capitulo 16

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 El viernes Lisette ayudó a Camila a llevar sus cosas a la casa y, luego, le sugirió un recorrido por la finca y un paseo hasta la playa. Tras preparar una mochila con la merienda y agua, se pusieron unos viejos sombreros y se dirigieron a los acantilados. La parte de la propiedad que daba al océano estaba mucho menos cuidada que la parte delantera. La hierba crecía a su aire, los senderos apenas se distinguían y costaba trabajo abrirse paso. Lisette, que iba delante, se volvió y gritó:

—¡Alto! ¡Un avispero!_ Camila se detuvo con el pie derecho en el aire hasta que Lisette la cogió por el brazo y la apartó del avispero. Ya a cierta distancia, Lisette dijo:—Lo descubrí hace poco. Esas pesadas espantan a los pájaros cuando van a los comederos y atacan al pobre Tippy cuando quiere tomar el sol. Tengo que encontrar la forma de destruirlas sin envenenar el entorno y debo hacerlo después de que vuelvan al nido al anochecer o de que lo abandonen por la mañana. Hasta entonces, evitémoslas. _ Camila aseguró que el lugar le había quedado grabado en la mente, y continuaron por los acantilados. Cuando llegaron al borde, Camila se asomó sobre lo que parecía una caída vertical de varios cientos de metros hasta el mar. La vista era magnífica, pero la idea de descender le puso la carne de gallina. Lisette le leyó el pensamiento—¿Te echas atrás?.

Pues casi. Es demasiado empinado para mí. —A Camila le sudaban los pies y le costaba respirar. Lisette le aseguró que no la dejaría caer y que valía la pena asumir el riesgo. Camila, que no quería parecer ñoña, esbozó una sonrisa y dijo:—Bueno, no duele, no duele nada.

Había una especie de sendero y los puntos de apoyo que le indicó Lisette eran firmes. Resbaló unas cuantas veces, pero lo peor eran las raquíticas plantas que crecían entre las rocas y a las que Camila se agarraba para no perder el equilibrio. En general, le pareció todo un logro llegar abajo entera. Lisette sonrió.

Lauren estaría impresionada._ Camila se dio cuenta de que había sonreído como una idiota al oír el elogio, pero no pudo evitarlo.

Tras el angustioso descenso, caminaron por la playa, en la que se mezclaban rocas y arena. La marea estaba baja, así que tenían mucho espacio para explorar. Frente a la playa había unas enormes rocas contra las que rompían las olas con tanta fuerza y espectacularidad que Camila se detuvo a contemplarlas.

—¡Es maravilloso! —Reparó en que Lisette estaba demasiado lejos para oírla, pero no le importó. Caminaron entre las rocas, saltando sobre arroyuelos formados por la marea, que desembocaban en el océano, y esquivando las gigantescas algas arrastradas por el mar. Encontraron un lugar relativamente despejado para merendar y la conversación derivó inevitablemente hacia Lauren. Camila no se perdió ni una palabra.

Lauren se pasaba horas aquí sola. En realidad, fue así como aprendí de memoria los acantilados y la playa, de noche. —Lisette contempló el océano—. Me daba un miedo atroz. Un verano fui a la ciudad a recoger a Marina en el aeropuerto. Lauren tenía quince años y decidió quedarse sola. No le di importancia. Lauren conocía a todos los vecinos y me había ayudado a construir la casa. Dijo que prepararía la comida. Todo estaba planeado.

—¿Lauren sabe cocinar?._ Los ojos de Lisette casi resplandecieron.

Ahora no sé. Seguramente hace años que no practica. En aquella época cocinaba la pasta muy bien. —Lisette volvió a mirar el océano—. Cuando Marina y yo llegamos, Lauren no estaba en ninguna parte. AI principio pensamos que quería tomarnos el pelo. Pero, cuando anocheció, registramos el lugar. No había preparado la cena y no encontramos sus botas de senderismo ni su mochila. La llamamos a gritos en los acantilados, pero el ruido de las olas ahogó nuestras voces. —Lisette se perdió en los recuerdos—. Marina sugirió que cogiésemos unas linternas y fuésemos hasta el borde del precipicio. Tal vez viésemos algo o, si estaba allí, nos haría señales con su linterna. Siempre la llevaba en la mochila. Ya sabes, una linterna pequeña. Fuimos al borde del acantilado, gritamos, escuchamos y proyectamos ráfagas de luz. Estábamos tan nerviosas que lo que hacíamos era gritarnos la una a la otra. Nada. Le dije a Marina que no utilizase la linterna e hice lo mismo. Permanecimos en la oscuridad, escuchando y vigilando. —Camila se inclinó, completamente absorta en la historia—. De pronto, Marina dijo: «¡Allí!». Sí, había una lucecita que parpadeaba. Encendimos las linternas para ver de qué se trataba, pero la lucecita se perdió entre los destellos de nuestras luces. Cuando la volvimos a ver, nos dirigimos hacia ella en la oscuridad._ Lisette se volvió hacia Camila.—Créeme si te digo que haces cualquier cosa cuando quieres a una persona. Marina y yo descendimos por mero instinto, buscando aquella luz. Al acercarnos, empezamos a gritar y oímos que nos respondía. Cuando al fin llegamos hasta ella, descubrimos que se había caído, se había roto un brazo y tenía un tobillo encajado entre dos rocas. La liberamos, pero estaba conmocionada. Entre las dos la ayudamos a subir por el acantilado. A los quince años Lauren era tan alta como ahora y no colaboraba, porque estaba fuera de sí. De vez en cuando encendíamos la linterna de Marina para orientarnos, pero nada más. Tardamos una eternidad en volver a la casa e incluso tuvimos que arrastrarnos._ Camila estaba embelesada. Comprendió entonces que ella habría hecho lo mismo por Lauren. En cualquier momento y en cualquier lugar. Y comprenderlo la sorprendió. No la conocía tanto como para tener una certeza tan arraigada. Pero, con explicación o sin ella, así era. Lisette se rió.—Aquella noche no cenamos. Entre el servicio de urgencias y el agotamiento emocional, cuando llegamos a casa nos fuimos directas a la cama. ¡Vaya nochecita! Lo esencial fue que, a partir de entonces, le perdimos el miedo a los acantilados. Tú vas por el mismo camino. Sólo tienes que perseverar._ termino Lisette.

Primer Impulso (CAMREN) Adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora