todos a mi alrededor pensaban que nunca supe reconocer esa parte frágil y sin sentido como son los sentimientos. Que vivía tan encerrado en mi mundo ejecutivo y por ello me faltaba experiencia en otros campos más "importantes" de la vida. Sin embargo, ¿qué saben ellos de lo sistemático? Porque eso era: un método de protección. La famosa clave del éxito.Siempre funcionó de maravilla; no tenía fallas. Yo: el más perfecto plan de mi generación, trazado con los mejores detalles para no llegar al fracaso. A los ojos del mundano, la vida que siempre llevé fue clasificada como una niñez rígida en la que el crío de nueve años tenía que comportarse como un recién egresado. Muchos afirmaban la crueldad de mamá y papá al tratarme con tanta rudeza. Como dije, qué saben ellos. Mis padres estaban preparándome para sobrevivir; tenían claro que en algún momento me quedaría solo así que su trabajo era hacerme enfrentar la soledad con escudos de indiferencia.
Yo era un Bóreas en medio del verano. Incapaz de conocer lo cálido de un recuerdo. Sin el interés de atesorar cualquier sonrisa por más sincera que fuera. Pero, por estar tan entregado a las artes del desprecio, nunca vi llegar a mi Hestia.
...y desde aquella vez no fui el mismo. Esa mujer me robó todo. Se adueñó del aroma de mi automóvil, propagó su perfume en cada camiseta mía, me arrebató la comodidad de estirarme durante las noches en el ancho de mi cama, provocaba severos desequilibrios a mi concentración en horas de trabajo y se burlaba de sus hazañas regalándome de esos pastelillos que con tanto esmero cocinaba para la merienda. Ella, el ser humano más cruel que haya podido conocer, me lo quitó todo. Se deshizo de mi soledad".
Sin duda alguna tener resaca es de las peores cosas que puede experimentar un hombre. No te da la oportunidad de quejarte. Tan sólo llega y bloquea cualquier pensamiento capaz de decirte qué medida tomar para deshacerte de ella. No hay comparación. Yo, que he pasado la mitad de mi vida pretendiendo ser un gran conocedor de los altos mundos y la otra mitad la he pasado ahogado entre el whisky o el brandy, conozco perfectamente la diferencia entre una resaca de fiesta y la resaca de la debilidad humana.
Anoche me hice uno con la lluvia. Fingí que la mejor opción era tan sólo dar la vuelta y seguir caminando. De frente, sin detenerme, con la vista fija y desdeñando cualquier objeto que se me cruzara. Obviamente fue un total fracaso igual que el resto de mi existencia. El bombardeo de pensamientos fue tan intenso que me llevó a perderme en un territorio sin vida, gritando a los cuatro vientos como si alguien pudiera responderme. Irónicamente me encontraba rodeado de cuerpos que jamás me darían consuelo.
—Maldita sea... —llevé ambas manos a mi cabeza cuando el sol empezó a quemarme el rostro con más intensidad. Con dos dedos me apreté la sien intentando disipar las frenéticas punzadas que estaban propagándose por mi cabeza. Era consciente de que mi habitación se encontraba hecha un asco, aunque en realidad aún no estaba listo para enfrentarme al desorden que seguramente hice con tan sólo recostarme en la cama. La nebulosa carga de recuerdos del día anterior me atacaba cada vez más. Me sentía presa de una debilidad que ni siquiera yo era capaz de definir. Algo estaba atormentándome, algo estaba haciéndome volver al pasado. Ese del que quise huir desde hace años atrás.
Al enderezarme fue imposible esconder mi asombro en cuanto noté que estaba usando una ropa complemente distinta a la de ayer. Un pantalón de chandal y una camiseta sin mangas. No más. Del igual modo estiré la mano tras descubrir una gaza adherida a mi piel. No recuerdo cuándo me lastimé la mejilla o en qué momento. De algo estoy demasiado seguro: no me cambié, no subí solo a la habitación y mucho menos me tomé la delicadeza de limpiar un raspón que hasta ahora descubrí.
