La Carta

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La puerta se abrió de golpe, los hombres salieron de un salto de ella e instintivamente buscaron algo con qué cubrirse, Elsa gruñó frustrada cuando saltaron de la cama.

- Fuera, ahora.

La mirada de Ingrid bastó para que huyeran asustados, Pitch entró poco después y el poco color que poseían se fue por completo de sus rostros.

- Sabes que nunca he juzgado tus gustos, querida, ¿Pero guardias? ¿Tan bajo has caído?

La mueca de asco que hizo Pitch le hizo soltar una carcajada. Ambos se miraron.

- Está ebria. - dijo Pitch.

- Definitivamente. - contestó su tía.

- Yo me largo.

- Cobarde.

- Suertudo, el pleito no es conmigo y no quiero escuchar tu sermón, querida.- Pitch le sonrió a Ingrid de manera burlona.

- ¡Cobarde! - esta vez gritó Elsa sin una pizca de humor tambaleándose para enfrentarlo. Estaba desnuda y se enredó al querer pararse perdiendo el equilibrio y cayendo.

- Acabas de perder a súbditos, a tus guardias, soldados... y prefieres acostarte con los pocos que sobrevivieron. - Ingrid se hincó a su altura, impidiendo que le evadiera la mirada.

- Si a mí no me importa a ti menos. - rebatió arrastrándose a la cama para intentar incorporarse, pero falló. Falló y se rió por ello.

Ingrid suspiró y se sentó en la cama, moviendo las sábanas con asco. Pitch se recargó en la pared divertido, eso se tornaba más interesante.

- Leí la carta que te dejó el guardián, y leí tu rostro cuando llegaste hace una semana frustrada por su encuentro y te enceraste a enredarte con el que tuviera un pedazo de carne colgando entre sus piernas... y también las que no.- Hubo un largo e incómodo silencio, eso no sería agradable. - ¿Es porque ahí estaba el guardián? ¿Por eso no has mandado a traer el luto?

El rostro de Elsa se volvió duro, el tan solo mencionarlo levantaba una profunda molestia, y el hecho de que cuestionaban sus decisiones la ponían en cólera. Estalló.

- ¡Porque no quiero! - gritó levantándose de la cama.- ¡No me interesa guardar el luto! No me interesa colgar los escudos o estandartes arendallianos en sus tumbas. Son soldados, tía, armas creadas por mí sólo para matar y morir. Nada más.

Salió de su habitación azotando la puerta, ni Pitch o Ingrid se inmutaron.

- Zhaida, ven acá.

La loba corrió a su encuentro, caminando a su lado como su fiel compañera en todo momento, Elsa se adentró por los pasillos con una ráfaga de viento. Sus siervos bajaron la mirada al verla atemorizados; todo en el castillo desprendía temor.

- ¡Capitán!

Sólo un grito fue suficiente, no dijo más, no era necesario, caminó con pasos firmes. Ella estaba furiosa.

Entró a la sala de reuniones y se sentó con todo el porte de una Reina a esperar, su rostro lo podría decir todo; su rabia no era a la ligera.

- Su Majestad. - la reverenció con una ligera capa de sudor en su frente, había corrido y estaba sintiendo miedo.

- Llama a los inútiles que tengo como consejo. Y a mi primer oficial, ahora.

Salió tan rápido como entró y Elsa fijó su atención al espejo frente ella. Era el campo de batalla, la sangre fresca cubría la nieve. Observó la carta a su lado y la releyó por quinta vez en ese día. Por más que quisiera no podía deshacerse de ella y por eso, era su malhumor, porque simplemente ni ella misma podía entenderse.

"La Tirana de Hielo" (Jelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora