Capítulo Catorce: De cementerios y amantes trágicos

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            Necesitaba una ducha. Que sí, que acampar era genial y todo lo que quieran, pero necesitaba una ducha. Debía reunirme dentro de unas horas con el último portador y tenía lágrimas secas en las mejillas, nieve calada hasta los huesos y sudor por todo mi cuerpo debido a las pesadillas (dígase visiones) que me regalaban los aros. No podía ni irme del lugar en aquel estado, motivo por el cual agarré mi mochila y me dirigí a los baños. El lugar estaba diseñado para campistas, por lo que había unos vestuarios en el medio del claro, un restó a un lado y un par de cabañas más atrás. Veinte minutos más tarde, con ropa limpia, volví a nuestro campamento improvisado para ver cómo Gemma y Carter se levantaban.

—¿Visiones? —me preguntó ella mientras enrollaba su bolsa de dormir. Guardé la mía mientras asentía y bostezaba.

—Tengo sueño —se quejó Carter mientras acomodaba el suyo.

Abrí mi mochila y saqué la billetera.

—Te invito un café —le propuse. Mi amigo asintió, bostezando, y ambos nos paramos para ir hacia el restó. Gemma nos miró mal y ladeé la cabeza, confundida.

—¿Van a dejar a estos tres acá tirados? —cuestionó mi amiga. Rodé los ojos y me dirigí hacia uno de los sacos, pero en cuanto lo toqué noté que estaba vacío. Pisé los otros dos, comprobando que ninguno de los tres estaba allí.

—¿No dejaron ni una nota? —pregunté, pero solo se escuchó un silbido como respuesta. No cualquier silbido, claro; era el ringtone de mi celular.

—¡Vengan al restó! Va por mí si llegan en un minuto —exclamó Nick del otro lado.

Nos miramos entre nosotros por tres segundos y empezamos a correr a todo lo que daba. ¿Lo bueno? Que tenía energía de sobra, por lo que agarré a Cartemma y corrí usando uno de mis instintos animales; cómo me gustaban los leopardos en ese momento. Después de todo, Nick pagaría por la comida necesaria para reponer ese gasto de energía.

—Eso fue rápido —comentó él en cuanto nos vio entrar.

Rodé los ojos y me senté en la mesa, observando con deseo la comida de Nick: huevos revueltos con panceta. Agarré un menú del costado de la mesa y me decanté por una porción de torta de chocolate. Le traduje los platos a Melinda, aunque ella también terminó comiendo torta. Cuando la moza llegó, le hice el pedido (en francés, cómo no); diez minutos después nuestros pedidos reposaban sobre la mesa, listos para ser comidos.

—Entonces, ¿de qué trataron tus visiones de hoy, Alette? —preguntó Nick. Supongo que me habrá escuchado gritar.

—Jackson me mataba de nuevo, como siempre. ¿Con quién me juntaré a almorzar hoy, Gem? —Sí, estaba cambiando de tema; no quería hablar de mi otra visión. Se sintió tan real... No podía contarla, no podía contárselo a ellos. Lo que vi fue terrible, fue en exceso doloroso. Vi lo que sucedería en cuanto yo muriera, y estoy segura de que no querían saberlo.

—No puedo decir nada salvo que decidí cambiarlo para la noche; por lo que irás a cenar con el portador, no a almorzar. Y que deberías ir formal. —Asentí algo extrañada y me puse a pensar en qué haríamos aquel día. No iríamos al Louvre (suficiente con una noche), ni a la torre Eiffel (esa la reservábamos para nuestro último día), ni a los Champs-Élysée,s (los habíamos recorrido en nuestra llegada a París); por lo que solo quedaba un destino, el cementerio.

No, no iría a reservarme una tumba ni nada por el estilo. El cementerio era en serio una de las mayores atracciones de París. En él reposaban los restos de grandes escritores como Julio Cortázar (sí, el argentino de Rayuela), Samuel Beckett (el del Nobel de literatura) y Charles Baudelaire (el de la flor del mal o algo así, re famoso). Está en Montparnasse, al sur de París.

PÉRDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora