Caí sobre el duro suelo de piedra cuando la negrura que nos rodeaba se desvaneció, mostrándonos una enorme sala repleta de retratos. Seguí con la mirada los rostros de aquellos hombres y mujeres hasta que mis ojos se quedaron clavados en uno de ellos; el estómago se me retorció al reconocer sus rasgos, su mirada castaña. Aquella pintura era anterior al recuerdo que había visto en aquella perla de la memoria, ya que no había ni una sola hebra gris en su cabello... y su expresión aún no se encontraba retorcida por el horror de haber visto a su hijo convertido en un demonio.
La madre de Setan se encontraba acompañada por dos hombres que, no me costó mucho adivinar, debían ser su marido y su otro hijo. El heredero al trono que murió repentinamente en un accidente con su caballo.
Ayin.
Recordé su apariencia siendo niño, jugando con su hermano en uno de los salones de aquel mismo castillo. Compartía cierto parecido con Setan, pero sus ojos eran de un tono más claro y su sonrisa parecía ocuparle todo el rostro; no había en él ninguna huella de cansancio, de derrota. El Señor de los Demonios no solía sonreír, pero su hermano parecía haber nacido con una sonrisa pegada en la cara.
Aparté los ojos de los retratos de los antiguos reyes y reinas que Hel mantenía allí como una exposición, recordándose a sí misma su propia victoria, para buscar a Setan. El demonio había clavado sus ojos en los mismos retratos que yo y vi una profunda soledad y añoranza en ellos. También culpa.
Les había fallado por su miedo, por su egoísmo.
Traté de moverme, pero los grilletes de sombra que Hel había usado en nosotros me mantenían clavada en el suelo, como un vulgar perro al que su amo ha decidido castigar por su mal comportamiento. La mujer apareció en mi campo de visión mientras se paseaba entre nosotros, con una amplia sonrisa curvando sus labios.
Se detuvo frente a Elara, que la recibió con una expresión de puro odio.
—Me sorprende que tengas sentido del honor, Elara —le dijo.
Mi tía había sido una de las elegidas que habían hecho sentir temor a Hel en su acuerdo con Setan, por ello había intentado acabar con su vida. Pero no le había salido bien la jugada: el Señor de los Demonios, sabiendo lo que estaba planeando su Maestra, había usado su magia para sacarla del castillo.
Era evidente que Hel jamás olvidaría a Elara.
En los labios de mi tía apareció una sonrisa viperina que rivalizaba con la que mostraba la Maestra.
—Yo también creí en el pasado que tenías honor, pero luego descubrí la víbora que escondías dentro —replicó alegremente—. ¿Qué se siente cuando sabes que tu fin está tan cerca, Hel?
La bofetada resonó por toda la sala. Hel temblaba de pies a cabeza —quizá de la rabia por la osadía de la otra; quizá con una pizca de miedo de poder ver la verdad que había en sus palabras— y Elara giró el cuello, sin poder llevarse una mano al pómulo donde el dorso de la reina de los demonios le había acertado.
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Queen of Shadows
Fantasy«... Y entonces el Enviado apareció en mitad del caos, controlando a sus bestias y ordenándoles que no siguieran masacrando a las gentes. Las hordas de criaturas que obedecían a su señor se detuvieron, esperaron... El Señor de los Demonios se...