11. Un nuevo poder Prt.3

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―Tenías razón, viejo amigo, ese muchacho parece ser uno de ellos. Es peligroso, no solo luz descansa en su corazón.

―Necesitamos su poder, él es el único que puede salvar a Eria. Y sin ella, no lograremos completar nuestro objetivo. Debemos correr el riesgo. Confuso se me muestra el destino, pues su raza siempre ha mostrado resistencia ante la maldición de Solmar. Si es quien creemos que es, en su interior duerme un inmenso poder, será un buen aliado.

―O un nuevo enemigo ―le rectificó―, ahora todo residirá en tus manos ―se excusó Egion―. Mi enfrentamiento con Viles no resultará tarea sencilla. Me he preparado durante milenios tan solo para este momento. Debo vencer o el sacrificio de Lennan será en vano. Te deseo suerte con el chico de ojos rojos. Pero ten cuidado la oscuridad también forma parte de él.

Al traspasar las puertas del templo, el portal quedó sellado de nuevo. Ya no habría marcha atrás. El camino hasta la capital de Iderio había comenzado y harían falta cuatro puestas de sol para alcanzar su destino. Dreid viajaba a lomos de la yegua de Baren; por su parte el guardián del viento compartía montura con Nisha, mientras que el caballero con ropajes de orco era el único jinete de Claro de Luna. Dreid, por alguna extraña razón, desconfiaba de aquel hombre. Su rostro le resultaba familiar, estaba seguro de haberle visto en alguna parte, pero dónde; ¿era eso posible? Seguramente Dreid estaba equivocado.

Alguien más mantenía la vista en Velker, pues los ojos rojos se perdían en los recuerdos ante la presencia de aquel hombre. Las orejas de Dreid reaccionaron. Alguien se acercaba, en los tiempos que corrían era necesario desconfiar de todo movimiento, de toda palabra, de toda persona que anduviera por aquel camino. Poco a poco los pasos se sentían más cerca, cada vez más y más.

Finalmente se hizo visible un niño con el pelo corto y una corona de hojas verdes; llevaba un extraño vestido de tela vieja, y utilizaba de cinturón una pequeña cuerda. Aquella vestimenta y la ausencia de zapatos hicieron suponer que se trataba de un niño abandonado, pero su presencia emanaba una extraña sensación de paz y tranquilidad, cuando dejaba sonar su vieja flauta de madera. Baren bajó de su yegua y se acercó al niño.

―¿Necesitas ayuda? ―El niño negó―. ¿Estás seguro? Podemos llevarte hasta el próximo pueblo.

―No disponéis de tiempo para tal misión ―contestó―, debéis cumplir una acometida. Sois los herederos de la luz ―sus palabras se vieron seguidas de una hermosa melodía―, os interesa ganar tiempo, no perderlo.

―El viento no responde ―dijo asustado Riv―, algo controla el viento. No puede ser... ―miró hacia el niño―, el viento se inclina sobre ese chico.

―Así que estoy en lo cierto, sois los herederos de la luz... ¡Vaya, él también! ―dijo mirando a Velker―. Has causado mucho dolor a demasiada gente, tanto como el que tú sufriste en aquella ocasión. Buscabas venganza y solo encontraste odio, pero yo sabía que al final te darías cuenta. ―De nuevo hizo sonar aquella melodía―. Deseaba conocer vuestros rostros. ―Sonrió de nuevo―. Ahora todo depende de vosotros, especialmente de ti, joven Baren. Debo marcharme, él ya está aquí.

―¿Él? ―preguntó Baren.

―Adiós..., herederos de la luz. Siendo vosotros, puede que lo consigamos ―el niño desapareció de igual modo que se hizo presente.

―¿Quién era ese chico...? ―preguntó Riv.

―Eso no es lo importante ahora ―dijo Dreid―. Continuemos, el tiempo apremia.

―En posesión de la razón te encuentras, hijo de Egion ―dijo una voz que provenía de sus espaldas.

―¡Cuntos! ―reconoció Baren.

HEREDEROS DE LA LUZWhere stories live. Discover now