«... Y entonces el Enviado apareció en mitad del caos, controlando a sus bestias y ordenándoles que no siguieran masacrando a las gentes. Las hordas de criaturas que obedecían a su señor se detuvieron, esperaron...
El Señor de los Demonios se...
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Sus pupilas se dilataron al mismo tiempo que sus ojos se pusieron vidriosos.
—Demasiado —contestó con un hilo de voz—. Hubo demasiado... y no fue suficiente.
Me partió el corazón ver a Bathsheba en aquel estado, abriéndome el suyo de par en par, mostrándome todo el dolor, rabia y frustración que escondía en él; el inconfundible tono de traición, que había visto en el pasillo cuando le había empezado a gritar a Barnabas. Ambos habían compartido una historia, y no había tenido un final feliz.
Recordé el gesto desolado del demonio cuando había perdido la oportunidad de un mínimo acercamiento con ella en el corredor, la esperanza que se había visto reflejada en sus ojos antes de que mi doncella se volviera a esconder en lo profundo de su corazón y sacara a relucir aquello que la había mantenido entera.
Miré a Bathsheba sin saber muy bien cómo actuar. Había tenido amigas en la aldea, pero ninguna de ellas lo suficientemente íntima para compartir momentos de esta índole; me mordí el labio inferior mientras me sentía estúpida. Una humana inútil, incluso para eso.
—Lo siento —fue lo único que se me ocurrió susurrar.
Bathsheba sacudió la cabeza, indicándome que no era necesario disculparme, recordándome que yo no tenía culpa de nada; sus ojos se encontraban desenfocados, clavados en algún punto de la alfombra que teníamos a nuestros pies... con su mente atrapada en el pasado. En los recuerdos.
Pensé que sería bueno para ella compartir en voz alta eso que llevaba tanto tiempo callando. Quizá eso la ayudaría, el decirlo en voz alta y poder sacárselo de dentro como si fuera una pequeña espinita.
Dejé que el silencio se extendiera entre nosotras como una oferta: no la obligaría a hablar si ella no quería, estaría a su lado hasta que estuviera preparada para decírmelo. Bathsheba habría hecho lo mismo por mí.
—A pesar de mi aspecto, soy mucho más joven que ese maldito embustero —dijo cuando estuve a punto de creer que no hablaría, que no abandonaría su coraza y seguiría aferrándose a ella como si fuera un bote salvavidas—. Cuando lo conocí era muchísimo más posterior a su existencia... además de ingenua e inocente —se le escapó una risa desganada y casi pude escuchar sus pensamientos: «Como si un demonio pudiera ser ingenuo e inocente»—. Mi hermana y yo pertenecemos a una jerarquía menor, nuestra vida no fue siempre como la que llevamos ahora... tuve que hacer multitud de cosas de las que ahora me arrepiento para que pudiéramos salir adelante.
»Me ofrecí a grandes señores demoniacos para hacerles sus trabajos sucios, evitando que sus manos se mancharan de sangre. Lo hice, intentando proteger a mi hermana del horror de lo que suponía no haber nacido en un estrato superior; lo hice sin saber que caería en las redes de uno de los peores demonios mayores que existen.
Pestañeé, intentando asimilar la información de Bathsheba sobre cómo era su mundo. Nayan ya había dicho en alguna ocasión que ninguna de mis dos doncellas parecía ser la compañía adecuada para mí; era evidente la enorme diferencia que había entre las gemelas malvadas y mis doncellas. El abismo que parecía existir, y que quedaba patente en la forma en la que habían tratado a Bathsheba o Briseida cuando habían tenido oportunidad.