"Malditas hormonas. Anhelo volver a los días de la infancia en que, al sentir la pinchazón de la espina de una rosa, se lloraba con desolación durante largos minutos en donde cualquiera atendía al estruendoso llamado. Ahora, habiendo crecido lo suficiente para experimentar los horribles cambios de una pubertad fallida, he descubierto que la rosa no siempre se vuelve peligrosa en el primer instante. Se toca con un solo dedo. Se piensa que tal sentir, completamente ajeno a lo antes experimentado, es tan agradable al punto de volverse adictivo. Entonces se abraza todo a la rosa: esperanzas, deseos, pensamientos, suspiros, encuentros, dejavús, fantasías, antojos, sonrisas, cantos, desvelos, versos, fragmentos, gritos, semblantes entorpecidos. En fin, todo aquello que creíamos sólo nuestro.
Y después viene la espina. Se clava tan hondo que ya no hay forma de quitarla de encima. Se encaja a carne viva. Expulsa borbotones ardientes de sangre y se baña en las lágrimas doloridas del ingenuo que no pudo resistirse a los encantos de tan terrible ninfa. Así, tras la desesperación de un moribundo luchando contra vientos intensos y torrentes dolorosos, cargados de la punzante sensación de aquella espina, se busca escapar de la rosa. Pero ya es tarde. Se le ha entregado la vida, misma que puede decidir cuándo marchitarla o cuando soltarla para dejar que renazca, si es que quiere.
Maldita rosa; malditas hormonas; maldita infancia perdida; maldita nostalgia; maldita adolescencia tullida; maldita evolución; maldita espina; maldita decepción; maldita seducción. Maldito yo. Por haber sido tan ingenuo como para creer que aquella rosa sólo me había pinchado a mí y que, si se alimentaba de mi sangre, llevándose cuerpo y alma enteros, sería para siempre. Y no durante cortos lapsos en los que chuparía cada una de mis entrañas y las escupiría en peor condición de la normal.
Como sea, maldito amor".
Esta mañana el sol brilla tanto que tengo envidia. Me da la impresión de estar rebozando de una felicidad difícil de contagiarse. Por lo menos a los que constantemente nos llueve a cantaros y huracanes incesables. Esta mañana, me prometí con todas las fuerzas no darme un motivo para volver a llorar. Lo he hecho mucho desde hace un par de semanas y eso es algo que no puede tolerarse, ¿cierto? Empecé mal el día, pero mejorará,. Eso también es cierto, así que puedo darme el lujo de sonreír tanto como quiera mientras él no esté a mi alcance principalmente por dos cosas. La primera, poco a poco estaba descubriendo que su pleito cazado era sólo hacía mí. Durante el desayuno me quedó más que claro. Y la segunda, se me acababan los motivos lo suficientemente fuertes para sonreír estando en su presencia.
—Disculpe... —.
—Ah. Al fin. Ya tenía un par de semanas que no te veía —la sonrisa de la viejecilla con el uniforme de enfermera me dio la suficiente seguridad para sentirme más cómodo a pesar de las extrañas miradas que recibí en cuanto crucé la puerta del hospital. No es para menos, también se volvió viral la noticia de tener a la pareja "Lee" de regreso a la rutina más pronto de lo que se pensaba. Y sobre todo seguía siendo encabezado el hecho de unir dos compañías a través de un matrimonio "gay".
—Creo que no todas las lunas de miel son tan largas —me excusé.
—Sin embargo, sigue siendo muy pronto —dijo mientras avanzaba con la evidente intención de que le siguiera. Casi dos años de visitar día tras día, noche tras noche la misma habitación y aun así la mujer de cabello blanquizco seguía escoltándome con toda la amabilidad de una quinceañera a la que acaban de darle un empleo lo suficientemente atractivo como para dejar ver una bella sonrisa siempre que hubiera oportunidad.