Capítulo Uno: Sentimientos congelados

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El frío podía ser bellísimo, sí, pero también podía ser letal. Una lenta nevada puede ser poética, sí, pero también puede convertirse en una devastadora tormenta. Fue por eso que Rednax me asignó el poder del hielo: porque yo era un arma de doble filo. Bello por fuera, despreciable por dentro. En eso me había convertido al perderlo todo, y la única que había logrado mejorarlo... Me abandonó, como todos los demás lo hicieron en mi peor momento.

Ya sé lo que se preguntan: ¿dónde es que está Alette? Bueno, es una larga historia. Solo diré que, esta vez, les aportaré mi punto de vista. Sin mentiras. Sin engaños. Sin persuasión. Con la verdad. Lo prometo por mi vida.

Empecemos desde el problema número uno: la carta de Alette.

Estaba muy nervioso, yendo y viniendo por el pasillo de mi nueva recámara (me había inscrito a la Academia y Natalie, la secretaria, me había dado las llaves de mi nuevo dormitorio) luego de que Alette escapase en la librería. Estaba muy confundido, en especial porque ella no era de correr o escapar.

Claro está, mi confusión se disipó en cuanto el dios alado se apareció en mi habitación. O incrementó, depende cómo lo vean.

—Correspondencia para Jackson Magné-Dupont de parte de Alette Courtois —dijo él, mirándome con furia. Le arranqué la carta de las manos y la abrí, esperando que el diosecillo se fuera. Pero no fue así.

—¿Necesitas un pase de salida o algo? —le pregunté mientras me rascaba el antebrazo, que me había empezado a picar bastante.

Nadie me venga con que eso fue descortés, que no estoy de humor para lidiar con mortales ahora. Bastante tengo con este tarado, con los que intentan detenerme y con la manga de estúpidos que se hacen llamar mi equipo. Y hablando de Roma...

—Cerbero ya fue trasladado a París, señor Magné —me informa Lucas. Ruedo los ojos y lo miro fijo. Él asiente, nervioso, y tantea la puerta en busca de la manija. En cuanto la encuentra, no queda rastro de él en la habitación a excepción del portazo con en que cerró la puerta.

Niego y sigo abriendo la carta, hasta que un carraspeo me detiene. ¿Es que este hombre no desea irse?

—¿No se irá? —farfullo, molesto. Él niega, agitando las alas de su casco.

—Claro que no, necesito ver tu cara cuando leas esa carta —contestó él, sentándose cómodamente en una de las camas sin propietario.

Comprenderán que no me esperaba eso. No podía creer la invasión a la privacidad que tenía este dios. Sin embargo, su afirmación solo había incrementado la curiosidad en mí. Terminé de abrir la carta y sentí que mi corazón se hielo se debilitaba más y más entre cada palabra que leía sentía como los fragmentos caían, derritiéndose ante mi contacto. El aire a mí alrededor se congeló, recordándome cierto poder que había intercambiado por la manipulación del hielo. Aún recordaba manipular tormentas, crear rayos o subir la temperatura de mi habitación en invierno. Ah, esos eran buenos tiempos.

Pero claro, el mundo me obligó a dejarlo. El mundo me dejó caer. El mundo me los sacó. Y ahora me la sacaba a ella, aquel fuego lleno de esperanza. Me vengaría no solo por mis padres, sino que por su pérdida. Por perderla a ella.

No sé qué quería Alette con esa carta. Lo único que sé es que solo me dio más ganas de destruir el mundo. ¡Ni una cosa podía dejarme el universo! Ni una cosa. ¿Y esperan que quiera cuidarlo y preservarlo? ¡Por favor! Rednax hizo bien en elegirme. No quedaría ni un trozo de Gemma Charpentier en esta tierra; no mientras yo viviera.

Y, de repente, escuché una risa. Esto no terminaría bien, se los podía asegurar.

