Olivia
Una vez terminé de mostrarles la casa, sus habitaciones y haberlos acomodado como si yo fuera un maldito botones, decido ir a la mía y encerrarme a escuchar música. La música siempre me reemplaza los sentimientos de tristeza o angustia por sentimientos de alegría y esperanza. Es la cura perfecta para todo. Puedo estar estresada por exámenes, o con el corazón roto, no importa, pero la música siempre me relaja y me calma, por eso la amo.
Sin embargo, hay cosas que la música no puede hacer desaparecer instantáneamente, como el hecho de que mi mala suerte es cada vez más grande conforme avanza el día. Por supuesto que mis padres eligieron las habitaciones que están, literalmente hablando, al lado de la mía. La habitación de Oliver está a mi derecha, y la de Isaac a mi izquierda. De los cinco cuartos que hay en esta maldita casa, mis padres decidieron ubicarlos en los únicos dos que están cerca de mí.
Para mi tormento, no puedo gritar ni cantar mis amadas canciones de The 1975 y Coldplay porque los idiotas podrían escucharme a través de las paredes. No es que sean muy delgadas, pero mi voz es bastante fuerte y cuando canto... bueno, incluso sin micrófono pueden llegar a escucharme hasta los de la fila de atrás.
Ah sí, me gusta cantar y cuando era más pequeña cantaba en los recitales y esas cosas en la escuela. Dejé de hacerlo porque bueno... prefiero hacerlo estando sola.
Pero ahora ni eso podré hacer. Genial.
Aún no tengo claro en qué diablos pensaban mis padres al permitir que estos tipos se quedaran aquí, sobretodo tan cerca de mí, pero decido no atormentarme más y cojo mi celular para llamar a Spencer, quien debe seguir triste por recordar a George. Pero estoy segura de que, con esta noticia, todo ese dolor desaparecerá.
Spencer es la clase de chica que puede estar triste y a las dos horas ya está saltando y cantando alegremente, sobre todo cuando hay noticias buenas. Aunque para mí esto no es una buena noticia, sé que para ella sí lo será.
Dispuesta a sacar el celular de mi bolso para marcarle, llaman a la puerta.
Oh no, ¿tan rápido?
Con unas tremendas ganas de partirle la cara a esos tipos, abro la puerta y empiezo a hablar sin fijarme en cuál de los dos chicos llamaba a mi puerta.
- ¿Que no te dije que no me hablaras si yo no te llamaba? –pregunto cerrando los ojos con fastidio y arrugando la cara.
Al abrirlos, me encuentro con la hermosa sonrisa de Isaac. Lo primero que noto es el cambio en su vestuario; antes, llevaba una camisa polo negra y unos jeans ajustados. Ahora, luce una sudadera blanca y unos shorts negros.
Me quedo observándolo unos segundos hasta que habla y me hace regresar a la realidad.
-Perdona, solo quería disculparme una vez más por el comportamiento de Oliver, parece un niño pequeño cuando las cosas no salen como él quiere –dice metiendo sus manos en los bolsillos de la sudadera.
Sí, lo noté.
- ¿Qué edad tienen? –le suelto.
Debo reconocer que he querido saber la edad de ambos desde que pisaron esta casa, pero no me había atrevido a hacerlo aún.
Se nota que he tomado a Isaac por sorpresa, porque frunce el ceño y se pasa la mano por el cabello húmedo, como si se hubiera duchado antes de venir a verme.
-Tenemos la misma edad, 19. Somos mellizos –dice tranquilamente alzando los hombros con despreocupación.
Espera, ¿qué?
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In the fall
Teen Fiction[...] Sabe que no los quiere en su hogar; sus propias inseguridades no le permiten darles una oportunidad, ni mucho menos a ella misma de conocer nuevas personas, pero, con el paso de los días, sus sentimientos hacia los dos chicos comienzan a cambi...