Su declaración me sentó como si hubiera volcado un balde de agua helada sobre mi cabeza; su mirada tampoco dejaba lugar a ninguna duda. No entendía —o no quería entender— las razones que le habían empujado a elegirme, pero la firmeza de sus palabras había resultado ser más dolorosa de lo que había creído.Apenas fui capaz de sostenerle la mirada sin derrumbarme.
El Señor de los Demonios dejó escapar un prolongado suspiro, como si ya hubiera mantenido esa conversación demasiadas veces.
—Entiendo que sea... complicado para ti comprenderlo —dijo y yo aferré el trozo de tela que era la servilleta, obligándome a no apartar la mirada; a no romperme—. Hoy ha sido un día muy difícil y tu vida ha... ha cambiado del noche al día.
—Me lo habéis arrebatado todo —le interrumpí.
Otro suspiro por su parte.
—En cierto modo te he dado más de lo que tenías.
Entrecerré los ojos, notando el habitual regusto a bilis en el paladar y punta de la lengua.
—¿Esperáis que me sienta agradecida por todo esto? —le pregunté con repulsión—. Es posible que mi vida no estuviera llena de lujo, pero era feliz. Amaba mi vida tal y como era antes; no esperéis que os dé las gracias, mi señor, porque no vais a recibirlas.
—Mientes —siseó.
Di un sobresalto en mi asiento, aturdida. El Señor de los Demonios había entrecerrado los ojos y me contemplaba con una expresión seria; pestañeé a causa de la confusión, sin entender su intervención.
—No... no os entiendo.
—He dicho que mientes —repitió, sin apartar la mirada de mis ojos—. No amabas tu vida, Eir Gerber; no eras feliz. Puedo leer la oscuridad que se esconde en ese tierno corazoncito que tienes. Sé cosas de ti que tú misma te afanas por ocultar.
Un escalofrío me recorrió la columna vertebral al mismo tiempo que el vello se me erizaba. El Señor de los Demonios no parecía estar bromeando; lo mismo que los susurros de las sombras, quienes me habían advertido sobre mi corazón... sobre él.
Intenté ocultar el temor que me había producido la situación y tragué para intentar deshacer el nudo que se había formado al echar la vista atrás. Al recordar las partes más desconcertantes de mi vida.
El interior de mi boca tenía un regusto extraño.
El sabor del miedo.
—Sí que lo era —rebatí—. Más que aquí.
Al menos aquello era una verdad a medias.
El Señor de los Demonios ladeó la cabeza, estudiándome con curiosidad.
—No pretendas mentirme, Eir Gerber, porque lo sabré.
—Nunca osaría mentir a la persona que tiene mi vida en sus manos —repuse.
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Queen of Shadows
Fantasy«... Y entonces el Enviado apareció en mitad del caos, controlando a sus bestias y ordenándoles que no siguieran masacrando a las gentes. Las hordas de criaturas que obedecían a su señor se detuvieron, esperaron... El Señor de los Demonios se...