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La lluvia sonaba rítmica, constante, contra la ventanilla.

Tic, tic, tic.
Tic, tic, tic.

Su imagen se veía reflejada en la ventana del autobús. Como siempre, iba hecha un desastre;
El pelo enmarañado, la ropa empapada, y los ojos entrecerrados por el sueño.

Últimamente, Mia Hunter no dormía demasiado. Trataba de contenerse, de reprimirse, pero sus instintos estaban más magnificados que nunca. Era difícil limitarse a salir una vez al mes.

Suspiró. Tenía que relajarse. Debía hacerlo.

Continuó mirando por la ventana, viendo la ciudad de Nueva Orleans pasar por ella. Acababa de llegar, y sin embargo, ya la odiaba. Si había ido allí, era porque las historias decían que la ciudad estaba llena de seres sobrenaturales. Sí, Mia Hunter creía en esas cosas. Vaya si lo hacía, las había comprobado de primera mano.

Mia nunca se había sentido como en casa. No sabía cómo era sentirse así, ya que nunca había tenido una. Apenas recordaba cómo eran sus padres, ya que habían muerto cuando ella era todavía muy pequeña. Se los habían arrebatado.

Desvió la mirada a su derecha, y observó a Liam. Él era todo lo que tenía. Él era lo único que le hacía olvidarse a veces del odio que llevaba escondido dentro.

Por suerte, su hermano pequeño no había heredado "el don", aunque ella si le había puesto al corriente del mundo sobrenatural, de los vampiros, los licántropos, los brujos... Le hacía tomar verbena en el desayuno todas las mañanas, una buena cantidad, para que nadie pudiera manipularle.

Con tanto loco suelto, Mia vivía constantemente preocupada. No por ella, sino por él. Por eso hacía lo que hacía, para que personas como su hermano pudieran vivir en paz algún día, aunque eso fuera dentro de mucho, mucho tiempo.

Mia le echó un vistazo a la pequeña pantalla del autobús y comprobó que su parada era la siguiente. Se inclinó hacia Liam y sacudió levemente su hombro.

- Arriba, pequeño. Es hora de levantarse - susurró.

Le llamaba pequeño desde que tenía memoria, y es que había sido una madre para él. Lo había criado como a un hijo, y lo quería como tal. Sin embargo, en unas semanas Liam cumpliría trece años.

El niño despertó somnoliento, y se estiró en el asiento mientras su hermana se levantaba.

Mia agarró la bolsa con el escaso equipaje, se la colgó al hombro y le tendió la mano mientras el autobús se paraba con un chirrido.

Liam suspiró, y resignado, tomó la mano de la mayor. No servía de nada repetirle una y otra vez que estaba demasiado crecido para eso, su hermana estaba cada vez más paranoica con el mundo sobrenatural.

Ella rió por lo bajo. Sabía cuánto le molestaba.

Se despidió del conductor con un gesto de la mano y bajó de un salto del vehículo.

- Bienvenidos a Nueva Orleans- dijo en voz alta con sorna.

Liam miró la ciudad que se alzaba a su alrededor, y pensó para sí mismo cuánto tiempo durarían en ella. Y es que ambos habían viajado de un sitio a otro por toda América.

Su hermana supo lo que estaba pensando, pero no dijo nada y apretó su mano. Con suerte, en aquella ciudad durarían más tiempo.

- Anda, vamos - le animó, y ambos echaron a andar hacia el edificio de ladrillo de siete plantas ante ellos.

Mia había escogido un pequeño piso alejado lo máximo posible del barrio francés y del centro. Quería que Liam estuviera lo más a salvo posible.

- Deshaz tu ropa y a dormir - medio le ordenó a su hermano- Mañana será tu primer día.

- Y el tuyo - le recordó él.

Ella asintió.

- Sí... y el mío.

ElijahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora