Capítulo Diecinueve: Reencuentro

31 8 10
                                    


Ver a mi familia tenía que haber sido fácil. Tenía que haberlo sido. Entonces, ¿por qué no lo fue?

Como habrás notado, había olvidado olímpicamente que debía comprarles un regalo a mis hermanos. Fue por eso que entré en pánico en cuanto miré la fecha en mi teléfono. No había ningún negocio abierto a la media noche del Reino Mágico. Ahí fue cuando no me quedó más remedio que mirar mi reloj entrando en pánico, recordando el láser que ellos me habían dado y que había... ¡Que había convertido en un reloj con rayo láser dañino incorporado! Ahí fue cuando se me prendió la lamparita, y decidí hacerles unos regalos propios.

Así que sí, Jackson; te dejo un DIY (1) de cómo hacer un regalo mágico para tus hermanos en cinco minutos. El primer paso fue simple: rebusqué en mi mochila por objetos con ningún uso mágico. En cuanto conseguí una cinta y unos anteojos de sol, busqué otro objeto que sí sirviera de algo: una de mis cámaras de fotos (valía la pena desperdiciarla, sí) y un localizador. Los anteojos de sol los uní con la cámara, creando un mecanismo para incorporar una memoria segura (gracias a Gemma por hacerme cargar parte de su artillería cibernética) en la que se guardara lo que la cámara registrara. También añadí un micrófono (Gem, de nuevo) y un botón de pulsado inteligente (este fue Carter, tiene algo con los botones). La cinta la hechicé para que pudiera agrandarse a gusto, al punto de poder ser tan fuerte como una soga o tan débil como un hilo (indestructible también, claro). A eso le añadí el rastreador, que sería útil en caso de que Lottie necesitara seguir a alguien o Adrien no la encontrase.

Tenía la suerte de haber comprado papel de regalo para prevenir este problema, y saqué más cintas para atarlos con ellas (sí, llevo cintas conmigo: en mi defensa, hay una marca acá que te regala unos packs de cintas lindísimas cuando comprás ropa en su local, así que las llevaba atadas en mis cierres). Sonreí, satisfecha, y los guardé en mi mochila para caminar hacia casa.

Puede que olvidara comentar algo: Max tuvo que irse unos diez minutos antes. Su hermana requería su presencia (lo que, en español, era que Artemisa quería reírse viendo como su hermano intentaba conquistar a sus cazadoras. Eso o que está en serios problemas, claro), así que se despidió de mí y tomó la ruta de las deidades: desapareció en un rayo de luz, como siempre que quería dar a relucir su exceso de confianza en sí mismo.

Caminé las cuadras que me separaban de casa y toqué la puerta, dado que eran las doce. No sé si hacías esto, pero en Argentina nos levantamos a las doce para saludar al cumpleañero (y no, no esperamos hasta el día siguiente para abrir los regalos de navidad; te resuelvo la incógnita). De ahí que supiera que mi familia tenía que estar levantada; era perfectamente compatible.

Mi madre abrió la puerta (no iba a dejar a mis hermanos abrirla en media noche, no es tonta), y sus ojos se iluminaron en cuanto me vio.

—¡Alette! —exclamó, antes de que sus brazos me alcanzaran y me exprimieran como una naranja. La abracé fuerte también, y entramos unos segundos después.

—¿Y los cumpleañeros? Creo que me voy a quedar sus regalos —comenté cuando los vi escondidos detrás de una mesa. Los dos salieron corriendo como alma que lleva al diablo y me sonrieron antes de abrazarme.

—Empezábamos a creer que no llegarías —confesó Lottie, mirándome con falsa molestia. Apretó sus labios pero empezó a reír en cuanto contesté.

—¡Pero si yo nunca llego tarde! —Adrien y mamá no tardaron en unirse a las carcajadas, y yo tampoco me hice rogar por acompañarlos.

PÉRDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora