treinta y nueve.

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No dije una sola palabra más: era evidente que todo aquel asunto le resultaba espinoso a Barnabas, y había confirmado parte de mis sospechas

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No dije una sola palabra más: era evidente que todo aquel asunto le resultaba espinoso a Barnabas, y había confirmado parte de mis sospechas.

Por eso mismo me encerré en un respetuoso silencio y dejé que me guiara hasta la planta baja. Mis ojos se vieron atraídos hacia la puerta, que continuaba cerrada y, seguramente, encantada para que no pudiera abrirla y huir por ella.

Tomamos un pasillo que no me resultaba conocido y en el que, al fondo, se veía un foco de luz. Conforme nos acercábamos a él empecé a escuchar el coro de conversaciones, el tintineo del cristal, las risas... sonidos propios de una reunión; me aferré al brazo de Barnabas al recordarme que estaría rodeada de demonios, y que resultaría ser una presa demasiado fácil y apetecible. Sin embargo, él me había prometido quedarse conmigo. Protegerme de los posibles peligros que me rodearían durante el tiempo que estuviésemos allí.

El corazón empezó a latirme con fuerza cuando cruzamos el umbral y la excesiva luminosidad me hirió en los ojos, obligándome a bajar la mirada y pestañear hasta que mi vista pudiera acostumbrarse; cuando estuve segura de que no corría riesgo de cegarme de nuevo, levanté la cabeza y el aire se me quedó atascado dentro de la garganta al observar lo que me rodeaba.

Al contrario que otras partes del castillo que había visitado —y que tenían un aspecto descuidado y antiguo, mostrando cómo las inclemencias del paso del tiempo y los inexpertos cuidados habían hecho su parte— aquel salón representaba los buenos tiempos que habían vivido. Me sorprendió encontrar tanto objeto dorado, pero no me dejé amilanar por el lujoso aspecto que presentaba aquella parte del castillo para, precisamente, impresionar a los otros invitados.

Invitados que habían clavado su mirada en nosotros y nos observaban con una mezcla de curiosidad y deseo por ver carne fresca mostrándose frente a ellos.

Barnabas se irguió y yo le imité de manera inconsciente. Debía aparentar seguridad delante de todos esos demonios que no despegaban la vista de nosotros, entusiasmados por mi presencia; a través de la multitud pude ver a Nayan, demasiado cerca de Setan. Los dos tenían sus ojos puestos en Barnabas y en mí: ella sonreía de manera triunfal y él tenía una expresión que alternaba entre el desconcierto y el enfado.

Vi que Barnabas sonreía socarronamente al captar la reacción del Señor de los Demonios. Le di un pellizco en el brazo mientras me guiaba hacia un rincón de la sala, lejos de la atención de la mayoría de invitados.

Toda la superioridad que había mostrado apenas unos instantes antes se desvaneció de golpe. Fruncí el ceño al ver que su rostro se había puesto serio y que sus ojos grises parecían haberse oscurecido; de manera inconsciente seguí la dirección de su mirada y sentí que el mundo se abría bajo mis pies.

Bathsheba tenía sus oscuros ojos clavados en nosotros.

Portaba entre las manos una enorme bandeja y, me di cuenta con horror, de que al cuello llevaba una enorme anilla de metal cuyas cadenas se unían a otras dos anillas que se le ajustaban alrededor de las muñecas; lejos de usar sus habituales y descarados vestidos, su atuendo aquella noche costaba de una apretada banda de color granate y con abalorios dorados que cubrían su pecho y una falda que dejaba al descubierto sus largas piernas. Me sonrojé sin poderlo evitar, pues jamás había visto a ninguna de mis doncellas mostrar tanta... piel.

Queen of ShadowsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora