Capítulo Diez: La marca misteriosa

39 8 48
                                    


Créanme cuando les digo que planear el robo al museo más seguro del mundo no es tarea fácil. Menos cuando solo tenés quince minutos para crear todo el plan y el universo ya de por sí está en tu contra.

Mejor retomo la historia desde que salí de la place de Mars. Compré el almuerzo para todos y volví al departamento con la sonrisa más fingida que había actuado en mi vida. El problema fue que olvidé un detalle: ellos eran mis amigos, y sabían cuando fingía una sonrisa.

—¿Qué pasó? —me preguntó Gemma. La cara me quemaba, y estaba segura de que no era por su pregunta ni por los recuerds.

—¿Te brilla la cara? —Las risas no se hicieron esperar. Nick seguía mirándome algo preocupado, pero lo justifiqué al calor de mis mejillas.

—Estoy bien, solo... Un conductor pisó una paloma. Se murió —mentí, hecho que solo Carter notó, pero del que no comentó nada.

—Qué triste. ¿Comemos? —Sí, chicos; así de desalmada era Melinda. Eso sí, les aseguro que el hambre no escaseaba (ya eran las dos de la tarde en ese momento), motivo por el cual nadie refutó su orden ni hizo algún comentario despectivo en relación a su falta de tacto.

—¿Qué compraste? —cuestionó Gemma.

—Ensalada y tofu, los quiero preparados —volví a mentir. Las caras de asco no se hicieron esperar, como tampoco tardé en repartir la verdadera comida a todos.

—¡Ah, cómo extrañaba París! —Explicaré esta exclamación por parte de Angie, porque necesita un trasfondo para comprenderse. Resulta que los franceses no comen igual que los demás. Tienen cierto estilo para cada comida del día, y odian no respetarlo. En el Reino Mágico los horarios y las comidas no se acoplan a la rutina francesa, por lo que Angie festejó de sobremanera cuando comimos a horario francés comida francesa.

Ahora la segunda parte de la explicación: los hábitos alimenticios de los franceses. En Argentina no hacemos esto mucho, pero los franceses en verdad paran de moverse y trabajar para poder almorzar. El almuerzo parece ser, para ellos, la comida más importante del día. Además, son bastante variados respecto a la combinación de alimentos. Siempre acompañan todo con unas enormes ensaladas que no sé qué tengan pero saben diez veces mejor que las de Argentina. Para colmo, hacen unos platos gigantes y apetitosos con pato. Al principio te da un poco de pena, pero es que el pato francés es de las carnes más ricas con creces. Y los postres... Ah, qué dulcería más exquisita. No pude resistirme a comprar una especie de Rogel de chocolate que servían (sí, entero; vamos, que mi equipo se merecía un regalo decente de mi parte), y les aseguro que no me arrepentí.

—¿Cómo es que dijiste que le dicen ustedes? —me preguntó Angie.

—Rogel —le repetí, como si nada.

—Nosotros lo llamamos tarta de crepas (tarte de crêpes) —comentó ella.

Para quien no reconozca el postre, se trata de unas cuántas capas de panqueques y dulce de leche intercaladas. En Argentina lo escondemos abajo del merengue, pero los franceses lo cubren de chocolate.

—¿Mañana compramos una cheescake? —pidió Carter. En sus clases de cultura griega había descubierto que el pastel de queso se originó en la Antigua Grecia, y desde entonces intenta comprar de él en cada oportunidad que puede.

—O podemos invocar la versión porteña —recomendé. Todos me miraron raro, así que les prometí que mañana la probarían.

Hicimos sobremesa un rato más, discutiendo sobre postres (sí, Carter no olvidó mencionar los cupcakes, tranquilos). Así fue como descubrimos que Melinda nunca había probado el tiramisú, y prometí que la llevaríamos a la mejor tienda con especialidad en dicho postre como celebración por el fin de la misión.

PÉRDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora