HEREDEROS DE LA LUZ

6. Las llamas de la esperanza. Prt 1

Adaptarse a un nuevo hogar no fue tarea sencilla para ninguno de los allí presentes. Nisha había vivido solo demasiado tiempo. Sus modales y su carácter se habían forjado a base de sufrimiento, en ausencia de la calidez con que una familia acoge a sus miembros. Fue su llegada, junto con Lua, la que trajo consigo la felicidad en el hogar del herrero de Elader, no sin antes superar las primeras reticencias por parte de todos.

En los primeros días, el silencio aferró a todos excepto a la joven que se esforzaba en asumir el peso de la familia en aquellos momentos. Poco a poco el dolor dio paso a la bienvenida de un nuevo integrante de la familia. Lua no dejaba de recordar su encuentro con el guardián del fuego, un sentimiento crecía en su interior y deseaba volver a encontrarse con él. Tras su llegada a Elader, Sagras desapareció.

La ciudad, conocida como el último refugio, era un lugar creado por la misma Loudim, diosa de la luz. Era el único lugar donde la vida había conseguido hacerse hueco pese a estar situada entre los tres desiertos. La agricultura y la cría de animales tenía gran importancia en la economía del lugar, pero su verdadera riqueza residía en la explotación del agua que provenía de sus reservas subterráneas. Muchos de los viajeros rellenaban sus botellas antes de proseguir su travesía por los tres desiertos. Aquel paisaje verdoso de los espesos bosques contrastaba con la visión desértica al traspasar sus fronteras.

Sus habitantes profesaban gran devoción a Súriel; dios del viento, como todas las ciudades bajo la protección del reino de Noadel. Durante la guerra de las Nuevas Alianzas, Elader, fue lugar de cobijo de las tropas de la alianza del norte en su ataque contra el reino de Sarba. Esta unión con los antiguos reinos del norte le causó varios ataques sureños. Tras su heroica resistencia, Elader fue recompensado con tratados de libre comercio con Iderio, aprovechando el paso de las Tierras Húmedas.

Los nuevos hermanos fueron los encargados de ir en busca de los suministros de agua a la plaza central donde se encontraba el agua reservada exclusivamente para sus habitantes, exentos de la dote de su utilización. Los viajeros debían dirigirse a otros puntos repartidos por la ciudad. Sin embargo, los días posteriores a la Gran Recolecta, debido a la vuelta de los habitantes de los reinos del sur; la fuente central sufría grandes aglomeraciones, así que los hermanos se dirigieron al antiguo pozo en la montaña celeste, la más alta de la cordillera del valle del Sol. Cordillera forjada por Edda, diosa de la tierra, como agradecimiento a Súriel durante el enfrentamiento en Eliam, el mundo de los dioses.

―Esta agua es mucho más sabrosa que la que recogemos en la plaza ―dijo Nisha al probar el agua del interior del pozo―. ¿Por qué nadie viene aquí?

―Poca gente conoce su existencia y otros creen que no vale la pena el esfuerzo. ¿No crees que en verdad lo merece? Incluso hay días que se pueden ver las puertas del castillo de las Tierras Húmedas, tras el desierto de las Dunas Grises. ―Lua guardó un momento de silencio. Un débil humo que provenía de una de las antiguas cuevas utilizadas como salvoconducto para las tropas del norte llamó su atención. No recordaba haberla visto en ninguna de sus visitas anteriores.

―¡Lua! ―gritó llamando la atención de su nueva hermana―. Guerreros... ―dijo al ver un grupo de caballeros oscuros en la ciudad―. Parecen escoltar a ese hombre ―dijo señalando al caballero del centro.

―Volvamos a casa. Tengo un mal presentimiento.

La altiva actitud de los guerreros oscuros aterrorizaba a los habitantes de Elader. Las mujeres corrían en busca de sus hijos que, asombrados ante aquellas presencias oscuras, no atendían a la llamada de sus madres. Los hombres intentaban mantener la calma ante tal situación a la espera de descubrir las verdaderas intenciones de los visitantes. Ante el revuelo creado por la presencia de las tropas de Ukog, la gobernadora se vio obligada a llamar a las fuerzas de protección e ir al encuentro de los recién llegados.