5. Nueva familia, viejas historias Part.2

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Lennan vio por primera vez el Palacio de Hielo. Dreid era cocinero en aquel lugar y todas las mañanas se levantaba temprano para recoger raíces y frutas para la comida. La cocina no era su única habilidad, pues se había ganado con los años la amistad de los magos, en especial con la que por aquel entonces era la guardiana del hielo y de los aprendices que residían allí. El semielfo también era un excelente guerrero. En definitiva, en el palacio era considerado como parte de la familia.

Maestra del hielo... Lennan se quedó sorprendido cuando Dreid pronunció estas palabras por primera vez y quiso saber más de aquel lugar. El semielfo no tuvo ningún reparo en seguir contándole cosas, así que se sumergió en una explicación rutinaria de las costumbres de palacio, mientras hacía un guiso con las frutas recogidas aquella mañana, a las que unió un puñado de setas secas.

Como se levantaba muy temprano, Dreid siempre comía bastante antes que el resto de habitantes. Por lo que ambos salieron a los pasillos a petición expresa de Lennan, que se moría por verlo. Con mucho cuidado de no ser vistos, el semielfo fue mostrando a Lennan casi cada rincón del palacio. Allí no entraba cualquier profano y en todas las habitaciones el niño percibía algo que no había sentido en las cocinas. Era de nuevo el frío de la niebla, un frío que, lejos de molestar, parecía relajar los músculos y tensar los reflejos.

Llegaron a un patio de paso y, alrededor de un enorme estanque de piedra, vieron cómo unos cuantos niños jugaban a hacer figuras en el agua. Eran más grandes que Lennan. «De sexto curso advirtió», el semielfo.

¡Yo también sé hacer eso! exclamó Lennan, que por primera vez veía a alguien con sus mismas habilidades.

¿Cómo dices? Le miró Dreid extrañado.

Que yo también puedo hacer eso. Mira. Y Lennan se acercó corriendo al estanque ante la mirada atónita de los demás niños y la cara de preocupación de Dreid por el temor a ser descubiertos. Puso las manos cerca del agua y esta se levantó, como si tirasen de ella, para formar un precioso unicornio que después quedó hecho hielo transparente. La precisión de sus contornos y proporciones se asemejaba a esas estatuas de cristal que los maestros vidrieros vendían en los mercados. ¿Lo ves? Sonrió Lennan como si tal cosa.

Increíble... murmuró Dreid para sí. Resulta que aquel niño repleto de curiosidad era todo un mago de hielo. Al menos, tenía poder para serlo, pero este poder era el mayor que el semielfo había visto nunca en un aprendiz sin entrenar. Eran muy pocos los que a la edad de Lennan, o con varios años más, lograban moldear el agua con tanta perfección, y eso después de varios meses de entrenamiento. Por no hablar de lo excepcional que resultaba que Lennan fuese capaz de helar lo modelado como quien aplasta entre sus manos un trozo de barro. Al cabo de un momento, Dreid, sin tener en cuenta que podía ser sancionado por haber llevado al niño a palacio, corrió a informar a Tel-Av, la gran guardiana del hielo. Aquel encuentro marcaría el destino de aquel joven hechicero.

Pese a los años transcurridos y las innumerables aventuras vividas juntos, el semielfo era incapaz de no ver al pequeño Lennan cuando miraba al maestro del hielo: los recuerdos de la proclamación de Lennan como guardián, su relación oculta con Eria, Lágrima Blanca, y su ascensión a maestro del hielo, tras la trágica desaparición de Tel-Av... Conseguir el poder para formar parte de los hechiceros supremos no era tarea fácil, un guardián siempre era escogido por un maestro elemental y un guardián, jamás lograría ser un maestro a no ser que lo retara y el Consejo de Loudim lo aceptase, o bien, tras el fallecimiento de un maestro. Este último era el caso más común entre los actuales hechiceros supremos. Pocos eran los que se atrevían a retar a un hechicero superior y menor era el número que conseguía alzarse con la victoria. Lennan intuía que Agoyh pronto le superaría en poder, incluso sin poder invocar hechizos que solo un maestro era capaz de realizar, pero sabía que su alumno jamás le retaría a un duelo, aquello no sería propio de él.

La noche pareció durar más de lo habitual, debido quizá a la impaciencia por ver el despertar del hechicero. La herida había cicatrizado por completo, al abrir los ojos, la visión de Aruc reconfortó a Agoyh, que aún tenía dificultades para incorporarse. El rostro de Aruc desprendía una belleza sin igual, sus ojos azules siempre dispuestos a transmitir esperanza llenaban el corazón del joven hechicero. Agoyh se prometió a sí mismo que no permitiría que nadie ni nada dañara a Aruc mientras le quedase un aliento de vida y, ante la fija e intensa mirada del guardián, la joven se sintió avergonzada al recordar las palabras de la noche anterior.

―¿Te encuentras mejor? ―preguntó la joven―. Parece que la herida ha cicatrizado por completo, hemos tenido suerte esta vez.

―Sí ―afirmó―, la lluvia debió despertar un espíritu oculto en el lago del Espejo, será mejor avisar a tu padre, puede ser un lugar peligroso. ―Aruc afirmó ante aquella propuesta―. Y muchas gracias por tus cuidados, la verdad es que...

―No debes darme las gracias ―se apresuró a contestar―, siempre es un placer ayudarte, es mi deber como sanadora... ―El silencio se hizo incómodo por un momento―. Deberíamos volver, todos deben preguntarse qué ha sucedido. ―Agoyh parecía pensativo―. ¿Recuerdas lo que dijiste ayer?

Aquellas dos palabras pronunciadas antes del desfallecimiento de Agoyh fueron las causantes del insomnio de la joven, y por fin se atrevió a preguntar sobre las dudas que su corazón albergaba. Agoyh se acercó a Aruc con paso dubitativo, el miedo por no ser correspondido le aterraba. Desde lo más profundo de su corazón, en un instante el miedo dio pasó a la certeza.

Te quiero ―pronunció a la vez que se acercó lo suficiente para que sus labios sellaran tales palabras.

No hizo falta respuesta por parte de Aruc, la respuesta era clara y sencilla en un simple acto humano. Aquel fue su primer beso. Por un momento el destino del mundo, el terror por la amenaza de la oscuridad, no importaban; tan solo importaban ellos, ni la noche más oscura lograría ocultar aquel momento de eterna felicidad.


HEREDEROS DE LA LUZWhere stories live. Discover now