Capítulo Dieciocho: Sombras en pena

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Tus tíos, Charles y Chloè Magné, no estaban cuando toqué el timbre frente a tu apartamento. Una señora con un delantal me abrió, mirándome con amabilidad.

—¿En qué puedo ayudarle, señorita? —preguntó ella.

—Busco a los tutores legales de Jackson Magné-Dupont, el señor Charles y su mujer. Es sobre su hijo. —La señora me miró y me abrió la puerta, haciéndome una seña para que pase.

—No se encuentran en este momento, pero no tardarán en llegar. ¿Se le apetece una taza de té mientras espera? Puede sentarse en la sala —me ofreció.

—Aprecio la oferta del té, pero paso. Gracias de todos modos. —Ella me sonrió y se fue por una puerta a váyase a saber dónde.

Saqué mi celular y le mandé un mensaje a Gemma avisándole que estaba en Buenos Aires y que iría para el reino en cuanto terminara con los tíos de Jackson. Guardé mi celular y saqué a Xander para hablar con él.

—Al fin tiempo a solas —comentó él en cuanto lo abrí. Reí e invoqué los hechizos de silencio para no magos.

—¿Cómo se siente saber que salvamos al mundo, Xander? —le pregunté, divertida.

—Ya no sé, lo sentí tantas veces que no lo distingo. —Solté una carcajada y rodé los ojos. —Estuviste muy bien, Alette. —Asentí y lo metí en mi mochila cuando escuché el timbre de la puerta.

—Señores, hay una joven esperándolos en la sala. Dice que es sobre Jack —escuché. Charles respondió algo que no logré escuchar y ambos se dirigieron hacia mí. Fue ver sus miradas preocupadas y sentir como me apretujaban el corazón. No podía creer lo que estaba a punto de decir.

—Buenas noches —me saludaron ambos. Chloè me dio un beso en la mejilla, pero su marido me dio dos. Cosa de europeos, supongo.

—¿Cuál es el motivo de su visita, señorita? —me preguntó tu tío, sentándose frente a mí.

—Pueden decirme Alette. Les voy a ser sincera: lo que pasó con su sobrino sigue atormentándome. Esta no es la información oficial, dado que esa les será proveída dentro de unas horas. Sin embargo, me pareció mejor decíselos en persona; Jack lo hubiera querido así. —Sus miradas se sobresaltaron, y la mano de tu tía buscó la de tu tío. Sentí como una lágrima resbalaba por mi mejilla, pero no dejé que me detuviera. — Como supongo que su sobrino les habrá contado, habíamos planeado un viaje junto con un par de amigos como festejo por las vacaciones. Cuando estábamos en París... No sé qué lo llevó a tomar esa decisión, les soy honesta. Parecía estar muy bien días antes: comía, hablaba, hacía bromas. Su sobrino y yo habíamos empezado una relación unas semanas antes. Habíamos ido a buscar un poco de comida, su sobrino había decidido quedarse para poder darse una ducha. Yo no esperaba que —me detuve, sorbiéndome la nariz —él hiciese lo que hizo. Tal vez los recuerdos lo estaban matando, pero es que parecía estar superándolo. Les prometo, señores, que no lo hubiéramos dejado solo de imaginar que algo como esto iba a pasar. Realmente lo siento, señores.

Cuando terminé de recitar mi mentira levanté la mirada hacia tus tíos. La imagen que vi me partió el corazón. Tu tía lloraba a mares, tu tío no contenía las lágrimas mientras intentaba reconfortarla. Tu tía me hizo una seña, por lo que me acerqué a ella; que no dudó en tirar de mí, uniéndome a su abrazo. Fue ahí cuando saqué todo: empecé a llorar, recordando todos esos lindos momentos que tuvimos juntos. Cuando me saludaste en Le Pain Quotidien, cuando jugamos una guerra de harina en tu departamento, cuando sobrevolamos Buenos Aires. Cuando nos besamos bajo aquel árbol, cuando nos besamos en el ascensor, cuando me senté a tu lado en aquel vuelo.

PÉRDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora