Capítulo Veinticinco: Cartas y canela

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Hoy era el último día antes de que empezaran las clases, por lo que no me quedaba otra más que ir a casa, empacar todo lo que iba a necesitar en la Academia y transportarlo a mi cuarto.

Chris llegó a eso de las once y me ayudó por casi tres horas a ordenar todo: le sacamos la tela con la que habíamos cubierto todo a los sillones y muebles (fue idea de Gemma, ni siquiera quise preguntar), barrimos y pasamos el trapo, limpiamos los vidrios y desempacamos la ropa y lo que se encontraba en mi cuarto antes y había llevado a la cruzada. A las dos estábamos muertos de hambre tirados en mi cama, así que tuve la mejor idea del mundo: delivery. Hermes de seguro o me odiaba por todos los viajes que tenía que hacer o me amaba por toda las ladys que le hacía ganar, pero no me importaba mucho. Le marqué con mi celular y contestó al segundo pitido.

—¡Alette! ¿Qué se te ofrece? Max ya me contó que habías vuelto sana y salva, lo que me alegra muchísimo. Espero que no hayan hecho nada demasiado inapropiado, tortolitos. ¿Estás sola? El que tu novio sea el que ve el futuro me imposibilita de saber. —Si antes lo dudaba, en este momento quería matarme por haber puesto el altavoz, porque la cara de Chris era pánico puro.

—Ya sabés que no salgo con tu hermano, Her; y me encantaría que me trajeras una pizza grande de jamón y queso. Y no, no estoy sola; estoy con mi... Con Chris.

—¡Christopher Davis, el egipcio! Sabía que era cuestión de tiempo. Más les vale tener ropa para cuando llegue con la pizza, eh. —Reí y colgué.

—¿Max? —preguntó, confundido. —¿El mismo Max del que habló la diosa amiga de Gemma en tu casa, Alette? —Asentí y sentí la enorme necesidad de excusarme, así que lo hice.

—Max es un amigo mío de hace años que me contó su historia a medias. Lo conocés, pero por otro nombre... Ay, no me acuerdo quién es en Egipto. ¿Horus? No estoy segura. En Grecia es Apolo. Y bueno, somos muy cercanos y Hermes y Afrodita siempre andan insinuando que tenemos algo, pero es mentira. Hacían eso incluso cuando estaba en una relación con Ja... —me corté.

—Un segundo, creo que me salteé una parte de la historia. ¿Estuviste en una relación romántica con... Bueno, con él? —Asentí y vi como la mandíbula de Chris se caía al piso. —Eso explica mucho —comentó él antes de acercarse y rodearme entre sus brazos.

—¿Por qué el abrazo? —No me malinterpreten: me encantaba que me abrazara, pero esperaba otra cosa. Que se levantara y se fuera, que se quedara mudo por un rato, que nunca me volviera a hablar... Pero no me esperaba eso.

—Ahora entiendo por qué estabas tan mal en París aquella noche. No era solo porque alguien había muerto en tu misión, era porque no era solo alguien el que había muerto. —Asentí y enterré mi cabeza en su hombro. Nos separamos un minuto después, y noté que sobre la cama había una caja de pizza, a lo que reí.

Comimos la pizza y pasamos el rato unos quince minutos hasta que sonó el celular de Chris, que se había olvidado completamente de un compromiso que tenía esa tarde. Me dio un largo beso antes de irse. Sonreí, tiré la caja en el tacho de basura y fui a la sala secreta de estrategias a buscar una caja que había decidido guardar para cuando estuviera sola: la caja con las cosas de la cruzada. La llevé hasta mi cuarto y la abrí con cuidado, como si temiera a lo que encontraría dentro.

Primero saqué mi mochila, que vacié completamente. Tiré casi toda la ropa que había al lado del escritorio (de donde se abría el vestidor secreto, para quien no lo recuerde) y dejé el pendrive y mi computadora en el escritorio junto a cargadores y auriculares. Dejé todos los libros en una pila en el piso, y a Xander lo acomodé en una de las almohadas de la cama. Mi cámara, los rollos y las tiras de foto extras terminaron en una silla desparramados. Agarré la campera que había usado casi toda la cruzada, esa que me habías regalado, y me la puse sobre la que ya traía. Ahí fue cuando noté algo que nunca antes había visto: un paquete.

Leí el remitente; era de Carter. En un costado ponía "para cuando quieras volver al final," y me sorprendió encontrarme la torre Eiffel encantada que le había dado hace tiempo. Me puse todos los objetos del poder: la boina, los guantes, la bufanda; todos. Agarré a Xander, un sobre que ya había intentado, sin resultado, abrir muchas otras veces y tu mochila antes de tocar el botón de abajo y susurrar "París."

Volver a donde todo terminó nunca es fácil. Muchas veces duele, te abruma o te pone nervioso. Me sorprendió no sentir nada de eso cuando me encontré en París. La ligera brisa me tranquilizaba, las irresistibles fragancias me embriagaban con delicadeza y las personas me transmitían confianza. Me colgué tu mochila al hombro, metí la carta en mi bolsillo y, agarrando a Xander con firmeza, caminé hasta la torre. Pagué lo necesario para subir al segundo piso, y después escalé los demás (evitando ser vista) hasta llegar al séptimo, piso en el que se había desarrollado lo que los escritores describirían como la batalla final. Me senté exactamente donde habías perecido (había una silueta en el piso que fue dibujada más por diversión que por necesidad) y saqué la primera carta que me diste del bolsillo de mi campera. Esa que nunca me había animado a leer.

No sé cuánto tiempo tardé en leerla ni cuántas lágrimas solté, porque perdí la cuenta por la veinte. Sin embargo, fue oler la carta y notar esa extraña fragancia que hizo que me picara la nariz: canela y vainilla. No, pensé; no podías haberme hecho eso. Siempre se dice que uno no debería preguntar lo que uno no quería saber, pero yo siempre había hecho oídos sordos a ese dicho. Bueno, déjenme confesarles que soy una idiota; porque me habría ahorrado muchísima frustración de haber escuchado eso que mi mamá amaba repetir.

Abrí tu mochila tan rápido como pude. No había mucho: tu celular, unos auriculares, un sobre, unas fotos y una carpeta con papeles. Agarré esta última y rebusqué lo que buscaba, que me hubiera encantado no encontrar. Lo saqué y sentí cómo el alma se me caía a los pies. Habías usado una poción de enamoramiento conmigo.

Las pociones de enamoramiento no son difíciles de elaboraa, pero nadie las hace porque siempre traen consecuencias terribles para el alquimista. En el Reino Mágico ni siquiera los mejores alquimistas las hacen, solo las aromateurs y ni siquiera aseguran que funcione; su trabajo es solo liberar a la persona de cargas que se interpongan entre la posibilidad de enamorarse de la persona que lo desea, pero no garantizan que suceda. Por ende, es muy difícil encontrar la forma de hacer esta poción, y no mucha gente la intenta siquiera; sin importar que no sean muy complicadas. Los ingredientes son simples: canela, vainilla, un cabello de la persona que deseas enamorar y un cabello de la persona de la que deseás que se enamore. Eso más una nota de olor de la persona que querés que se enamore de vos. Las notas de olor son olores característicos de una persona. El Reino Mágico guarda una lista de las notas de olor más potentes de las personas en su base de datos, pero están disponibles para todos los magos que las requieran. Ni siquiera necesitás una excusa para que te las den. Mi nota de olor más potente es una mezcla entre limón y loto, pero no son perceptibles en la poción porque quedan a segundo plano debido a que la canela y la vainilla son puestas en mayores cantidades. Aunque bueno, vos ya sabías todo esto; la explicación es para los lectores.

Volvamos al punto inicial ahora que los lectores ya saben cómo funciona una poción de amor: habías manipulado mis sentimientos. Y no, eso no era fácil de olvidar.

Todo lo que había hecho... Y tu plan desde el principio había sido hechizarme para que me enamorara de vos. Esa era la mayor maldad del mundo, y ahora entendía por qué habías muerto. Si bien había sido mi culpa, habías sido vos quien lo había causado. Fuiste vos el que disparó primero. ¿Y encima habías intentado darme pena con una carta? Cruel se te queda corto.

El pensar en la carta me llevó a recordar el segundo sobre que había en tu mochila, que agarré tan rápido como pude. Lo abrí, encontrándome con algo que no creí que hubieras hecho con solo mirar la fecha: una carta de suicidio.


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No voy a hacer nota de autor en el siguiente capítulo, por lo que vengo a decir lo que tengo que decir allá acá: la idea de la carta de suicidio fue de @JoshuaNusbaum pero me cedió los derechos. Ahora sí, nadie llore en el final que yo también voy a llorar. ¡Y no se pierdan los agradecimientos!

PÉRDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora