Mi nueva rutina en el castillo de piedra fue formándose poco a poco con el paso de los días. Había pasado casi una semana entera desde el Día del Tributo y tenía la sensación de haber sido mucho más tiempo; la sutil amenaza de Bathsheba no se había evaporado de mi cabeza... y las noches se convertían en un silencioso campo de batalla.
Debido a ello había cambiado ligeramente mi horario de sueño, aprovechando las horas diurnas para poder dormir. Incluso les había ordenado a mis doncellas que me levantaran mucho más tarde de lo normal.
Las cenas con el Señor de los Demonios continuaban siendo incómodas y siempre terminaban conmigo levantándose de su silla cuando ya no podía soportar su oscura presencia y su inquisitiva mirada siguiendo todos y cada uno de mis movimientos, haciéndome sentir como si estuviera diseccionándome en su cabeza; los desayunos y las comidas las tomaba en mi dormitorio, con la silenciosa presencia de alguna de mis doncellas controlando que me tomaba todo.
No había salido de mi habitación a excepción de las noches, cuando bajaba al piso de abajo para acudir a mis obligaciones. Pasaba casi todo mi tiempo durmiendo o sentada sobre la cama, mirando el vacío y preguntándome qué sería de mi familia ahora que yo ya no estaba con ellos. ¿Pensarían que estaría muerta? ¿Habrían colocado un lazo de color negro sobre la silla que ocupaba en el comedor? ¿Estaría alegre Elara por haber logrado deshacerse de mí? ¿Sentiría un mínimo de pena por no encontrar a nadie con la que sacar todo su veneno?
Aquella mañana aparté el plato de fruta, indicándole a Briseida que había terminado con ello. Que quería que me dejara a solas para poder sumirme de nuevo en el tranquilo sueño que me proporcionaba el día.
La mirada de la doncella se clavó en el contenido casi intacto y luego en mi rostro con una expresión disconforme.
—Apenas habéis tocado el plato —protestó.
Lo retiré aún más.
—No tengo hambre.
A Briseida aquello no le resultó en absoluto suficiente.
—Tenéis que comer.
—No tengo apetito —repetí—. Quiero dormir.
—¿Ahora también habéis decidido dejar de comer para molestar al amo? —la repentina voz de Bathsheba me produjo un escalofrío—. Creí que era suficiente con vuestros continuos silencios.
Había aparecido de la nada en la habitación y su oscura mirada se encontraba fija en mí, en el hecho de que aún seguía estando metida en la cama y con el camisón puesto. Mis doncellas solamente me arreglaban después de asearme o cuando tenía que ir al comedor para cenar con el Señor de los Demonios; el resto de mi largo y aburrido tiempo lo pasaba con prendas de dormir.
Entorné los ojos, fulminando con la mirada a Bathsheba, que no tenía ningún problema en intentar sacarme de quicio siempre que tenía oportunidad. Briseida dejó escapar un sonidito reprobador que su compañera ignoró completamente.
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Queen of Shadows
Fantasy«... Y entonces el Enviado apareció en mitad del caos, controlando a sus bestias y ordenándoles que no siguieran masacrando a las gentes. Las hordas de criaturas que obedecían a su señor se detuvieron, esperaron... El Señor de los Demonios se...