Capítulo Diecisiete: Las consecuencias de tu muerte

29 7 43
                                    

Me separaron de vos cuando vinieron los agentes del Reino Mágico a limpiar el lugar. No había podido dejar de mirarte desde que pude moverme, paralizada. Habías muerto. Habías muerto. Habías muerto. No importaba cuánto lo repitiese, no podía aceptarlo. No lo creía posible. No podías morir. No así; no tan rápido, no tan simple. No era posible.

No noté cuando mi cara se llenó de lágrimas, y menos cuando empecé a temblar. Solo te miraba, sentada con las piernas cruzadas a tu lado. Te pusieron sobre una camilla, te pasaron por un portal de la A.D.E.M.P. y te llevaron al hospital, en un intento (inútil) de salvarte. A mí me revisaron en el lugar, aprovechando que estaba consciente. Me dieron unas pastillas de no-sé-qué para que recuperase las energías que había perdido en la batalla, principalmente porque mis niveles de energía estaban en niveles negativos. El doctor creyó que su medidor andaba mal, porque eso no era muy común (y ni siquiera sabían si posible). Apareció Tara un rato después, mirándome con tristeza.

Se sentó a mi lado, mirando cómo te llevaban y entregándome mi mochila.

—Tu deber era proteger a los inocentes, salvar a la humanidad. Es solo una persona, Alette, por las siete mil millones de personas que contaban sin saberlo en que llegases a eso. Una en siete mil millones, Alette. Tu tarea era proteger al cosmos, y lo hiciste de maravilla. Él no era inocente, Alette. —Tara apretó mi hombro y se levantó, hablando con algunos agentes sobre alguna cosa de la que yo no sabía.

No entendía cómo me había soltado un consejo como ese así. Ella no perdió a su primer amor, a ella no le pesa la muerte de alguien que confiaba en ella, ella no mató al chico que le gustaba. Yo lo había hecho. Yo te había matado, era mi culpa. Podía haberte advertido de la cantidad de objetos que podías portar, podía haberte convencido para dejar esta lucha sin sentido, podía haberte ayudado; y no lo hice.

No sé si te importe, pero se llevaron a tu equipo para hacerles un test después de eso. Temían que quisieran vengar tu muerte, o que tuvieras un plan B en caso de morir para destruir el mundo. A Rednax lo encerraron no sé cómo en una ubicación confidencial (la que no revelaré en este escrito, no vaya a ser que alguien quiera buscarlo), para que no moleste por un largo tiempo.

Me levanté en cuanto no hubo más rastro de vos. Me dirigí a Tara, la única persona adulta a la que reconocía en el lugar.

—¿Qué debo hacer? —pregunté, dado que había escuchado de la existencia de un protocolo que debía seguir. Aparentar fuerza se me había dado bien antes, por lo que esta vez logré una actuación decente frente a mi antecesora mágica.

—Mañana por la mañana deberás ir donde los tíos de Jackson a darles la noticia. Como es tu misión... —Tara no continuó, pero no hacía falta: era mi obligación responder por tu muerte.

—¡Alette! —gritó Gemma desde algún lugar. La miré corriendo hacia mí y la dejé abrazarme tan fuerte como pudo, sin quejarme porque me estrujara (a pesar de estar toda lastimada, no iba a separarla. No sabés cuánto necesitaba un abrazo).

—Gem —susurré, abrazándola también. Ella acarició mi espalda, como incitándome a llorar. Sollocé y sollocé en su hombro por lo que parecieron horas, hasta que me sorbí la nariz y me separé.

—Tranquila, está bien. Estás bien, Alette. Creí que morirías. Cuando te vi en el piso... Iba a matarte por morir, te lo juro. —Solté una minúscula carcajada por la estupidez que mi amiga había dicho y ella sonrió.

—Yo también quiero un abrazo, superviviente —dijo Carter, agarrándome del hombro (que me dolía de cuando me caí para atrás, pero decidí evitar comentarlo) y aprisionándome en sus brazos.

PÉRDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora