cuarenta y siete.

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Mis rodillas cedieron y golpearon en el suelo con un ruido sordo

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Mis rodillas cedieron y golpearon en el suelo con un ruido sordo. La bolsa de monedas que Setan me había dado antes de marcharme resbaló de mis manos, deslizándose sobre la madera... una madera que conocía muy bien, pues toda mi vida había usado aquel lugar como uno de mis refugios.

Pestañeé hasta que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad que reinaba en el interior de mi viejo dormitorio. Las cortinas estaban corridas, y pude distinguir los contornos de mis muebles, de mis cosas... de todo lo que había dejado atrás aquel día, hace meses, cuando Setan me había escogido; me puse en pie con esfuerzo y contemplé la leve pátina de polvo que parecía cubrir mis pertenencias, señal de todo el tiempo que había pasado desde que hubiera puesto alguien un pie allí dentro.

Me imaginé a mis padres en mi dormitorio, observando todo aquello con una extraña presión en el pecho. Pérdida. Dolor. ¿Se habrían arrepentido de no haberme dicho la verdad mientras contemplaban mi ausencia? ¿Mientras eran conscientes de que jamás nos volveríamos a ver?

Avancé unos pasos hasta sentarme sobre la cama, que emitió un crujido que ya había olvidado por completo. Miré por segunda vez mi dormitorio y tuve la desoladora sensación de que allí nada me pertenecía... que la Eir que había dormido, que había buscado protección, entre aquellas cuatro paredes no era la misma que se encontraba sentada en la cama.

La vieja Eir se había desvanecido, y yo me había quedado en su lugar: alguien que sentía que no terminaba de encajar en aquel sitio. Porque ahora conocía la verdad, el secreto que tanto empeño habían tenido mis padres y mi tía en mantener oculto; una verdad que me había arrancado la venda que cubría mis ojos.

Elara era mi madre.

Ella, antes de haber sido elegida, había amado a mi padre. Ambos lo habían hecho, al parecer; y, sin embargo, mi padre había optado por elegir a Lynn Lambe cuando Elara se desvaneció de la mano del Señor de los Demonios. Cuando Elara ocupó el sitio que le había pertenecido a su hermana menor.

No conseguía encajar esa pieza dentro del rompecabezas, no lograba creer que mi tía hubiera mostrado aquel resquicio de amor hacia su hermana menor, dispuesta a sacrificarse y alejar al Señor de los Demonios de ella para que no la escogiera.

No podía imaginar a Elara mostrando... amabilidad.

Apoyé la frente sobre el dorso de mis manos, contemplando el suelo de madera que había a mis pies.

Aún seguía sin comprender por qué había elegido aquel lugar, pudiendo haber imaginado cualquier otro. Pero había preguntas que permanecían sin respuesta; preguntas a las que Setan no habría sido capaz de hacer frente porque, simplemente, no habría sabido darme una contestación.

Y una parte de mí sabía que en aquel lugar, el que había sido mi hogar durante tantos años, donde había aprendido a mantener oculta esa parte oscura que había nacido del rencor, los reproches y el odio, podría obtenerlas.

Allí podría terminar de encajar las piezas y comprender.

Exigir respuestas ahora que conocía parte de la verdad.

Colgué la bolsa de monedas de Setan en mi cinturón y me puse en pie. Eché un rápido vistazo a mi viejo reloj y me dirigí hacia la puerta, sintiendo la magia correr por mis venas... las sombras bajo la piel; había sido Elara quien me había encerrado en aquel cuarto siendo niña, quien había sacado a la luz que era capaz de escuchar y sentir a las sombras que se agazapaban en la oscuridad.

Salí al pasillo.

La casa se encontraba en silencio, mis padres se habrían retirado temprano a dormir... pero una fina raya de luz debajo de la puerta del dormitorio de Elara delató que ella aún seguía despierta. Haciendo Dios sabía qué.

Cuando estuve frente a la puerta del dormitorio de mi tía dudé unos breves segundos, dejando que la niña que le temía por el daño que me había causado aflorara a la superficie. Pero recordé. Recordé quién era ella. Qué es lo que había hecho.

Y cómo lo había conseguido.

La rabia que me embargó al recordar cómo manipuló a Setan hasta obtener lo que quería fue lo que me movió a alzar la mano y golpear con los nudillos en la madera.

Llamé una sola vez.

Escuché los pasos al otro lado, vi la sombra de Elara por debajo de la puerta y esperé. Hasta que ella abrió un resquicio y abrió mucho los ojos al verme allí, en mitad del pasillo y con un aspecto que pareció atemorizarla; como si hubiera visto a un fantasma.

Ordené a mis sombras que se movieran al adivinar las intenciones de Elara de volver a cerrar la puerta: ella jadeó al ver cómo había mejorado con mi manejo de aquel poder que antes tanto pavor me había causado. Sus ojos azules me observaron con terror mientras las sombras me abrían camino y yo daba un paso al interior del dormitorio.

Todo lleno de velas.

Enarqué una ceja ante la familiaridad de aquella escena, y me permití esbozar una pequeña sonrisa.

Elara retrocedió por su dormitorio, alejándose de mí. Contemplándome como si no consiguiera reconocerme.

—Tú y yo tenemos asuntos pendientes de los que hablar, madre.


Sé que es ridículamente corto, pero ahora mismo tengo un constipado de aúpa y lo único que me pide la cabecita es dormir...

El próximo será explosivo, lo prometo

Queen of ShadowsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora