10. Algo que termina Prt.1

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El cuerpo del guardián del viento yacía paralizado debido a las heridas causadas por Ukog. La sangre brotaba sin cesar. Agoyh hizo todo lo posible, pese a su esfuerzo, no lograba detener la hemorragia. Baren fue consciente en aquel instante de la realidad que le había tocado vivir, protegido por su propia ira se alzó de nuevo contra su enemigo. Ukog reía al contemplar la inmensidad de su poder. La espada del joven Baren se alzaba contra la criatura de las sombras, ahora distraído con su propio orgullo, propiciando así que el ataque de Baren lograra atravesar por completo su gruesa piel. El joven sonrió, había una leve esperanza de alzarse con la victoria. Sin embargo, la satisfacción dio paso a la incredibilidad al comprobar cómo aquella herida se regeneraba ante sus ojos. Baren no escaparía esta vez del odio de Ukog, y con un simple chasquido, el joven se elevó y fue a parar sobre una roca con un duro golpe.

La sed de venganza se vislumbraba en los ojos del guardián del hielo que consiguió insuflar cierta preocupación en Ukog cuando comenzó a recitar un conjuro. Si algo temía aquel demonio era el poder de Agoyh. Tiempo atrás le había vencido en la última oportunidad para lograr recuperar el estatus de guardián del hielo.

Que venga a mí el poder del hielo

que el agua me ceda su poder

¡Oh!, vosotros que dotáis de vida,

concederme esta súplica

para enfrentarme a la oscuridad absoluta

y destruir a mi enemigo.

El poder de aquel conjuro era percibido incluso por Baren, que divisaba cómo un aire helado circulaba alrededor al guardián. El aire se transformó en inmensas rocas de hielo que estallaron en cientos de lágrimas de cristal. Aquel hechizo alzó a la victoria a Agoyh en su antiguo enfrentamiento. «Esta vez será distinto», pensó Ukog.

Agoyh lanzó aquel hechizo contra Ukog, quien estaba deseoso de mostrar el inmenso poder heredado de Agnam. Ni siquiera intentó detener el impacto del ataque, simplemente dejó que el conjuro llegase a él. Durante unos instantes todos aguantaron la respiración. Cuando se despejó el paisaje de virutas de hielo, Ukog había desaparecido; ¿habría sucumbido ante el poder del guardián?

Aruc se acercó a comprobar el estado de Riv, que respiraba con dificultad y no lograba moverse. La joven lamentó no poseer un poder semejante al de su madre, aun así, no dudó en recitar un hechizo de curación. Con cierta dificultad, Agoyh se dirigió al encuentro de Baren, que ya lograba incorporarse por su propio pie y se dirigía a comprobar el estado de su maestro. El semielfo logró alzarse no sin la ayuda de su alumno y Agoyh.

La espada ya había sido liberada de las cadenas y retirada del pedestal de protección creado en el templo de Ve-Gor, pronto el portal mágico perdería su condición. Los ojos de los lobos que habitaban en el viejo santuario no dejaban de seguir los pasos del maestro del hielo y sus acompañantes. La oscuridad de aquella espada radiaba todo a su alrededor. Tras abandonar el templo, los tres hechiceros percibieron un inmenso poder. Alguien les estaba esperando.

―Gracias por tu apoyo ―Lennan se dirigió a Sagras―, guardián del fuego, nuestro viaje se detiene a las puertas del templo de Ve-Gor. El destino nos acecha y es hora de enfrentarnos a él.

―Comprendo ―se resignó―, en esta batalla mi poder resulta inútil; ya no soy guardián.

―Tu destino difiere del nuestro, pero en algún momento tu poder resultará vital de nuevo. Ahora debes marcharte lejos de este lugar, si todos caemos se convertirá en la única frontera entre la luz y la oscuridad. La salvación del mundo puede estar en tu mano llegado el momento oportuno. Ahora debes entrar en el templo, allí estarás a salvo. La protección de Ve-Gor impedirá que nadie logre entrar. Sekil te guiará hacia otro portal. ―Lennan entregó la Siseneg al antiguo guardián del fuego.

HEREDEROS DE LA LUZWhere stories live. Discover now