Mi cara se tiñó de un color rojo y miré con furia al ser divino sentado en mi pieza. Si quería descargar mi enojo, cualquier cosa serviría. El dios me guiñó un ojo y desapareció tan rápido como había llegado. Mis labios se comprimieron en una fina línea, peleando con mis dientes por comodidad.

—Eh, ese enojo lo dejas para la Elegida, Jackson —me recomendó Rednax, volando hacia mí. Su cubierta dorada reflejaba con esmero el brillo del sol, aportándole luz al ambiente.

—Disculpe, Rednax. —Miré al suelo sin dudarlo. Ese libro ya me había enseñado que con él no podía comportarme poderoso. Me lo había dejado claro; por las malas, cómo no. Si esa, la maldad, era su especialidad.

—Disculpado. Ahora, quítate el buzo. Creo que está empezando. —Lo miré excesivamente confundido: ¿de qué hablaba? Doblé la manga de mi vestimenta hasta los codos y me entró el pánico: una letra A dibujada en negro se encontraba estampada en mi piel como si de un tatuaje se tratase.

Putain! Merde! Il est incroyable! Qu'est-ce que cette est, salop? —Mi enojo era palpable hasta para quien no hable francés.

—Cuide el vocabulario. Eso el símbolo de los anti-elegidos. De seguro a la Elegida le está saliendo el suyo también, o le empezará a salir en nada. Significa que la batalla final está cerca. Tu sangre cambiará de color también, así que no te asustes cuando derrames un líquido negro; no eres de petróleo.

—¿Sangre negra? Si no creía ser el malo, ahora estoy seguro, ¿Por qué no derrumban el cliché? Debería, no sé, cambiar a azul. El negro es un color oscuro, el azul es pacífico. ¿De qué color es el de Gemma? ¿Dorado? —Rednax torció una de sus tapas, pero no contestó. —Dios, mirá que son poco originales...

—Sí, sí, cómo sea. Con la mente en el juego, Jackson. Mañana por la tarde nos estableceremos en París. ¿Queda claro? —Asentí y Rednax volvió a mi escritorio, dispuesto a dormir un rato más. Claro está, eso no fue lo que sucedió. Debíamos solucionar un inconveniente primero.

—Eh, Rednax... Necesitaría el hechizo del corazón de hielo, de ser posible —pedí, tembloroso. Los recuerdos del atentado estaban volviendo. Volver a ver la escena me dolía. El edificio temblando...

—Acá está. ¿Listo? —Asentí y, tan rápido como pude, llevé a cabo el conjuro.

Vi cómo, en mis recuerdos, el techo se empezaba a caer. Vi cómo un pedazo caía cerca de mi madre, y otro los aplastaba a ella y a Logan. Miré hacia Gisèlle y papá, solo para observar aquel trozo de techo apagar sus miradas. Y me quedé ahí paralizado, observándolos morir.

Llevé la mano derecha a mi corazón y empecé a congelarlo, tiñendo de azul mis memorias de Jack Magné-Dupont llorando a más no poder. Para cuando terminé, Jackson Magné se encontraba en la sala, con aquella aura tenebrosa y aquella mirada perdida.

Ahora ya estaba listo para la semana que definiría mi vida y la del universo entero. Les aseguro que hasta la Elegida hubiera asentido ante dicha afirmación.


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¡Bienvenidos a la tercera y última parte de la Elegida! ¡No saben lo que extrañaba a Jackson y a Alette!

Vieron que este libro empieza diferente. ¿Interesante, eh? En el próximo capítulo hablaremos de ello.

¿Ya hay alguna teoría de eventos futuros? ¿En qué habíamos quedado con lo de Cerbero y el otro anti-elegido, @Sweet_Meli y @EnamoradaDePalabras? ¡Compártanselo a los demás lectores!

¡Espero que les gustara el capítulo! Actualizaciones todos los miércoles y viernes, ¡no se lo pierdan! Y quizás haya algunos capítulos extra... ¡Me encanta volver!


.Mechitas.

PÉRDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora