"Voy lento y tranquilo. Al menos eso era lo que pretendía desde el inicio. Tantear el territorio y buscar pisadas estables. Para colmo de mi situación no podría aceptar entregarme por completo a los brazos de una chica incapaz de cruzar cinco calles sin aceptar que estaba perdida. Quizá veintiuno o veintitrés años. No creo que la edad sea relevante cuando en sus ojos todavía descansa la señal de inocencia más degradante. Esa que le hace ver ingenua, tonta, boba e irremediablemente estúpida.No hay forma de que en estas circunstancias pueda ver belleza en las acciones de la imitación de una chiquilla. Ella aprendía a caminar cuando yo ya estaba corriendo. Pronunciaba una palabra cuando yo ya estaba por terminar la siguiente oración. Formulaba una pregunta cuando yo ya tenía la respuesta pensada y perfectamente desglosada. Un fastidio. La desesperación en carne viva. ¿Qué tan irritante puede ser cuidar de un bebe en plena adolescencia? Ahora ya tenía la respuesta.
Ella es un cúmulo de eso que cualquier chico cuerdo como yo rehuye. No hay estabilidad. Cuando menos piensas explota y ni siquiera sabes el motivo. Se deshace en lloriqueos, cruza los brazos, hace un ligero movimiento con la quijada y se va. Dejando el rastro de una niña de siente años en el cuerpo de una mujer jodidamente perfecta. Físicamente, claro. Ella, ah, duele la cabeza solo pensarlo, es la completa definición de explosión, desastre, quiebre, choque, ruptura, estrés, maldad, desequilibrio. ¡Caos total!
... Probablemente por eso fue que me enamoré".
—Llegamos, Lee —fui consciente del gruñido desaprobatorio que mi garganta dejó salir en cuanto el motor del auto se apagó. Intenté frotar mi mejilla contra el asiento encogiendo las piernas hasta quedar prácticamente recostado hacia la ventana. Las buenas actitudes a veces son tan solo momentos que se fugan más pronto de lo que pudiéramos desear. Esa era una de mis tantas preocupaciones. Cuando el golpe de la puerta se escuchó intuí que me quedé solo en el diminuto deportivo rojo. Por supuesto, sería mucho desear que Hyukjae me ayudaría a ir hasta la cama. Se vale soñar y yo lo estaba haciendo de maravilla hasta hace unos minutos.
No tenía planes de moverme. Podría quedarme toda la noche con tal de no alzar ni un dedo. Más tarde le agradecería, de principio a fin si él quería. Ahora solo necesitaba volver a deslizarme en el enorme algodón de azúcar que soñé desde que me quedé dormido a medio camino. Pero no pasaron ni diez segundos cuando volteé hacia la entrada de la casa. No estaba. Es muy rápido. Probablemente se haya tirado en la sala sin necesidad de encender las luces. Son los privilegios de conocer tu casa a la perfección. Seguro yo habría hecho un desastre a mitad de camino.
—¿Qué buscas? —el respingo que di en mi lugar fue demasiado exagerado para mi gusto. Por instinto apreté mi camiseta en la zona cercana al corazón. Hyukjae abrió la puerta bastante rápido mirándome con una expresión entre burlesca y extrañada. Yo la calificaría como: bienvenidos al zoológico de bobos, al frente tenemos a Lee DongHae mostrando sus encantos de comedia. Sabe comer, hablar... E intimidarse ante su esposo.
Debería mejorar mis analogías.
—¿No piensas hablar? —asentí tan rápido que sólo le vi rodar los ojos apretándose un par de dedos sobre la sien. Estiró su mano dejando ver un cartucho azul con lunares blancos. Mis ojos fueron del diminuto cubo hasta el rostro de Hyukjae. Entrecerré los párpados intentando adivinar el contenido. Estando fuera de la casa era complicado ver con claridad. De hecho, me resultaba más complicado enfocarle el rostro. Se colocó a contra luz. Ya era demasiado tarde y las farolas tenues de la avenida no ayudaban del todo.
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