7. La caída de la fe Prt.1

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Ninguno faltó a su compromiso con la historia. El recuerdo de una madre jamás puede ser borrado, era en días como hoy cuando su evocación se hacía más intensa. Allí, junto al río Luza, yacía para la eternidad, Dulia, la madre del maestro del hielo. Lennan siempre volvía a su pueblo natal para rendir homenaje a su madre, una mujer comprensiva que siempre mostraba devoción y orgullo por su hijo; Lennan no olvidaría el rostro de Dulia cuando fue nombrado guardián del hielo. Por desgracia, Lennan no pudo pasar todo el tiempo que le hubiese gustado con su madre a causa de la enfermedad que se la llevaría demasiado pronto.

―¿Recuerdas su mermelada de frutos rojos? ―preguntó a Dreid―. Durante mi infancia la odiaba ―confesó―, por suerte, apareciste tú y encontró a alguien que jamás rechazó un plato suyo. ―Sekil se acercó apoyando a Lennan―. Ahora daría lo que fuese por verla levantarse en busca de aquellos frutos para sus confituras.

―No fue fácil para ella vivir en este poblado. Aquí ocurrió uno de los episodios más terribles de la época tras el Alzamiento de las Espadas: la Extinción. Desde ese momento, los vencedores prohibieron todo lo que no estuviera gobernado por el poder de la espada; por eso las leyendas sobre el otro lado del río Luza. ―Dreid recordó el periodo en que toda muestra de magia estaba perseguida con duras represalias e incluso penas de muerte―. Vosotros conseguisteis cambiarlo todo, Viejo Lobo. Dulia era excepcional.

―Ella estaba muy orgullosa de ti ―añadió Eria―. No solo por convertirte en guardián del hielo, sino como persona, amor mío. Y de Dreid, incluso de Sekil ―dijo al ver la reacción del lobo al no ser nombrado―, estaba muy orgullosa de su hijo.

―No debes olvidarte de ti, ella se alegró inmensamente al verte, olvidándose de viejas profecías oscuras. Era una mujer única, trabajó duro para que yo lograra conseguir mi sueño.

Allí de pie, a pocos instantes de ser nombrado guardián, Lennan avanzaba hacia la enorme alfombra azul donde ahora reposaban sus pies. Qué habría pasado si aquel día hubiese decidido no cruzar el río. Al menos, una cosa era segura: hubiera evitado el terrible castigo que Dulia le infringió al volver a casa, dos días después. Lennan no pudo evitar una leve mueca. Indagó con sus ojos el fondo de la sala, y allí reconoció, entre tanto hechicero e invitados a la ceremonia, el resplandor de la mirada de Dreid, junto a la que hasta hace poco tiempo era la guardiana del hielo, su mentora Tel-Av. La maestra del hielo lo eligió a él como próximo guardián y este no pudo evitar fijarse en los ojos verdes de una de las sacerdotisas que habían sido invitadas a presenciar la investidura de Lennan. Por unos instantes, al joven hechicero le pareció percibir que la joven le devolvía la mirada.

Poneos en pie, queridos hermanos comenzó a decir con voz profunda y algo desgastada el administrador del clan del hielo, mirad con respeto y admiración al nuevo guardián de nuestra orden. Preguntad por los hechos continuó; cualquiera que viva entre estas cuatro paredes sabrá contaros el motivo de la elección. Tenedlo en vuestras mentes y seguid su ejemplo. Luego, dirigiéndose al protagonista de la ceremonia: Lennan, la Orden deposita su confianza en vos. Extended la mano y recoged el báculo que os acredita como el nuevo guardián, la llave para poder descubrir nuevos hechizos y acceder a un nuevo poder. Desde ahora seréis el guardián del hielo. Que Naunet, diosa del hielo, guíe vuestro espíritu. Y recordad: «La naturaleza del alma en el frío hielo será revelada» el resto de hechiceros repitieron aquellas últimas palabras al unísono.

Al otro lado del río Luza, Dulia, retirada hacía años a su antigua choza, miraba por la ventana con una dulce sonrisa a la luna reposada sobre el valle. Estaba segura de que aquella había sido una noche grande para su hijo. Y, aunque no había podido estar presente en la ceremonia (pues estrictamente sólo podían asistir los pertenecientes a la Orden del Hielo, aunque Dreid se había colado al ser un habitual del palacio), había acompañado a Lennan con sus pensamientos en todo momento, como cada día desde que su hijo se trasladó a vivir al Palacio de Cristal. Aunque había podido verlo no más que un par de ocasiones, se escribían a menudo. Además, Dulia solía encontrarse con Dreid en las orillas una vez al mes para contarle los avances de su hijo, a cambio, la madre de Lennan le recompensaba con grandes botes de mermelada de frutos rojos. Sospechaba que el semielfo reservaba gran parte de los acontecimientos ocurridos. Pero bastaba. Ella solo quería, como casi todas las madres, que su hijo fuera feliz.

HEREDEROS DE LA LUZWhere stories live. Discover now