Capítulo Nueve: Pérdida en Eiffel

53 7 87
                                    

N/a: Lo mismo que en el siete: pañuelos para el final del capítulo.

Ni lo mencionen: esperaban a Jackson. Lamento informarles que su testimonio volverá a introducirse el día de la batalla final, ya que... Es una larga historia. Digamos que no hay mucho de antes de la temida batalla. Les prometo que ahí van a leer su punto de vista también. Mientras, tendrán que aguantarse estar conmigo exclusivamente. Dejando esta aclaración de lado, sigamos con la historia.

En cuanto me levanté la mañana siguiente, bajé las escaleras. Contra todo lo pronosticado por mi arriesgada aventura, hoy auguraba un día tranquilo sin magia que interviniera en mis conversaciones. Esperaba que este día fuese un día como los que tenía antes de que esta loca cruzada empezara. Un día normal... Sí, yo tampoco sé cómo pude pensar que eso iba a pasar.

—No sé dónde está tu navaja, Carter —le comentó Gemma a mi amigo cuando se cruzaron en el pasillo. Mi mirada desorbitada no tardó en aparecer, a lo que recibí dos miradas confundidas. Esa era una conducta normal; una que yo también hubiera empleado cualquier otro día.

—No te preocupes, acá está —le contestó él, levantando parte de su camiseta y dejando a la vista una vaina en la que se hallaba el objeto nombrado con anterioridad.

—Genial, ahora dámela así le hago algunos ajustes. Andar con una navaja común y corriente no será tan útil como una mágicamente alterada.

Como les dije, no es muy buena idea esperar tener un día normal si estás rodeado de magos. Ahí fue cuando me rendí con esa loca idea del día normal y me dirigí a la cocina esperando platos voladores o a Xander intentando hacer tostadas (con solo recordar la cocina de Annie...). Sin embargo, solo me encontré a mi abuela preparando té.

—¡Bonjour, petite fille! Te ves muchísimo mejor, ¿te duele algo? —No fue hasta ese momento que recordé mi mal estado de salud la noche anterior. No había sentido nada en todos los quince minutos que había pasado despierta. Es más, no mentí al decir que estaba cómo nueva.

—Me alegra escuchar eso, cielo. ¿Sus planes para hoy? Voy a estar fuera todo el día, quedé con unas amigas para asistir a la inauguración de una nueva sección del Louvre. Voy a volver a eso de las seis, espero que mi casa no esté ardiendo en llamas cuando llegue. ¿Dako? —Asentí y ella depositó un beso en mi frente antes de sentarse en su limpia sala.

Abro paréntesis para explicar algo importante: Angie creía que era descortés dejar los platos en el lavaplatos (qué redundancia), así que los había lavado a mano y guardado en su lugar. Del mismo modo, había obligado a todos a guardar sus bolsas de dormir cuando se levantaron para no quedar mal con mi abuela; yo incluida. Fue por eso que la abuela había ido a la sala, y era por eso que Angie estaba llevando mi mochila al perchero, acción que detuve inmediatamente. Cerramos paréntesis, podemos seguir la historia.

Me colgué la mochila a los hombros y la dejé en la mesa del comedor, donde decidí que instalaríamos el centro de estrategias. Saqué de dentro mi computadora, algunos libros que había rentado en la biblioteca hacía dos semanas acerca de planes estratégicos y mi celular. Abrí las cortinas que me impedían la vista de la maravillosa ciudad de París y sonreí. Ese ventanal tenía, según el agente inmobiliario del mundo mágico, la mejor vista de la ciudad de París. Estaba bastante arriba como para que no nos vieran y lo suficientemente abajo para que nosotros sí pudiéramos verlos. Perfecto para una misión, hubiera agregado yo de estar en su lugar.

Pegué un grito para que mi equipo viniese con sus instrumentos, acción que no tardaron ni cinco minutos en ejecutar.

—Siéntense y saquen sus computadoras —les ordené a todos, que no tardaron en obedecer.

PÉRDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora