3. Primeros movimientos Pt.3

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El guardián del hielo intentaba permanecer sereno ante sus propios temores y las dudas creadas tras la conversación con el semielfo. Aquellas palabras habían perturbado su mente: ¿estaría el Consejo involucrado en la búsqueda de la espada divina? «Imposible ―se convenció a sí mismo―. Debes calmarte», se dijo tratando de recuperar la templanza. La mañana llegó sin dilación alguna, los primeros rayos del amanecer consiguieron llegar hasta la habitación de Baren. El joven se resistió hasta que en su mente recordó que la criatura de orejas puntiagudas le entrenaría para convertirse en un gran caballero, como lo fue su padre. Pronto se vistió y corrió sin prestar atención al queso y el pan recién horneado que el guardián del hielo había dejado sobre la mesa y a los propios presentes sentados a la mesa. Baren solo deseaba entrenar. Abrió la puerta y el sol cegó al aprendiz de caballero. La ilusión en su rostro se desdibujó en decepción al no encontrarse con el que sería su maestro.

―Es un chico responsable ―susurró Agoyh.

―Pero descuidado ―protestó Dreid en voz alta, acercando el queso al fuego para fundirlo―. Vamos, deja de mirar el bosque y siéntate con nosotros ―le invitó a sentarse a su lado el elfo―. Estoy muerto de hambre.

Tras la vergüenza por parte de Baren, las risas se hicieron presentes en el desayuno. Baren desayunó a gran velocidad y miraba fijamente al semielfo tratando de transmitir su presteza para iniciar el entrenamiento. Sin embargo, el maestro parecía ignorar aquellas miradas.

La noche había sido larga para Baren, nervios por iniciarse en el arte de la espada y recuerdos cargados de tristeza habían ocupado sus sueños. Por fin, Dreid se levantó y se acercó a Baren, entregándole una vieja espada. «Tu nueva mejor amiga», dijo. Se sentía orgulloso de tener una espada propia. Poco después, Agoyh montó a lomos de su caballo para dirigirse a Edurtar en busca de provisiones, pues el hechicero vivía solo y no solía tener más que lo necesario para sobrevivir cada día: el bosque le entregaba suficiente frutas y hortalizas, pero seguramente no sería suficiente para el muchacho y mucho temía que el semielfo también compartiría una larga estancia con ellos. En su camino, pensó también que debía comprar algo de ropa para el chico. Eso le resultaba mucho más complicado, pues nunca había tenido tal responsabilidad. Así, subido a Brisa se adentró en el bosque dejando a Baren con su primer día de entrenamiento.

―Desenfunda tu espada ―ordenó el semielfo. A lo que el disciplinado aprendiz respondió con rapidez, algo le decía al elfo que no era la primera vez que aquel joven sujetaba un arma―. Tus brazos son débiles y escuálidos, incluso para un ser de la raza de los hombres.

―Esta espada es muy pesada ―respondió a la vez que se esforzaba por mantener el equilibrio, sus pequeños brazos temblaban ante tal voluntad.

―Tu posición es casi perfecta. ―Dreid lo corrigió levemente, bajando la hoja de la espada que tapaba toda la vista de Baren―. Mucho mejor ―prosiguió―, la posición del cuerpo es correcta. Dime, jovencito, ¿has utilizado alguna vez una espada?

―Sí, maestro ―aquella respuesta atrajo la atención de Dreid―. Mi padre me enseñó a defenderme con una espada, pero jamás he atacado, las espadas están hechas para defender a las personas y no para hacerlas sufrir.

―A veces, para defender a las personas es necesario atacar. ―Tras aquella rectificación, Dreid parecía buscar en sus recuerdos aquella frase, pues tenía la sensación de haberla escuchado anteriormente―. ¡Sujeta bien la espada! ―le advirtió tras lanzarse a un ataque directo contra el chico.

La espada de Baren logró detener la primera embestida, ante la sorpresa inicial del semielfo; su contraataque hizo que arma y muchacho cayeran al suelo. Dreid dio por finalizado el duelo, pero no así el valeroso muchacho que logró recoger su arma y se dispuso de nuevo al ataque.

HEREDEROS DE LA LUZWhere stories live. Discover now