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Abrí los ojos lentamente y sentí algo caliente en mi brazo.

Era... algo extraño y se movía. Miré mi brazo y ahogué un grito al ver a un perro a mi lado, estaba dormido y se veía vulnerable a todo lo que lo rodeaba. Se veía que era un perro joven, era negro con blanco y muy hermoso, era un husky.

Observé toda la habitación...

Estaba en mi habitación... y estaba oscuro. Las puertas para ir al balcón estaban abiertas y se podía ver la silueta de alguien afuera.

Traté de levantarme pero no pude debido al dolor que tenía en la cabeza. Me sentí mareada y solté un gemido poco normal.

Escuché pasos acercarse y miré hacia el balcón. Nate se acercaba lo más rápido que podía hacia mi, al llegar a la cama, me estrechó en un caluroso abrazo.

—¿Qué me pasó? —pregunté. No recordaba absolutamente nada, traté de recordar, pero la cabeza me dolía mucho.

—Te desmayaste y nadie logró sujetarte, así que te golpeaste la cabeza. —Explicó.

Recordé que Max me tenía tomada de la cintura, debió de haberse alejado de mi antes del desmayo.

Antes de formular otra palabra, Nate tomó mi cara entre sus manos y me besó apasionadamente. Yo ante su acción tan repentina, le seguí el beso segundos después.

Lo tomé del pelo y él me empujó hacia atrás, quedando sobre mi. Siguió besando mi cuello pero después se apartó rápidamente. El perro, que no recordaba que estaba aquí, se había despertado y se había tirado sobre Nate.

Nate reía mientras el perro le lamía la cara con diversión.

—¿Es tuyo? —Pregunté.

—Si, lo tengo desde cachorro. —Dijo logrando calmar al perro—. Lo mantego alejado de aquí por las drogas, no quiero que se enferme, así que lo dejo con los jardineros y cocineras.

Ahora que lo pensaba, ésta no parecía una mansión de narcotraficantes. Todo parecía normal cuando se hablaba de vida hogareña. Cocineras, jardineros, chofer. Lo único que los hacía ver como narcos, eran las armas, las peleas y el olor a marihuana que de vez en cuando salía de las puertas del laboratorio. Tampoco había visto algún cultivo de drogas en el exterior. Pero el terreno era enorme, seguro los tenían en un lugar lejano a la mansión para tener más seguridad.

—Está hermoso —dije acariciándolo— ¿cuál es su nombre?

—Chez —dijo riendo.

—Le queda.

Nos quedamos en silencio observando a Chez jugar. Empezó a correr por toda la habitación, volvía y se subía sobre Nate. De verdad los dos se amaban mucho. Recordé el primer perro que tuve. Tay, ese era su nombre.

Siempre que llegaba de la escuela él me recibía ladrando y moviendo su cola felizmente. Murió gracias a Chris. Le dió veneno para ratas.

Ese día lloré hasta no poder más. Amaba mucho a ese perro. Me enojé con Chris casi un mes completo, pero logró tener mi perdón porque me llevó al parque de atracciones y me compró todo lo que quería.

Sonreí al recordar eso y Nate se dió cuenta.

—¿En qué piensas? —Preguntó frunciendo el ceño.

—Sólo estaba recordando a mi perro. —Dije viendo a Chez.

—¿Qué pasó con él?

—Mi hermano lo mató con veneno para ratas. —Me encogí de hombros y lo miré. Tenía las cejas levantadas y se notaba sorprendido.

Mansión De Narcos © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora