Dieci

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Esa noche Harry se quedó en la otra habitación y ni siquiera pudo dormir más de una hora, estaba tan enojado que ni siquiera intentó algo para dañar al alfa, estaba tan molesto que ni siquiera sentía algo, simplemente no sabía qué hacer.
Louis sintió un poco de culpa, sólo un poco, pero igual durmió el resto de la noche. Al día siguiente bajó muy temprano para tomar el desayuno antes y no tener que ver al omega... Al parecer, un hermoso chico rizado tuvo la misma idea que él.
"Buenos días, Harry." Sonrió y despeinó su cabello, se sentó frente a él y comenzó a comer su desayuno, el silencio era demasiado incómodo para él. "¿Dormiste bien?" Volvió a intentar, pero los labios del omega estaban sellados, ni siquiera lo miraba. "Uh... Harry, creí que hoy te gustaría salir de compras, podría decirle a mi madre que vaya contigo, le agradas mucho." Sonrió y miró al omega, pero éste sólo se concentraba en terminar su desayuno, ni siquiera parecía que le estuviera prestando atención. "¿El ratón te comió la lengua?" Bromeó, pero el rizado simplemente miró a una empleada y sonrío de lado.
"Puedes levantar ya mis platos, terminé el desayuno, gracias." Se levantó y caminó fuera de la cocina. Louis suspiró.
"¿Es en serio?, ¿Fingirás que no existo?" El alfa caminaba detrás del omega, pero éste ni siquiera se inmutaba, sólo seguía su camino a algún lugar de la casa. "Harry, pareces un cachorro." El silencio comenzaba a desesperarlo de sobremanera, tomó el brazo del omega para detenerlo, pero Harry seguía fingiendo que Louis no existía. "Si hablas te daré una sorpresa." Intentó negociar con el omega múltiples veces, pero no obtuvo respuesta, así que se rindió. "Bien, como quieras, pero no me busques cuando un asesino esté bajo tu cama."
El alfa sinceramente pensó que eventualmente el omega iba a rendirse, verdaderamente pensó que no duraría más de unas horas en escuchar esa molesta voz, a la cual comenzaba a acostumbrarse... Qué mal estuvo al pensar eso.
Ya habían pasado trece días desde que no escuchaba ni una sola palabra del omega. Comían juntos, se encontraban en los pasillos de la casa, Louis había intentado de mil maneras diferentes  para sacarle una palabra al omega y nada parecía funcionar.
Harry estaba cada vez más irritado de tener que lidiar con ese alfa que no lo dejaba ni siquiera respirar sin que llegara a arruinar su tranquilidad, cada vez lo odiaba más, cada vez deseaba más su libertad.
Ese día habría un importante cena en la casa de los padres de Louis, y Harry estaba siendo obligado a ir.
"Harry, sé que no volverás a hablarme en tu maldita vida, pero de verdad tienes que ir a la cena de hoy si no quieres que te patee las costillas tan fuerte que perforarán tus pulmones. Hablo en serio." Gritó el alfa desde la planta baja, el omega rodó los ojos y fue al armario que había organizado anteriormente y tomó un atuendo sencillo pero elegante; fue al baño y cepilló su cabello, lo arregló con un poco de crema para peinar y después sólo se miró en el espejo por largos minutos.
El alfa no escuchaba ningún tipo de ruido, pensó que el omega lo había ignorado y gruñó. Las finanzas de su empresa iban de mal en peor, comenzaban a perder socios, sus niveles de estrés eran impresionantes, cualquier cosa podría hacerlo explotar; así que realmente no pensó en nada cuando se quitó el pesado cinturón de cuero negro y hebilla dorada que sujetaba sus pantalones, corrió escaleras arriba hasta la habitación del omega, abrió la puerta y tomó aire para hablar, pero la imagen del omega viéndose al espejo lo hizo sentir estúpido.
Harry se giró hacia la puerta por la sorpresa del alfa irrumpiendo en su tranquilidad, lo miró por un segundo, pero algo en su interior comenzó a estrujarse cuando vio el gran cinturón en la mano de Louis, ¿De verdad se atrevería a golpearlo con eso?
Sus puños se apretaron y su mirada cayó a sus propios zapatos, se sentía herido, humillado y el odio en su interior crecía cada vez más. Empujó al alfa con su hombro para poder salir de la habitación e ir al auto.
"¡Harry, no iba a hacerlo!" El alfa iba detrás de él, mentiría si dijera que no se sentía aunque sea un poco culpable, mentiría si dijera que no extrañaba la molesta voz de ese chico, mentiría si dijera que no le importaba verlo tan distante. Su alfa se retorcía en agonía cada vez que era rechazado, un vacío en su pecho lo dejaba sin habla cuando recordaba las melodiosas palabras que el omega solía decirle.
El menor subió al auto y miró por la ventana, afuera llovía, recordó aquella vez que viajó a Portugal y las gotas de lluvia mojaron todo su cuerpo, al día siguiente atrapó el peor resfriado de su vida y tuvo que esperar a llegar a Italia nuevamente para ir al doctor, ya que hablar portugués no era una de sus cualidades. Una gran sonrisa se instaló en su rostro, era una sonrisa triste, melancólica y llena de añoranza. Extrañaba ser libre como el viento, podría estar un día en Italia, una semana en Alemania, dos días en Londres, un mes en Canadá y nadie le reprocharía su actitud. Eso lo hacía sentir vivo. Jamás pensó que algún día tendría que quedarse más de un día en casa, jamás pensó que no podría salir, jamás pensó qué tal vez ese viaje a Australia sería el último de su vida antes de que fuera condenado a una eternidad con un alfa, al cual tendría que darle descendencia, y después tendría que matarse cuidando a esos bebés para ser iguales a su padre. No se dio cuenta de que ya estaban a algunas calles de su destino, miró discretamente al alfa, se veía realmente incómodo, sus manos temblaban y sus piernas no dejaban de moverse, estaba mirando por la ventana, parecía concentrado en algo más.
Volvió a girarse y tocó sus mejillas, no había notado que estaban húmedas, gruñó y talló su rostro. "Jodidos sentimientos estúpidos, ¿Por qué no me hiciste un fuerte alfa en vez de una maldita bolsa de lágrimas, sufrimiento y bebés estúpidos, madre?" Refunfuñó en un susurro mientras limpiaba sus mejillas, rodó los ojos y resopló.
                               ***

Dark DaysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora